miércoles, 28 de abril de 2010

Robert Fripp, las esporas de la doctrina



En pie, frippertrónica legión: el maestro ha venido a Madrid, al teatro Haagen-Dazs Calderón. Ahora hay ricos helados donde antaño lo tenía rubio y caliente Addy Ventura. El signo de los tiempos. Células pequeñas, autogestionarias e inteligentes, vuestra es la sinapsis. La secta parece, más que reproducirse, alimentarse por esporas, ondas que vibran en la misma frecuencia. Otra mutación, nada más. La doctrina, para ser eficaz, ha de ser breve. Puntualidad nada compasiva. El concierto empezó con rigor de metrónomo y una anomalía: cuatro técnicos salieron a escena para recitar en castellano (dijeron), inglés, francés y alemán las normas de debida compostura. Luego, al unísono repitieron el mismo discurso en las cuatro lenguas a la vez: la redundancia como significante es importante para Robert Fripp. Adquiere significado en si misma, es fuente de intensidad: lo de la guitarra como pileta de fundición para metales aéreos. A fin de cuentas, si hay aliteración, hay música. La asociación con el jazzista Theo Travis y sus vientos, más que a las músicas new age, implica a las religiones new age. En este caso: una especie de leninismo cienciológico. Fripp lleva las trazas ping pong del amado líder, con un matiz jesuítico de doctor en estudios gramscianos. La música se hace pocas veces obvia fuera de ese mundo de ondas oleaginosas en evolución estática. Es palpable el daño que en todas partes hace el dichoso adagio del maestro Rodrigo y su Concierto de Aranjuez. Un frío sentimentalismo es indispensable en toda representación kitsch. También los cuentos noruegos de Edvard Grieg y su Peer Gynt al encuentro del rey de la montaña. No faltan unas brisas, algo claustrofóbicas, a lo Paul Winter. Todo muy conceptual y subrepticio. Hay partes de psico-thriller: trizas de Penderecki para después de un asesinato. Sin otros sobresaltos, la terapia funciona. Frippertrónicos del mundo, dispersaos: sólo así perduraréis.
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sábado, 24 de abril de 2010

El precio de Joaquín Leguina



"En cualquier caso, ha quedado bien claro que en los dos bandos se practicó una enfurecida limpieza étnica", afirma hoy Joaquín Leguina en El País.

La memoria (más histérica que histórica) tiene un precio: 72.000 euros anuales cobra Joaquín Leguina en calidad de miembro del Cosejo Consultivo de la Comunidad de Madrid. Las amistades peligrosas con Esperanza Aguirre no salen gratis.

sábado, 17 de abril de 2010

San Garzón de los Muflones



Una certeza: el asunto San Garzón de los Muflones terminará como ha empezado, con una chapuza. Ocurre en muy contadas ocasiones que los jueces se salten a la torera el autoprotector mandamiento corporativo: una toga no hace un siete con el descosido de otra toga. Para el resto de los mortales: perro no come carne de perro. Todo un espectáculo -con modelo narrativo basado en nuestros tradicionales esperpentos nacionales- contemplar a la jauría del Tribunal Supremo abalanzarse sobre esta pieza de caza mayor: Baltasar Garzón. Los ingleses tienen la caza del zorro. Garzón tenía (a mal, para los no cinegéticos) la caza de los pobres muflones. El Tribunal Supremo tiene a bien la caza de Garzón.

El juez que empapeló al sanguinario Pinochet súfrase hoy convertido en carnaza por obra y gracia de la denuncia presentada por un pingo de sindicato policial, Manos Limpias, y unos fascistas con camisa vieja fin de temporada y añil avance de temporada, Falange Española. El mundo se asombra. Una vez más, España dando el peor y más rancio espectáculo de sí misma: la charlotada nacional. Al guardia civil que sabe lo que no es jazz, a los curas pro vidorra chupabraguetas y el bombero torero, ahora viene a sumarse la faena Garzón, encerrado él solo con tres toros tres: el pastueño morlaco Botinero, el berrendo colorado Histórico Memorioso y el maldito cardenero Gürtel.

Como suele pasar en España -y tal vez en todas partes- las cosas suceden brutalmente delante de nuestros ojos, pero explicarlas, al detalle o a bulto, es un lío de cojones. La claridad nos deja ciegos. Y más si anda por medio con sus ejemplares apariciones San Garzón de los Muflones, que antaño quiso ser ciclista socialista para luego escaparse del pelotón con maillot del jabón Gal y volver al equipo colorao judicialista, haciéndose el amo de la pista, haciendo juegos malabarísticos con mediáticas togas y demás puñetas.

Parece evidente que la sonada del Tribunal Supremo para emplumar al Salteador de los Muflones, simple como el mecanismo de un cubo (de la basura) -y aunque parezca trivial-, procede de la voluntad de venganza de los cien mil enemigos del santo Garzón, afrentados o por mera envidia de su notoriedad, que han ido acumulando bilis en los últimos veinte años. El cielo nos coja con la muda limpia. A la cabeza de esa tropa de enemigos está el aparato policial-judicial del PSOE – el clan de Chamartín y asimilados, por la parte policial; y los magistrados Robles y Varela, por la judicial-. ¿Qué extraño papel juega aquí el recortable De La Vega?

Aquellos compañeros de francachelas para la democracia se han aplicado en esperar su delicadeza, sabiendo que un tipo tan poco escrupuloso técnicamente acabaría metiéndola hasta los corvejones. Una falta leve, o incluso grave, habría estado en cualquier momento a su alcance, dadas las continuas chapuzas que cometía el muflonero, pero eso no bastaba. Había que endilgarle una prevaricación y echarle del gremio y del corral, quizá meterle en el chiquero.

Fue cuando Garzón se autodeclaró competente (¡no iba a hacerlo, Él, el Cazador Justiciero con aspiraciones a Primera Escopeta Nacional e Internacional!) para investigar los crímenes franquistas, cuando los del pimpampúm te empapelo que te doy pal pelo decidieron que, por fin, había llegado la oportunidad. Los muy zoquetes, cegados por el olor de la sangre odiada, no comprendieron en la que se estaban metiendo. Cargarse a un juez que pretende investigar los horrores del franquismo apoyándose en una denuncia de Falange: ¡Hostión Supremo! Demasiado para un segmento de la población minoritario pero numeroso: aquellos que tienen -digamos- un imaginario, más sentimental que intelectual, de izquierdas. Demasiado lo que han tenido que tragar de un Estado y un régimen posfranquista, borbonítico, frikista y democrático. Atados y bien atados, maniatados, nos dejó el Criminalísimo. Y así seguimos. Ilusos de nosotros, siempre comparsas. Ahora es tiempo de sainete: un egótico megalómano como San Garzón de los Muflones convertido en el símbolo de la resistencia frente al neofranquismo rampante. Y los muertos en las cunetas. Los torturadores y asesinos, culpables de delitos contra la humanidad, tan impunes.

Un actor, Juan Luis Galiardo, ha dado en el clavo: “Hay que aumentar la asistencia siquiátrica. El Tribunal Supremo necesita mucha asistencia siquiátrica. El Parlamento también necesita mucha asistencia siquiátrica”.

Un último adorno: el abogado defensor de San Garzón de los Muflones asegura que los actos de protesta popular en favor de su defendido, en realidad, le perjudican. La otra vuelta de tuerca de tanta sinrazón en nuestro sistema judicial es que cuando un juez se siente cuestionado y presionado hace justo lo que resulta más injusto: más sangre con el acusado. Donde la justicia se resume en que el juez hace lo que le sale de los cojones. O de los muflones.

Manuscrito encontrado en Santa Bárbara Pub

martes, 13 de abril de 2010

14 de abril... haciendo memoria: dos y dos son cuatro



"Espero que no salgamos con la vergüenza de ver condenado a Garzón por perseguir el franquismo, la corrupción y por ser un juez justo". El ex fiscal anticorrupción del Estado Carlos Jiménez Villarejo ha resumido el sentir de los miles de asistentes que han defendido al juez Baltasar Garzón en el acto convocado por los sindicatos CCOO y UGT en apoyo al juez de la Audiencia Nacional.

Después de que el Tribunal Supremo decidiera sentar en el banquillo de los acusados a Garzón por tratar de investigar los crímenes franquistas, los sindicatos han convocado una acto de apoyo al magistrado en la Universidad Complutense de Madrid.

En un salón de actos abarrotado, Villarejo ha realizado un discurso contundente contra el Tribunal Supremo. "La admisión de las querellas [de Falange, principalmente] es una falta de respeto a las víctimas del franquismo, un instrumento para favorecer el fascismo en España". Ha apuntando a la cabeza del Supremo, cuyos miembros "han estado" en las altas esferas del régimen, en su opinión. Han sido "cómplices" de sus "torturas", ha sentenciado.