viernes, 9 de noviembre de 2007

"Gominolas", menudo empalago


Si esta serie funciona, ¿escucharemos fuera de sus fronteras y en cualquier momento la petarda canción de “Gominolas”? Qué desazón. Este daño colateral puede resultar insufrible. La promoción ha sido más admirable que la visión del primer episodio. Más de tres millones de espectadores se comieron el caramelo. Un asunto empalagoso. Veremos qué juego da la añoranza del discutible pasado de haber pertenecido a un grupo infantil de éxito en tiempos de la movida, aquellos voraces años del todo vale en medio de un trasiego de canciones de excursión.

A los personajes de “Gominolas”, después de aquel pueril espejismo, les ha ido francamente mal. La voz en off de una gominola muerta de un pasón es la conciencia crítica de estos treinteañeros. Con la natural compasión, esta voz, a la manera de aquel exquisito cadáver de “El crepúsculo de los dioses”, se interroga sobre el drama de los juguetes rotos: “¿Dónde van a parar cuando apagas la tele?”. Y surge la pregunta contraria: ¿A dónde iremos a parar los espectadores con esta espesa mezcla de tragedia y comedia? Los famosos de antaño también tienen su corazoncito, deberían conmovernos. No sucede. Si los chistes fueran buenos, no habría problema. Si las frases fueran ocurrentes y no parlamentos redichos, la funesta manía de pensar se activaría.

En aquella onda tan celebrada de “El otro lado de la cama”, los personajes cantan, cantan muy malamente. ¿Tiene gracia que Bruno, duro trance para Arturo Valls, se gane la vida como pilonero polisexual? El humor juega la baza de lo presuntamente atrevido, casi explícito. ¿Tiene gracia?
De momento, poca.

Publicado en Público

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