domingo, 14 de junio de 2009

¡Gilorios del mundo, uníos! la portuaria david byrne



Actualizaciones La Lucha Final 2009


Para Marx y Engels, a la hora de escribir, en 1848, el después llamado (para simplificar) Manifiesto Comunista (Manifest der Kommunistischen Partei), la consigna del momento era “¡Proletarios de todo el mundo, uníos!” (Proletarier aller Länder, vereinigt euch!). Pero el lenguaje, más bien el habla, debe acompasarse con la mudanza de los tiempos. Aunque la estructura profunda del enunciado siga siendo la misma, el necesario toque de actualidad es imprescindible.

Hoy pocos serían los dispuestos a reconocerse en el sustantivo “proletario”, palabra culta esta que quizá resulte de más difícil comprensión a los verdaderos proletarios de nuestro tiempo: los trabajadores inmigrantes. Me sangra la oreja con esa música insufrible: Proletario lo serán tus muertos, pringao, antiguo, residual, tonto del culo, rojo de mierda, que no te enteras de ná… A los inmigrantes con un trabajo subprecario (o en el angustioso, peligroso o suicida trance de romperse el culo por conseguirlo), el palabro todavía más preciso “lumpenproletariat”, sin duda, les parecerá un insulto, o algo peor: un amenazante y maligno estigma médico de los países ricos. Distinguir a otros con lo que no queremos para nosotros es la base del pensamiento y la mecánica del clasismo en las sociedades preindustriales, industriales y posindustriales. ¿Tenemos los bendecidos por la cuna de la grandeza de la democracia y el “estado del bienestar” un gen hereditario? Adoptar esta cerril impostura es la cara más dura del racismo hipermoderno. Un privilegio a todo morro, quieto aquí parao, en Calasparra, en Manhattan y en Berlín.

El sueño final de los trabajadores siempre será no trabajar, ni por cuenta ajena ni por cuenta propia. Por la cuenta que nos tiene, no queremos trabajar. Tenemos rabiosamente interiorizado que no queremos dar un palo al agua. El trabajo es una condena que no queremos para nosotros. Pero alguien tiene hacerlo. Pues que lo hagan otros. Y, entre el aperitivo y el postre, lo que acabamos haciendo casi todos es currar. Porque hay que comer. Y trabajamos por lo que sea y como sea, negando ser lo que somos: unos putos currantes. Somos así de gilorios. La lucha de clases es una evidencia, pero nos conformamos con el cuento chino del “estado del bienestar”. Bien, el “estado del bienestar” se está yendo por el sumidero. Mal está que tengamos que doblar el lomo para el enemigo, pero por qué no hablamos claro.

Actualicemos a Marx y Engels:

¡Gilorios del mundo, uníos!
Idiotaren aller Länder, vereinigt euch!

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