Era uno de esos momentos, uno tras otro, llamados “periodo especial”. Los discos me los vendió un funcionario de EGREM (la compañía discográfica estatal cubana). Nos llevó, ya avanzada la noche, a Margarita, al poeta Bladimir Zamora (el Zar Zamora)y a mí hasta un cuarto de las dependencias de EGREM. Todo estaba desierto, oscuro, siniestro. Abrió una cartera y fue sacando los discos uno a uno, pausadamente, pensando, escuchando por si venía alguien, por si nos descubrían. Quería hacer ver que cada disco era una pieza de singular valor, algo especialmente conseguido para mí. Se comportaba como si en la raída cartera llevara documentos secretos, robados por una trama oculta en los sótanos del CDR. Una pantomima innecesariamente barroca, porque estaba claro que vendía bajo cuerda lo que tenía, lo que se le había puesto a tiro.
Se hacía de rogar: “Este no le va a gustar a usted, porque es música muy cubana y hay que saber de donde viene, de dónde son los cantantes. No es música para turistas, no son mariconadas de esas. Esto es para entendidos, compañero”. Quería tocarte por el lado del orgullo, ofendiendo lo estrictamente necesario, lo justo para que le fueras comprando la mercancía poco a poco. Como si la estuvieras distrayendo a hurtadillas, capturando algo prohibido. Le funcionó la artimaña. Acabamos comprándole todo. Hasta el jazz experimental. Margarita picó de lo lindo. Era ella quien pagaba.
Recuerdo el precio inicial que este agente de la música cubana de contrabando pedía por cada pieza de su alijo. Por los discos más caros tironeaba 20$, cantidad que con el necesario regateo fue rebajada hasta una cifra razonable para mí y lo suficientemente ventajosa para este peculiar traficante de sones, guarachas, boleros, chachachás, trovas, puntos, guajiras, yambús, pregones, descargas...
2 comentarios:
voy por bacalao con pan, que haces un blog tan intenso que me dan las 6 sin comer.
y esto no puede ser,
que no que no,
que hay que comé.
Costó, costó,
pero, por fin,
entró, entró,
la bolea del españó...
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