lunes, 18 de enero de 2010

Isaak Bábel: "No sé inventar"


Isaak Emanuílovich Bábel, en Ruso: Исаа́к Эммануи́лович Ба́бель (Odesa, 13 de julio de 1894 – 27 de enero de 1940) fue un periodista, escritor y dramaturgo soviético. Fue detenido, torturado y ejecutado durante la Gran Purga de Stalin.

La Carta

No fue sino uno de los acontecimientos más movilizadores que hayan sucedido en mi vida el como entré en contacto con la carta que escribió Kurdjukov a su madre Eudokia Feodorovna sobre la venganza que realizó en la persona de su padre. El conocimiento de la carta, su profunda carga personal y literaria y su publicación en “El Imparcial” de Madrid, fueron los motivos de que decidiera realizar un viaje a la URSS, en tiempos en que no era muy difícil su entrada, pero al parecer era con mucha diferencia más complicada su salida.

La obtención de un visado, en el que además de los diplomáticos del Ministerio de Asuntos Exteriores, que hicieron todo lo posible para la realización del viaje, a los que desde estas líneas les agradezco sus desvelos y buenas labores diplomáticas, tuvo la circunstancia imprevista que supuso una fortuna añadida al interesarse en mi caso un escritor argentino de apellido Borgia, que unos años antes también había caído en las redes magnéticas que la historia en cuestión también había ejercido en él.

El gran viaje comenzó en el puerto de Valencia desde donde me embarqué hasta la exótica Constantinopla. Escala que aproveché para conocer y admirar la ciudad con sus innumerables edificios entre los que destacaré la magnífica catedral de Santa Sofía. La siguiente escala me acercó a Odessa, donde tuve mi primera conexión con el mundo soviético, que si bien no aprecié en su totalidad, me sirvió para someterme a un profundo descanso, hospedándome en el mundialmente famoso “resort” Palacio Jusupovsky de Yalta. El edificio era magnífico, construido en estilo neorrenacentista italiano, poseía una entrada espectacular a través de una escalera cubierta en parte por un arco adornados con personajes de la mitología griega antigua. El palacio está rodeado por un jardín botánico espléndido y por piscinas y estanques que rivalizaban entre ellos en belleza y exotismo. El palacio se había puesto de moda por que su último dueño, el príncipe Yusupov, era el padre de Felix Yusupov, uno de los homicidas directos del pope Rasputín.

EL “confort” del hotel había disminuido en los últimos años y ya no era visitado por los aristócratas de toda Europa, sino que estaba habitado por miembros del partido comunista y parte de él se dedicaba a oficinas judiciales y al alojamiento de un escuadrón de caballería del Ejercito Rojo. A pesar de este heterogéneo hospedaje mi estancia en el balneario fue relajante y restauradora de las fuerzas que me roban mi profesión y el recorrer de los años.

El viaje a Moscú, en tren, fue agotador, al cruzar las inmensas e inacabables llanuras ucranianas, aunque no me impidió ponderar las inmensas riquezas botánicas y zoológicas que constituyen el patrimonio de esta zona del mundo. Hacia el oeste los impresionantes Cárpatos fueron unos compañeros habituales durante gran parte del trayecto. Por otro lado los kobzares con sus bandurras distraían a los viajeros con sus cánticos tradicionales y los más recientes de la Revolución.

En la capital, una vez instalado, dediqué las mañanas a la investigación por la que había recorrido medio mundo.

Mis primeros pasos se dirigieron al Ministerio del Interior, donde más o menos, con censura o no, investigué, durante varias mañanas la vida de Basilio Kurdjukov. Todo hay que decirlo sin demasiada fortuna. Se trataba de uno de miles de muchachos que durante los años de la Revolución Roja habían surtido las filas del ejército revolucionario en la inmensa Rusia.

En vista de mis escasos avances en la tarea que me había llevado a Moscú, decidí ponerme en contacto con Victor Serge, que trabajaba en el recién fundado Comitern como traductor, editor y periodista. Había vivido unos años antes en Barcelona buscando una editorial que se encargara de la edición y distribución de los libros de la editorial rusa “Literatura Universal”. Máximo Gorki me había dado, por si la necesitaba, una carta de presentación para él. En estos momentos era un personaje importante, ya que estaba trabajando a las órdenes directas de Zinoviev, a la sazón presidente ejecutivo de la Tercera Internacional y teóricamente aliado de Trotski.

La entrevista la tuvimos en mi hotel, el Nacional de Moscú. Allí, tras las presentaciones le pregunté acerca de la carta de Kurdjukov, de mi posible acceso a ella y de la realidad de publicarla en mi periódico en Madrid.

Victor Serge se removió en su silla y mirándome a los ojos me respondió: Estimado amigo. Mis camaradas y amigos me tachan de claro y sincero. Señalo los defectos y las virtudes, los errores y los aciertos según los percibe mi razón y mi conciencia. Por eso voy a ser franco con usted porque si no lo fuera, perderíamos el tiempo los dos.

Desde 1917 me he sentido deslumbrado por la Revolución Rusa como tantos otros y me he convencido sin ningún tipo de religiosismo de que es el principio de un camino de emancipación de los obreros y las clases desfavorecidas. Pero la revolución tiene que estar englobada en tres principios fundamentales: La defensa del hombre, la defensa de la verdad y la defensa del pensamiento

Me temo que el tratamiento que se ha dado a la carta de Kurdjukov, como usted la llama, no atiende a ninguno de estos aspectos y es un claro indicativo de en lo que, sino se remedia, se va a convertir la Revolución Rusa.


¿Quiere usted decir que los ideales de su revolución están cambiando?, me atreví a preguntar con una voz tenue.

Traicionada, sí, convertida en un régimen totalitario donde la burocracia del estado está paulatinamente haciéndose con los mecanismos del poder y su oposición empieza a ser sinónimo de alejamiento, deportación y en algunos casos de muerte.

¿Quizá el señor Victor Serge está exagerando?, le repliqué.

Me alegraría que fuese así, pero no hay un mínimo de exageración. No solo está cambiando, sino que está siendo torpedeada desde dentro. Stalin ha comenzado las deportaciones al Gulag a los oposicionistas rusos y a los intelectuales. Todavía no se atreve con los revolucionarios extranjeros como Andreu Nin o yo mismo, pero nos está fabricando un Gulag en Moscú, donde los pertenecientes a la oposición de Izquierda, estamos cada vez más acosados y enmudecidos por los sicarios del aparato estatal, ya que utiliza los mismos métodos que la Okhrana, la policía secreta zarista.

Una gota de agua en el océano es “La carta”, el cuento al que usted se refiere. Sé que lo publicó Mayakovsky, en LEF en el año 24 o 25, firmado por un tal Babel. Dudo mucho que quede algún ejemplar todavía no mutilado de la revista, si así fuera me alegraría mucho por usted.

Tras la despedida me di un largo paseo por el centro de Moscú, acercándome al Kremlin, donde a esa hora de la mañana bullían de actividad las fortificaciones y los edificios oficiales del corazón de la Unión Soviética. La inmensa plaza estaba continuamente habitada por grupos de soldados de las guarniciones, por civiles que se apresuraban por el frío a llegar a sus puestos de trabajo, por “mujiks” de todas las partes de la Unión y por vendedores de patatas asadas, arenques y de té caliente proveniente de los humeantes samovares.

Con intención de continuar mi búsqueda, me dirigí al segundo lugar donde podía encontrar alguna mínima información que me permitiera continuar mis pesquisas. Se trataba de la Biblioteca Nacional de Rusia. Cercana al Kremlin. La Biblioteca estaba en obras y tenía las trazas de austeridad que el constructivismo imponía a los edificios oficiales de Moscú.

Tras infructuosos esfuerzos por encontrar una revista no censurada de LEF, un usuario de la Biblioteca se me acercó una mañana y en un murmullo de voz me dijo. “El artículo que usted busca no está aquí. Durante estos últimos años han desaparecido miles de textos sin dejar huella. Muchos de ellos porque eran de autores conocidos y no afectos al régimen que impuso Stalin; otros por su ataque directo a la línea de flotación de las Instituciones Soviéticas. Y por fin otros, que nadie sabe porqué, a no ser por las ansias destructivas de los censores ante cualquier papel impreso. El relato que busca usted existe y yo puedo conseguirlo, para lo cual tendrá usted que abonar la cantidad que le muestro en el papel. Meta el dinero en un sobre y póngalo a nombre de Isaac Balmachov y dígale al recepcionista de su hotel que alguien vendrá a recogerlo. Esa misma persona dejará a su atención otro sobre con los documentos que usted busca.”

Cuando intenté replicar a la persona que me había hablado, esta se llevó el dedo índice a la boca y se fue alejando lentamente.

Más tarde en el hotel, cumplí a rajatabla las indicaciones del hombre de la biblioteca. Entregué el sobre al recepcionista y subí a mi habitación en espera de acontecimientos.

A la mañana siguiente pregunté en recepción si había algún sobre para mí en el cajetín y me informaron negativamente. Salí a dar un paseo y cuando, despreocupado crucé a la vuelta el hall del Hotel, el recepcionista llamó mi atención y me hizo entrega de un sobre dirigido a Carlos Soneto, es decir a mí mismo.

Con prontitud llegué a mi habitación y tras sentarme en un sillón abrí ceremoniosamente el sobre por un borde y me dispuse a leer una nota a la que acompañaba un número de la revista LEF con el artículo firmado por Babel y traducido por mí, a partir de mi poco matizado ruso.

“Estimado Señor. En este relato se narra la historia de una venganza entre padre e hijo. La venganza queda justificada por la conducta del padre, que no duda en matar la sangre de su sangre. Por ello el hijo puede matar a su padre de modo vengativo, de manera que no se percibe juicio alguno de censura.”

La carta decía así:

“Querida mamá Eudokia Federovna:

En las primeras líneas de esta carta me apresuro a informaros que gracias a Dios estoy vivo y sano y que deseo saber lo mismo de Usted. Y también le saludo profundamente con la cabeza inclinada hasta el suelo.

Amada mamá Eudokia Feodorovna. Mándeme lo que pueda según vuestras fuerzas y posibilidades. Le ruego que mate al cerdito con pintas y me envíe un paquete dirigido al Politotdiel del compañero Budienny, a Basilio Kurdjukov.

Todos los días voy a dormir sin comer y sin vestido, así es que tengo mucho frío. Puedo escribiros también que este lugar es paupérrimo.

En las segundas líneas de esta carta me apresuro a escribiros que papá ha matado a golpes a su hermano de usted Feodor Timofeich Kurdjukov hace un año. Nuestra brigada roja asaltaba la ciudad de Rostov, cuando en nuestras filas ocurrió una traición.

Papá estaba con Denikín como comandante de la compañía. Los que le han visto decían que portaba medallas sobre el pecho como se usaba bajo el viejo régimen. Y a causa de esta traición hemos sido hechos todos prisioneros y su hermano de usted Feodor Timofeich ha caído bajo los ojos de papá. Papá comenzó a golpear al tío diciéndole: bestia, perro rojo, hijo de perra y otras cosas. Y comenzó a golpearle hasta que vino la noche, hasta que el hermano Feodor murió. Yo os escribí entonces para deciros que vuestro hermano Fedia yace sin cruz. Pero papá me sorprendió con la carta y me dijo: sois de vuestra madre, sois de su misma raíz de prostituta, pero yo soy el que la ha fecundado y lo haré todavía, mi vida está arruinada, por la verdad destruiré mi simiente y otras cosas.

Con estas palabras decidí huir a la primera ocasión que tuviera y así lo hice. De Voronez os puedo decir, amada madre Eudoxia Fedorovna, que es un pueblo magnífico. Será más grande que Kranodar, los hombres son muy hermosos y los riachuelos muy adecuados para los baños.

En este tiempo Semion Timofeich, quería ser, por su temeridad comandante de todo el regimiento y el compañero Budienny dio una orden y recibió dos caballos, buen vestuario, un carro separado para el equipaje y la condecoración de la bandera roja. Yo era considerado como su hermano. Ahora si algún vecino se permite ofenderos, Semion Timofeich le podrá desollar sin más ni más.

Cuando mi padre huyó descubrimos que vivía de incógnito en casa de un vecino. Montamos a caballo y caminamos doscientas verstas, yo, el hermano Senka y los voluntarios del campamento.

¿Y qué cosas vimos en la ciudad de Maikop?. Vimos que los retrovías no simpatizan con el frente y que en todas partes se encuentra traición y una banda de judíos, como bajo el viejo régimen. Semiom Timofeich ha reñido mucho en la ciudad de Maikop con los judíos porque estos no querían entregar a papá y lo habían encerrado en una prisión bajo llave, diciendo que había llegado orden del compañero Trotski de no matar a los prisioneros: Nosotros lo juzgaremos, no os molestéis, recibirá el castigo que merece. Pero Semion Timofeich se salió con la suya. Demostró que era el comandante del regimiento y que el compañero Budienny le había otorgado todas las condecoraciones de la bandera roja y amenazó con acabar con todos los que discutían por papá y no le entregaban.

Cuando conseguimos apresar al padre nos dijimos: “¿Se encuentra bien en mis manos, padre?”. “No, dijo, me siento mal”. Entonces Senca preguntó “¿Y Feodor se sentía bien en sus manos cuando le cortaron en pedazos?”. “No, respondió, Feodor estaba mal.”. Entonces Seka preguntó “¿Y no ha pensado, padre, que también usted estaría mal?”. “No, dijo el padre, no he pensado que estaría mal.”

Luego Senka, se volvió a los hombres y dijo: “Yo creo que si hubiese caído en manos de los vuestros no habría tenido salvación. Ahora, padre, acabaremos con usted.”

Tiomofei Radionovich comenzó a injuriar descaradamente a Senka con insultos a la madre y a pegarle en el rostro. Semion Timofeich me mandó fuera del patio. De manera que no puedo, querida madre Eudoxia Feodorovna, contaros como ha muerto papa, porque no estaba presente.

Con estas noticias me despido de usted, amada mamá saludándola con la cabeza inclinada hasta el suelo.

Su hijo, para siempre Basilio Kurdjukov.”

Babel.

En otra nota anexa, escrita a mano nerviosamente alguien había escrito recientemente “Esta es la carta de Kurdjukov. Ni siquiera una sola palabra ha sido cambiada. Cuando terminó su redacción, el tomó la hoja escrita y se la escondió en el pecho, sobre la carne desnuda.”

“Kurdjukov, le pregunté, ¿era malo tu padre?”

“Mi padre era un perro, me respondió sombrío.”

“¿Y tu madre es mejor?”

“Mi madre puede pasar. Si quieres verla aquí esta nuestra familia.”

Me tendió una fotografía. Estaba ahí la imagen de Timofeich Kurdjukov, un militar de anchas espaldas, con una gorra de servicio y con la barba bien peinada, con los pómulos amplios, inmóvil, la mirada chispeante en ojos sin color ni expresión. Junto a él, en un silloncito de junco estaba sentada una campesina muy pequeña con una blusa ancha y un rostro enfermizo de líneas claras y tímidas. Y cerca del muro, sobre el mísero fondo fotográfico provinciano con flores y con palomas, se erguían dos jóvenes monstruosamente altos, obtusos, de anchas caras, de ojos salientes, petrificados, como estaban durante los ejercicios los dos hermanos Kurdjukov, Hedor y Semion.


Me levanté y marque en el teléfono el número de recepción. “Digame”, respondieron.
“Reserveme billete para el tren de Paris para mañana por la mañana”, contesté.

“¿A nombre de quien?, si es tan amable.” Volvieron a responder.

“De Carlos Soneto.”

A la mañana siguiente hice mi equipaje, pagué la cuenta del hotel y me dispuse a dar el último paseo por Moscú. Tras comer pedí un auto en la recepción del hotel y esperé que me bajaran el equipaje. Una vez sentado le dije al taxista: “Estación de Leningrado.”

Una vez instalado en mi coche-cama me dispuse a colocar coherentemente mis notas hasta que el sueño me invadió lenta y suavemente.

El tren me hacía partícipe de la inmensidad de Europa. Tras cruzar la inconcebible estepa rusa fuimos acercándonos a nuestro destino. Varsovia, Berlín y por fin París.

Y en la estación de Austerlitz y una vez instalado en la habitación me dirigí hacia el Wagon Restaurant y ocupé una mesa. Al momento un caballero de unos treinta años y con una imagen harto bohemia, se dirigió a mi mesa y me acertó a decir “ Bon soir, monsieur.“Bon soir”, le contesté.

“¿Il est occupé?. No il n´est pàs occupé. Asseyez-vous, s´il vous plait”

“Usted es español,” me dijo, “Si no le importa hablaremos su hermosa lengua”. “Como usted quiera”, le respondí, sonriendo atentamente ante el elogio.

“Mi nombre es Benjamín Peret de Rezé y soy escritor pederástico”, se presentó. ¿Pederaástico:::::? le inquirí. “Si pederástico y disentérico. ¿Disentérico…..? Si, disintérico, además pronto me iré a vivir al Brasil. Le voy a recitar un poema al que titulo “prueba formal” que le demostrará que no le engaño.”

El caballero ensanchó su pecho para tomar aire y comenzó:

Sabes tu morir sin el permiso del nadador
Si respondes sí
Tú eres el hombre anunciado por la ley
El hombre audaz de labios de elefante
El mentiroso puesto a prueba por el hierro y el fuego
El sabio demoníaco que convertirá el mundo en hilos de sangre
El infierno de pez en donde caerán los seres milagrosos
Que encuentras cada tarde al salir del teatro
Minas de sal
Avenida decorada con flores silvestres
Tormenta sexual
Para disuadir a los conquistadores de la Gran Rueda.

“¡Et voilá¡,
¿le recito otro?”

“¡No, por favor¡, le dije seriamente.”

Mis amigos me llaman “el imposible Benjamín” continuó sin inmutarse. Todo por haber defendido mi tesis “Muerte a los polis y a los campos de honor”, contra todo acontecimiento que propugne un compromiso con nada ni con nadie. Mire, en 1917, siendo yo todavía muy joven, pinté de verde una estatua en una plaza de Nantes. El enfado de mi madre fue tal que al día siguiente me enroló en el ejército para combatir en el frente. Ni que decir tiene que no volví a hablarle en el resto de su vida, e incluso de una estrofa de la Marsellesa saqué la inspiración para mi relación posterior con ella. De “al hierro candente batir de repente” pasé a la convicción de que “hay que pegar a la madre mientras ella sea joven”

“¿Le he contado que soy escritor disentérico?. ¡Oh sí¡. Me ocurrió durante la guerra en la lejana Salónica donde se batía mi Regimiento. Aparte del profundo malestar que me producía ser soldado en una guerra contra los turcos, contraje una disentería de la cual casi no salí vivo. Más tarde me resarcí y desempeñé el papel del Soldado Desconocido. Mi única frase era “¡Estoy muerto¡” “¡Ich bin kaput¡.” Después salía de escena imitando el paso de la oca. Como se montó un gran escándalo, me quisieron afiliar al PCF, pero yo me negué porque sus periódicos en Francia eran todos de la policía rusa. Luego mis amigos se dieron de baja también y a algunos les expulsaron de la URSS.”

Le dejo, estamos llegando a Tours, adiós.

Adiós, le contesté como si despidiera a un habitante de Marte. Creo que los españoles no estamos preparados para mantenernos durante mucho tiempo fuera de nuestro país.

Después recreé en la memoria a algunos de mis amigos y conocidos de España y pensé que quizá fuera nuestro país el culpable de nuestra falta de preparación, después, tras la reflexión quedé convencido de que nadie está preparado para comprender a nadie.

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