lunes, 5 de noviembre de 2007

90 minutos. van morrison




Van Morrison suele estar inmenso. Y eso ocurre sin necesidad de que se haga sangre en cada concierto. Lo fascinante del irlandés es la sobrada facilidad con que su toque mágico enciende cada rincón de la música. La publicación sucesiva de dos discos recopilatorios –“At The Movies” y “Still On Top”- marca el momento actual.

La actuación en el Palacio de los Deportes de la Comunidad ha sido la vez que Van ha conseguido congregar más público en Madrid. Siempre se espera la sorpresa en cada cita con artistas de tal magnitud, pero la sorpresa en este caso está en la ausencia de aspavientos para comunicar, en la renuncia premeditada de todo alarde y exceso.

Van interpreta las canciones que le apetece, sean o no esos éxitos que el público tanto reclama. La grandeza está en cantar de maravilla como si no pasara nada. La versión del blues “St. James Infirmary” fue modélica, con Morrison haciendo flotar su saxo alto en la plenitud de una visión totalmente sibarita del jazz de Nueva Orleáns. Todos los arreglos rezumaban la creatividad de un espíritu poseído por el buen rollo. La voz sonó siempre todopoderosa, tanto en el rebuscarse hacia dentro de “Moondance” como en el country agraciado de “Bright Side Of The Road”.

Parece que el embozado tipo de las gafas oscuras y el traje negro se siente feliz. Hay que celebrarlo. Karen Hamill y Katie Kisson ponen unos coros de gloria. La “steel guitar” y el banjo de Sarah Jory ofrecen una especial medicina curativa. Todo es milagroso en el bendito carromato de nuestro “medicine man”. Ya afirmó Marianne Faithfull que la única diferencia entre Dios y Van Morrison es que Van sí se pone al teléfono, te responde cada vez que le llamas. El tiempo que dure la conversación es otra cosa. La otra noche, 90 minutos justos.

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