jueves, 29 de julio de 2010

África traicionada, la inmensidad genocida



África traicionada

Cortando la hemorragia de capitales se lucharía mucho más eficazmente contra la pobreza que instituyendo los programas de ayudas que sólo son parches, puesto que no cuestionan los mecanismos que generan la pobreza.

Por Damien Millet. El Corresponsal de Medio Oriente y África

Los dirigentes de los países de África, incluso cuando han sido elegidos, en primer lugar son "protegidos" de las multinacionales y las finanzas mundiales. Así, esos países están dirigidos por personas que se alían con grandes potencias, redes mafiosas o grandes empresas estratégicas. La Francáfrica, analizada minuciosamente por François-Xavier Verschave y la asociación Survie (1), tiene buenos discípulos que se eternizan en el poder y sirven los intereses de quienes les permitieron acceder a tan altos puestos: Blaise Compaoré en Burkina Faso (verdugo de Thomas Sankara), Paul Biya en Camerún, Denis Sassou Nguesso en el Congo (verdugo de Marien Ngouabi), Eyadema Gnassingbé en Togo (2) (verdugo de Sylvanus Olympio), Omar Bongo en Gabón, Idriss Déby en Chad o Zine el-Abidine Ben Ali en Túnez.

Esta red de intereses inconfesables se refuerza con algunos recién llegados, por ejemplo François Bozizé en la República Centroafricana, Joseph Kabila en la República Democrática del Congo o Mohammed VI en Marruecos. Otros dirigentes están controlados por los Estados Unidos, como Paul Kagamé en Ruanda, Yoweri Museveni en Uganda, Olusegun Obasanjo en Nigeria o Marc Ravalomanana en Madagascar. A veces saben aparentar hábitos democráticos, pero las elecciones regulares y el multipartidismo pueden ser, perfectamente, una simple coartada.

Siempre son los intereses económicos los que arrastran a Abdoulaye Wade en Senegal, Amadou Toumani Touré en Malí, Mamadou Tandja en Níger, John Kufuor en Ghana o Thabo Mbeki en Sudáfrica. Algunos de ellos, como Mwai Kibaki en Kenya o Levy Mwanawasa en Zambia, consiguen suscitar durante algún tiempo la esperanza de un nuevo estilo.

Sólo algunas voces discordantes, que no son habituales ni mucho menos, se oyen realmente, como la de Robert Mugabe en Zimbabwe, marginado por la comunidad internacional por haber avalado la expropiación forzosa de grandes propiedades agrícolas de los blancos.

Generalmente, muchos de estos poderosos declaran que aman a África, que la apoyan, que la ayudan; está de moda. Pero no debemos fiarnos porque, en el fondo, todos traicionan a los pueblos africanos: las grandes potencias del Norte, que siempre imponen medidas que sirven a sus propios intereses geopolíticos y comerciales; las clases dirigentes africanas que siempre optan por pisotear el desarrollo de las poblaciones para aumentar su propio poder y acatar la voluntad de sus protectores. Económica, comercial, medioambiental, humana… detallamos esa traición en sus múltiples aspectos.

Las mentiras del discurso oficial

El ciudadano poco curioso que sólo tiene acceso a las informaciones superficiales de los medios de comunicación, controlados por poderosos grupos de prensa, está convencido de que la salud económica de los países del Sur está mejorando. Si creemos al Banco Mundial, la pobreza disminuye a toda velocidad. Si creemos a los gobiernos de los países industrializados, la generosidad inunda el mundo y la ayuda que se entrega a los países pobres es considerable y beneficiosa. Si creemos al FMI, el crecimiento mundial es ilimitado y los países del Sur van a exportar cada vez más productos tropicales a precios cada vez más interesantes. ¡Mentiras! Bajo esa parte emergente y sesgada, el iceberg de la deuda y la pobreza permanece de forma masiva. La traición mediática está perfectamente resumida en un artículo de Michael Holman en el muy liberal Financial Times:

«El egoísmo y la complacencia de los gobiernos occidentales, los donantes de ayuda y las almas caritativas, esconden al mismo tiempo la gravedad de la crisis y la ineficacia de las políticas que se llevan a cabo para detener el hundimiento del continente [...] ¿Qué crédito se puede conceder a los números que presenta el Banco Mundial sobre Malí, Malawi o Mozambique, ya se trate del número de aparatos de radio por 1.000 habitantes o de la tasa de alfabetización? A menudo se basan en viejas extrapolaciones que datan ¡de hace varios decenios! (…) La situación de África, estoy convencido, se sigue deteriorando, aunque las condiciones en las que trabajan los periodistas, diplomáticos y donantes, sin duda han mejorado. Los aviones son más confortables, los ordenadores y teléfonos móviles facilitan las comunicaciones, los 4x4 son más seguros y los hoteles atienden mejor nuestras necesidades. Pero estas mayores comodidades son, exactamente, un engaño. Si observamos a África desde este caparazón, efectivamente, podemos tener la impresión de que las cosas van mejor» (3).

Los gobernantes de esta África sometida y mutilada no hacen más que ejecutar las órdenes del capital internacional. Implícitamente están encargados de marcar el paso a sus pueblos para encajarlos en la globalización neoliberal que reina sin rival en el mundo desde la caída del muro de Berlín, a principios de los 90. Los presidentes elegidos democráticamente no escapan de la norma. En Malí, por ejemplo, donde la elección de Alpha Omar Konaré en 1992 y después la de Amadou Toumani Touré en 2002, se ponen como ejemplo en todo el continente, la declaración de la ex ministra de Cultura de Konaré, Aminata Traoré, no deja lugar a dudas: «Si el derecho de vigilancia y control que los miembros de las sociedades civiles africanas pretenden ejercer sobre sus dirigentes se impugna, en primer lugar, por las dos poderosas instituciones de Bretton Woods, la corrosión, en el ámbito local, se deja en manos de los gobernantes» (4).

Recompensar la corrosión

La corrupción es la recompensa de esa corrosión. Los poderosos consienten las malversaciones con ese fin. Incluso las alientan, puesto que las multinacionales establecidas en el Norte han podido beneficiarse de deducciones fiscales por las sumas repartidas bajo cuerda a los responsables extranjeros (5). La «Convención para la lucha contra la corrupción de funcionarios públicos extranjeros en las transacciones comerciales internacionales» sólo existe desde noviembre de 1997, y no entró en vigor en Francia hasta septiembre de 2000 (6). No cabe duda de que el mismo método, que se ha vuelto más discreto, todavía funciona y sigue alimentando las campañas electorales del Norte y las cuentas secretas de los paraísos fiscales.

¿Qué presidente de cualquier país industrializado ignoraba que Mobutu era un dictador corrupto? ¿Cómo se puede imaginar que el presidente del Banco Mundial o el director general del FMI ignoran que los pueblos africanos no se benefician en absoluto de las riquezas de sus países? ¿Por qué la gran mayoría de los dirigentes africanos perpetúan el sistema actual? ¿La corrupción es el factor determinante? ¿Por qué no se niegan a reembolsar la deuda externa? ¿Cómo puede aceptar un jefe de Estado digno de este nombre sacrificar hasta este punto el desarrollo humano de su país si no es, precisamente, porque consigue un beneficio?

Si lo analizamos, es obvio que la corrupción es el sistema. La deuda, la pobreza y la corrupción están imbricadas. La corrupción no sólo es un crimen cometido por unas pocas ovejas descarriadas de las que bastaría con librarse. Es inherente al sistema tal como se ha establecido, que conduce de forma natural a la acumulación de capitales por las clases dirigentes de los países del Sur y su posterior evaporación en dirección al Norte gracias a la ingeniería de los expertos financieros y los bancos privados. El dinero de la deuda es uno de los principales motores de esta burbuja financiera, discreta pero efectiva. Los dirigentes africanos reembolsan la deuda porque tienen un interés personal en que su país siga pagando. La corrupción es el aceite que engrasa el mecanismo actual de dominación para que no se detenga.

El resultado es la pobreza.


El argumento según el cual la anulación de la deuda necesariamente beneficiaría a los dictadores y corruptos existentes sólo sirve para protegerlos: la anulación, junto con medidas drásticas de redistribución de la riqueza, permitiría financiar el desarrollo sin recurrir al endeudamiento y, bajo el estricto control de las poblaciones locales, sus organizaciones y sus parlamentos, permitiría, por fin, luchar contra la corrupción eliminando su motor principal. Y cortando la hemorragia de capitales se lucharía mucho más eficazmente contra la pobreza que instituyendo los programas de ayudas que sólo son parches, puesto que no cuestionan los mecanismos que generan la pobreza.

Corrupción, la ventaja comparativa de Nigeria…

Algunas cifras y algunos ejemplos permiten entender mejor el fenómeno. Según la ONG Transparency International, en un informe publicado en julio de 2003, «sólo en el continente africano, la magnitud de la corrupción supone una sangría de 148.000 millones de dólares al año sobre el conjunto de la economía» (7). Así, un tercio de la renta media de los kenianos pasa por los gastos vinculados a la corrupción.
El caso de Nigeria es emblemático. Primer productor africano de petróleo, ha estado gobernado entre 1993 y 1998 por un dictador llamado Sani Abacha. Mientras estuvo en el poder, Abacha exigía, especialmente para las concesiones públicas, las comisiones establecidas en las cuentas de negociantes cómplices a quienes reclamaba, a continuación, pagos o compras en su favor. Poco a poco se hizo la luz. La sociedad alemana Ferrostaal es sospechosa de haber participado en el sistema organizado por Abacha, igual que la francesa Dumez, convertida en filial de la multinacional Vinci, que habría pagado alrededor de 8 millones de dólares. La multinacional estadounidense Halliburton, antiguamente dirigida por Dick Cheney (vicepresiente de George W. Bush) e involucrada en la reconstrucción de Irak en 2004, también es sospechosa de sobornos a favor de Abacha. El importe de las malversaciones de Abacha durante su paso por el poder se estima en 5.000 millones de dólares. Tras su muerte, en 1998, se llevaron a cabo investigaciones a petición de las autoridades nigerianas. En septiembre de 2000 las autoridades suizas, milagrosamente, localizaron alrededor de 700 millones de dólares pertenecientes a Abacha, que aceptaron devolver a Nigeria en varias entregas. Al mismo tiempo reconocieron «actuaciones defectuosas» en 12 bancos, entre ellos el Crédit Suisse y el Crédit Agricole Indosuez (8). Las autoridades británicas, que reconocieron que sus bancos albergan por lo menos 1.300 millones de dólares, de momento se niegan a devolver el dinero a su legítimo dueño: el pueblo nigeriano. Las sumas efectivas devueltas hasta el momento por el Reino Unido son irrisorias.

Según la Comisión nigeriana de lucha contra los delitos económicos y financieros, el dinero público desviado de Nigeria (incluidas las comisiones) (9) y colocado en el extranjero, se estima en 170.000 millones de dólares (10). Pero no debemos pensar que es una prerrogativa de la época de Abacha. Por ejemplo, la justicia nigeriana sospecha que la multinacional francesa Sagem pagó casi un millón de dólares a siete altos funcionarios nigerianos en 2001 para conseguir el contrato de suministro de los documentos de identidad no falsificables, evaluada en 214 millones de dólares.
En otros lugares los ejemplos no son muy diferentes… En el pequeño Estado de Suazilandia, donde la situación alimentaria es muy insegura, el rey Mswati III ha derrochado 1.200.000 euros en la celebración de su aniversario; adquirió el coche más caro del mundo, fabricado por DaimlerChrysler y vendido por 500.000 dólares sin contar los accesorios, y regaló un BMW a cada una de diez de sus esposas. Sólo este gasto equivale al salario diario del conjunto de la población activa (11). De Frederick Chiluba, ex sindicalista y ex presiente de Zambia perseguido por la justicia de su país por malversaciones, a Teodoro Nguema Obiang, hijo del presidente de Guinea Ecuatorial y ministro de Estado encargado de las infraestructuras y los bosques, que se ha comprado el primer Rolls Royce del país, los que están cerca del poder no dudan en aprovechar su situación para acaparar las riquezas de sus países.

Hemorragia de capitales

Se podría creer que la miseria que reina en África se puede explicar por el hecho de que no produce suficientes riquezas. No es el caso en absoluto. Las riquezas existen, pero no se quedan en el continente negro, desaparecen sin beneficiar a los africanos. Se estima que en 1999, el 70% de las fortunas privadas nigerianas estaban invertidas en el extranjero (12). Según UNECA (Comisión de las Naciones Unidas para la Economía de África, N. de T.), la fuga de capitales es equivalente al PIB del África subsahariana y está vinculada directamente con la deuda:

«Según los últimos datos, referidos a 30 países, la fuga de capitales durante los últimos 27 años (1970-1996) fue de unos 187.000 millones de dólares. La fuga acumulada de los capitales, incluyendo los intereses imputados, ascendía, a finales de 1996, a casi 274.000 millones de dólares. Angola, Camerún, Costa de Marfil, Nigeria y la República Democrática del Congo registraron las fugas de capitales más altas (…). Según los datos disponibles, por cada dólar prestado a África, casi 80 centavos se añadieron en el mismo año a los capitales evadidos, lo que nos lleva a pensar que la deuda alimenta la fuga de capitales (…) Además, dicha fuga aumenta cada año alrededor de 3 centavos por dólar, que se añaden al importe de la deuda externa. Podemos concluir que los países africanos no se beneficiarán a largo plazo de las estrategias para el alivio de la deuda si no van acompañadas de medidas dirigidas a evitar un nuevo ciclo de endeudamiento externo y la fuga de capitales» (13).

El importe total de los capitales de origen africano colocados en el extranjero es, pues, superior a la deuda externa de África, que el Banco Mundial evaluaba en 220.000 millones de dólares en 2003 (14). Eso significa, desde un punto de vista global, ¡que África es un acreedor frente al resto del mundo…! Es el colmo para el continente más pobre, pero se trata, finalmente, del resultado de la lógica del capitalismo que le ha puesto la soga al cuello…

Las fortunas privadas africanas son colosales en relación con el continente. Según el «Informe sobre la riqueza en el mundo 2004» (15) de las sociedades financieras Merrill Lynch y Cap Gemini, sobre los 7,7 millones de millonarios en dólares que se contaban en el mundo en 2003, 100.000 son potentados africanos y el importe total de sus activos financieros se estimaba en 600.000 millones de dólares. Es el triple de la deuda pública externa de África. Un impuesto excepcional sobre esa fortuna completaría perfectamente la anulación total de la deuda pública externa…
Por lo tanto el sistema, en realidad, es como sigue: por la explotación de sus compatriotas y de las riquezas naturales del continente, una pequeña minoría de africanos se enriquece y coloca su dinero en el Norte. Los economistas de todo el mundo han tenido la brillante idea de lamentar el ahorro insuficiente en el continente, que impide cualquier desarrollo financiado por la propia África. Entonces, el recurso que proponen es el endeudamiento externo, que erigen como método central de financiación para África. Por supuesto el reembolso de dicha deuda externa se convierte rápidamente en una prioridad para los acreedores, cuyos intereses son defendidos por el FMI y el Banco Mundial. Cuando un país está controlado por el FMI, entonces, los inversores extranjeros (entre ellos los africanos ricos) aceptan prestarle. Con su trabajo diario, los pueblos permiten al Estado reembolsar, participando en el enriquecimiento de los acreedores y en la aceleración del empobrecimiento sobre el terreno. En su lucha contra la pobreza, los autoproclamados expertos, con el Banco Mundial y el FMI a la cabeza, están totalmente equivocados, ya que pretenden financiar el desarrollo africano con capitales extranjeros, entre ellos los usurpados por las elites africanas y colocados en el extranjero. La única solución justa para el desarrollo de África es una auténtica redistribución de las riquezas producidas en el continente. La actual hemorragia de capitales constituye claramente una traición financiera de los africanos ricos a África.

Una bajada irregular de las cotizaciones

La traición comercial se ilustra por las injustas reglas del comercio y las ínfimas cotizaciones de las materias primas. La tendencia a la baja se acentuó por los planes de ajuste estructural que han agravado la vulnerabilidad económica, especialmente al desmantelar los sistemas de protección de la economía local y la regulación de los precios. Según el CNUCED (Centro de Coordinación de las Naciones Unidas para la integración del comercio y las cuestiones de desarrollo en los ámbitos de las finanzas, la tecnología, la inversión y el desarrollo sostenible, N. de T.):

«El libre juego de las fuerzas del mercado, asociado con la liberalización y la desregulación de los precios, se ha promovido como un mecanismo que garantizaría el reparto más eficaz de las riquezas y ganancias socioeconómicas. De esta forma se ha resquebrajado el concepto de estabilización internacional de los precios de los productos básicos» (16).

Así, entre 1997, año de la grave crisis económica del sudeste asiático, y 2001, las cotizaciones cayeron una media «del 53% en valores reales (…) Eso significa que los productos básicos perdieron más de la mitad de su poder adquisitivo en relación con los artículos manufacturados (17)». Las cifras del CNUCED permiten afirmar, por otra parte, que el África subsahariana es particularmente dependiente de los productos básicos, ya que suministran el 4,5% de las exportaciones mundiales de bienes primarios y únicamente el 0,6% de productos manufacturados. La inestabilidad de la economía se multiplica porque las cotizaciones en el mercado mundial pueden variar bruscamente:

«Para África, más que para cualquier otra región en desarrollo, la gran dependencia de los productos básicos para sus ingresos por exportación, significa que el continente permanece vulnerable a los vaivenes del mercado y las condiciones meteorológicas. La inestabilidad de los precios, debida principalmente a las bruscas variaciones de la producción y la oferta, la bajada secular de los precios reales de los productos básicos y su consecuencia lógica, la degradación de los términos de intercambio, acarrean consecuencias terribles en términos de pérdidas de beneficios, endeudamiento, inversión, pobreza y desarrollo (18)».


Los riesgos son todavía mayores con la especulación financiera que se ha desencadenado recientemente en los mercados de las materias primas: efectivamente, «en dos años, los fondos corrientes de inversión estadounidenses que se han invertido sobre las materias primas, se han multiplicado por veinte» (19).

Un «arábigo» muy negro


Tomemos el ejemplo del café, una producción muy importante en el este de África. El análisis confeccionado por Radio France Internationale (RFI) es esclarecedor sobre el abandono de los productores de café tras la liberación económica exigida por las instituciones internacionales y los dirigentes de los países más industrializados:
«Los precios del café, en este último mes de junio, están en su nivel más alto desde hace tres años, ha declarado el director ejecutivo de la Organización Internacional del Café, Nestor Osorio, en su informe mensual. Los productores podrían gritar victoria y descorchar champán si los precios no bajan. Hace tres años, efectivamente, la cotización mundial del café llegó a su nivel histórico más bajo, lo que sembró la desolación en las plantaciones de África, Asia y América latina. Desde entonces la recuperación es real, pero no es suficiente para garantizar a todos los productores una renta digna. Los únicos que obtienen buenos beneficios son los grandes tostadores, cuya parte del pastel no ha dejado de aumentar. Desde 1989 y el fin de los acuerdos internacionales que limitaban las cantidades exportables y estabilizaban los precios, la parte de los ingresos del café que revierte en los plantadores no ha dejado de disminuir en beneficio de los tostadores gigantes, Nestlé, Kraft o Sara Lee. Así, desde hace quince años, hay una transferencia de riquezas de los países productores, países del Tercer Mundo, hacia los países industrializados. Sin embargo, las medidas propuestas por la comunidad internacional para hacer frente a esta situación son mínimas. Se hacen ensayos, aquí o allá, de enseñar a los campesinos analfabetos a especular en el mercado mundial. En otras partes se les incita a abandonar el café por cultivos menos inseguros. Se acepta que no se puede hacer nada que tenga un impacto inmediato y permita una recuperación de las cotizaciones. Se ha impuesto la resignación general y los políticos han olvidado la palabra voluntad (20)».

¿Y el algodón?


Además del precio irrisorio de las materias primas, están las reglas injustas impuestas por las grandes potencias comerciales. Algunas se deben a la actuación de la OMC, creada en 1995, que extiende por todas partes donde puede políticas de desregulación económica forzosa, que consigue imponer, privando a los países en desarrollo de las herramientas para proteger sus economías (por ejemplo, las normas de estabilización de precios de ciertas materias primas). También es el resultado de decisiones unilaterales adoptadas por los países ricos que subvencionan masivamente su propia agricultura (alrededor de 300.000 millones de dólares al año) y prohiben a los países pobres hacer lo mismo. Todas esas reglas injustas, que por otra parte se han denunciado duramente en la Cumbre de Cancún (México), en septiembre de 2003, originan la catástrofe.

Veamos el ejemplo del algodón, que para más de 10 millones de personas en el oeste de África es la fuente principal de subsistencia. Cuatro países africanos que dependen de su producción (Malí, Burkina Faso, Chad y Benín), decidieron emprender una ofensiva en este sector y han denunciado ante la OMC las subvenciones de Estados Unidos y la Unión Europea a sus productores.

El algodón africano es más barato de producir que el algodón de Estados Unidos. A priori, se podría pensar que el algodón africano se impone en el mercado mundial liberalizado y que el sector del algodón estadounidense sufre… Pero los casi 4.000 millones de dólares de subvención anual que proporciona el gobierno estadounidense a sus productores (sin contar las subvenciones europeas a los plantadores españoles y griegos, del orden de los 1.000 millones de dólares) mantienen los precios del algodón artificialmente bajos y el algodón africano, de alta calidad, se tiene que malvender... En 2002, Brasil presentó una denuncia contra Estados Unidos ante el órgano de regulación de las diferencias (ORD), una especie de tribunal de la OMC. El 18 de junio de 2004 el ORD consideró ilegales las subvenciones estadounidenses para el algodón y Estados Unidos volvió a perder su apelación en 2005. Hay un alto riesgo de que la solución se negocie entre Brasil y Estados Unidos sin que los países africanos puedan influir, porque sólo son los terceros participantes en el marco de la denuncia. Según el CNUCED,

«La pérdida de cuotas de mercado del algodón y el azúcar se debe en gran medida a las subvenciones y el apoyo interno concedidos a los productores, menos competitivos, de Estados Unidos y Europa. Estados Unidos es el primer exportador mundial de algodón debido a las grandes subvenciones, que llegaron a 3.900 millones de dólares en 2001-2002, es decir, una cantidad que duplicaba la de 1990 y supera en 1.000 millones de dólares el valor de la producción total de algodón de Estados Unidos para la campaña, teniendo en cuenta los precios mundiales. Sin embargo, según las estimaciones del Comité consultivo internacional del algodón (CCIC), el coste de producción de una libra de algodón en Burkina Faso es de 0,21 dólares frente a 0,73 dólares en Estados Unidos. De lo que se deduce que los precios en el mercado podrían ser un 70% más altos si no existiera el apoyo público a la industria del algodón en 2001-2002 (…) El Banco Mundial estima que en 2002 el precio del algodón en el mercado mundial habría subido más del 25% sin las ayudas directas concedidas por Estados Unidos a sus productores nacionales. Por otra parte, numerosas estimaciones indican que en 2002 las subvenciones de Estados Unidos y la Unión Europea a sus productores de algodón originaron un déficit de ingresos de unos de 300 millones de dólares para África en su conjunto, es decir, más que el reembolso total de la deuda (230 millones de dólares) de nueve países exportadores de algodón muy endeudados del oeste y centro de África, aprobado ese mismo año por el Banco Mundial y el FMI» (21).

El algodón de los 25.000 grandes plantadores estadounidenses, por lo tanto, se subvenciona más del 100%, mientras los países africanos productores del oro blanco se hunden en la miseria…

Mercados inaccesibles

También en su informe de 2003 sobre «el desarrollo económico de África», CNUCED plantea el problema del acceso de los productores africanos a los mercados del Norte. Señala que el sistema establecido favorece la exportación por el Sur de productos brutos, sin elaborar, privándolos de esta forma de la mayor parte del valor añadido. También en este caso las reglas favorecen a las grandes empresas comerciales del Norte:

«El acceso a los mercados sigue siendo difícil (…) En lo que se refiere al cacao, los derechos de aduana inciden en los productos brutos, intermedios y (finales) que son, respectivamente, el 0,5%, 9,7% y 30,6% en la UE, y el 0%, 0,2% y 15,3% en Estados Unidos (...) El precio que paga finalmente el consumidor está ‘desconectado’ del pago que recibe el productor debido la magnitud de los márgenes de beneficios de los intermediarios en las etapas superiores de la cadena de valor. Mientras los productores africanos vieron como disminuían sus ingresos, las empresas y negociantes situados en los eslabones superiores de la cadena de valor acumulaban grandes beneficios. Según la Organización internacional del café (COI), por ejemplo, a principios de los años 90, los ingresos de los países productores de café estaban entre 10.000 y 12.000 millones de dólares, mientras que el valor de las ventas al por menor suponía en torno a los 30.000 millones de dólares. Actualmente, este valor es de 70.000 millones de dólares, de los que los productores no reciben más que 5.500 millones (…) Un estudio de la cadena de valor del mercado del café revela que, desde 1985, los agentes económicos situados en los países importadores acaparan una parte creciente de los ingresos totales de la cadena (…) El reparto asimétrico del poder en dicha cadena de valor explica la desigualdad del reparto de los beneficios (22)».

El carácter sistémico del problema, entonces, está identificado:

«En lo que concierne a los países africanos, para los que las exportaciones de productos básicos representan mucho más del 70% de sus ingresos en divisas, el problema se convierte, esencialmente, en un problema de desarrollo (…) La persistencia de los problemas creados por la dependencia de los productos básicos a lo largo de los tres últimos decenios, demuestra que los mercados no son capaces de resolver dichos problemas y que no se puede contar con su capacidad. También se podría señalar que la limitada ayuda de la comunidad internacional a los sistemas tradicionales de mantenimiento y estabilización de los precios tiene mucho que ver con este fracaso. Por lo tanto ya es hora de que la comunidad internacional se dedique claramente al problema de los productos básicos en todos los aspectos, explorando metódicamente todos los medios susceptibles de ponerse en marcha para resolverlos» (23).

Por ejemplo, cuestionando la prohibición de cualquier forma de proteccionismo y rechazando el método de la desregulación forzosa de la OMC…
Desde esta óptica, hay que desconfiar de las exigencias de apertura de los mercados del Norte a los productos del Sur, que finalmente no hacen más que exigir todavía más desregulación para la economía mundial. La cumbre de la OMC de Cancún, en septiembre de 2003, fracasó porque los países emergentes (Brasil, India, China, Sudáfrica, etc.), agrupados en el famoso G20, exigían para sus productos una apertura comercial que no consiguieron. ¡Pero esa reivindicación del G20 va en el sentido de una mayor liberalización! Al contrario, exigir la posibilidad, para los países del Sur, de proteger a sus productores, especialmente para permitirles aprovisionar el mercado nacional, así como el mercado regional en el marco de acuerdos económicos regionales (24), desencadenaría un proceso inverso que permitiría salir del atolladero actual. Es esencial valorar las complementaciones posibles entre los países del continente por una parte y entre ellos y las otras regiones del mundo por otro lado. ¿Por qué no pensar en precios preferentes para los países vecinos sobre determinados productos y tarifas más elevadas para las grandes potencias?

OGM: garantías oficiales manipulables…

Otro ángulo de ataque de las multinacionales del Norte se refiere a los organismos modificados genéticamente (OGM) (25). Desde hace varios años, el sector de las biotecnologías intenta promocionar sus productos en el continente africano. Son conocidos los colosales objetivos de los OGM, que permiten a la sociedad que los posee vender todos los años a los campesinos, en exclusiva, las semillas de las plantas, así como los pesticidas y herbicidas químicos que requieren. Entonces la planta se convierte en una esponja de productos químicos nocivos y el campesino no tiene derecho a replantar semillas procedentes de la cosecha anterior, sólo la sociedad que tiene las patentes de los OGM en cuestión puede suministrarlos. Los agricultores y consumidores no son favorables a este procedimiento, que a unos los somete a la rapacidad de las multinacionales y expone la salud de otros a riesgos poco estudiados. Pero los beneficios previstos por el sector de las biotecnologías, con la multinacional estadounidense Monsanto a la cabeza, son tan grandes, que intentan introducirlos en todas las regiones donde pueden.

Los OGM, una vez plantados, pueden extenderse por decenas de kilómetros alrededor y contaminar las plantas sanas impidiendo, por ejemplo, toda la agricultura biológica de los alrededores. Un auténtico reguero de pólvora… En 2004, la soja, el maíz y el algodón fueron las plantas más afectadas por las manipulaciones genéticas y países como Estados Unidos, Canadá Argentina, China (y en menor medida Brasil y Sudáfrica) se han convertido en grandes productores. La Unión Europea se resiste, pero no tardará en ceder. En África se lleva a cabo la misma ofensiva.

En 2002, tras un período de hambruna en el sur de África, Estados Unidos propuso, a través del programa mundial de alimentos (PAM) una ayuda a seis países en forma de maíz modificado genéticamente. Deliberadamente escogió un momento en el que dichos países estaban en una posición de debilidad para atacar con fuerza. Swazilanda, Lesotho y Malawi aceptaron; Mozambique y Zimbabwe pidieron el maíz en forma de harina, por lo que es imposible plantarlo. Sólo un país tuvo la valentía de negase en redondo: Zambia. Su presidente, Levy Mwanawasa, declaró: «preferimos morir de hambre que consumir cualquier cosa tóxica» (26). ¡Su negativa supuso que consiguió maíz sin manipular! Detrás del argumento de la salud también estaba la intención del presidente de seguir presente en el mercado europeo, en el que existe una moratoria sobre los OGM. Este año, Benín también ha adoptado una moratoria de 5 años. Durante ese tiempo Monsanto se permitirá financiar a los juristas africanos para que elaboren leyes favorables a los OGM… Todos preparan sus armas para la batalla que se avecina.

En abril de 2004 Sudán, a su vez, rechazó la ayuda alimentaria de Estados Unidos debido a la presencia de OGM, y Angola puso como condición que los cereales se molieran antes de su entrada, provocando la cólera de los responsables del PAM. Al mes siguiente, Zambia reiteró su rechazo arguyendo que los promotores de los OGM deberían demostrar su inocuidad, lo que no han hecho. Pero Nigeria ha aceptado lanzarse en un proyecto biotecnológico con la ayuda de un préstamos de 2.100 millones de dólares de Estados Unidos (27).

Estados Unidos está lanzado en su ofensiva con un nuevo aliado en el continente africano: Burkina Faso (28). Desde 2003, Monsanto y la firma suiza Syngenta llevan a cabo experimentos de algodón transgénico en el país gobernado por Blaise Compaoré. En junio de 2004, Estados Unidos organizó en Uagadugú una «Conferencia ministerial interafricana sobre explotación, ciencia y tecnología para aumentar la productividad agrícola en África», en la que reunió a quince países del oeste de África para convencerlos. Aunque se mostraron prudentes, los jefes de Estado de Malí, Ghana y Nigeria se declararon favorables a los OGM. A pesar de la resuelta oposición de los movimientos sociales, el ministro de Agricultura burkinés, Salif Diallo, declaró: «Si tenemos que comer los OGM y morir dentro de 20 años, así será (29). Plantear así la elección entre el hambre y los OGM es una inmoralidad: se puede luchar contra el hambre eliminando las desigualdades de repartición de la producción y aumentando la productividad de África sin tragar con las biotecnologías. El punto fundamental está en la soberanía alimentaria y, al contrario, los OGM anuncian una nueva dependencia del oeste de África, ya que los agricultores no pueden utilizar libremente las semillas de un año para otro y acaban, de hecho, totalmente sometidos a la firma que se las vende.

El instrumento para obtener esa dependencia suplementaria está listo. Según el subsecretario de Estado de EEUU encargado de la agricultura en el extranjero, Hohn Penn (que estaba presente en Uagadugú), «cualquier rechazo de productos derivados de la biotecnología es una violación de las reglas de la OMC (30)». Así se ve mucho mejor la necesidad de incapacitar a la OMC…

Emigrar para huir de la miseria

Por otra parte, el horror económico que ha padecido África desde los años 80, constituye, para las poblaciones del Sur, una profunda incitación a la huida: por necesidad y por la supervivencia de familias enteras. La prueba de la motivación económica de las emigraciones está dada por una cifra del Banco Mundial: las sumas enviadas todos los años por los emigrantes africanos a sus países de origen. En 2003 se elevaron a 4.100 millones de dólares, una suma colosal para todos esos trabajadores que economizan pacientemente cada céntimo. Y esa suma sólo incluye los envíos oficiales a través de empresas de transferencias de fondos, se calcula que las transferencias informales son más altas. Según el Banco Mundial en abril de 2004, todas esas transferencias de los emigrantes se han convertido «en una fuente principal de financiación externa del desarrollo para muchos países en desarrollo» (31). Al contrario de la ayuda pública al desarrollo, (APD) que incluye además los salarios de los cooperantes del Norte y los viajes y misiones de expertos, esta suma llega íntegramente a su destino (después de restar los gastos de transferencias cobrados por organismos como Western Union, de más o menos el 20% del total para pequeñas sumas y alrededor del 8% para importes del orden de 400 euros).

Lejos de favorecer la libertad de circulación e instalación de dichos emigrantes que juegan un papel esencial en las economías de los países del Sur, los países del Norte, en primer lugar los de la Unión Europea, establecen políticas de inmigración a la vez restrictivas (controles en las fronteras, represión) y utilitarias. En efecto, parece conveniente escoger a los extranjeros «buenos»: sistemáticamente se favorece que vengan al Norte los médicos, ingenieros e informáticos, aceptando incluso financiar una parte de sus estudios superiores si es necesario (que entonces se contabiliza como ayuda pública al desarrollo, como en Francia, Alemania, Austria y Canadá), pero se rechaza firmemente a aquellos que sólo pueden ofrecer sus brazos y su angustia. Así, de los 600 médicos formados en Zambia desde la independencia, en 1964, sólo 50 ejercen en el país. En ese sentido, hay más médicos de Malawi ejerciendo en la ciudad inglesa de Manchester que en el propio Malawi (32). Solo los mejores del Sur tienen derecho a huir.

En 2004, la UNESCO publicó un informe sobre la fuga de cerebros de África:

«Por una parte, los países en desarrollo, cada vez con menos recursos, forman personal cualificado que va a trabajar a los países desarrollados, y por otro lado, los diplomados nacionales que se quedan en el país se enfrentan al paro mientras los proyectos financiados por los socios del desarrollo reclutan para dichos proyectos, y a precios muy altos, ¡a los expatriados! Como ejemplo, podemos recordar la situación descrita por el Programa de las Naciones Unidas para el desarrollo (PNUD) en Burkina Faso, donde trabajan 800 expertos internacionales mientras un elevado número de diplomados nacionales está en el paro» (33).

Desde 1992, los acuerdos de cooperación incluyen cláusulas de control de las migraciones por los propios países del Sur, así como su participación en la gestión de los flujos migratorios, el reforzamiento de controles de las fronteras o el derecho de readmisión en sus territorios de los ciudadanos de dicho país procedentes de Europa. Una de las puertas de salida de África hacia Europa es Libia. Desde el viraje pro occidental del coronel Khadafi, Italia empujó a Europa a levantar el embargo sobre las armas con destino a Libia, que ha obtenido en octubre de 2004, con el fin de colaborar en el terreno militar (34). Italia, Alemania y Gran Bretaña enseguida expresaron el deseo de crear en Libia campos que servirán, sin duda, para seleccionar a los africanos candidatos al exilio y para bloquear a un gran número de ellos antes de que puedan cruzar el Mediterráneo. Por su parte, también en 2004, Libia aceptó controlar rigurosamente sus fronteras y proceder a la devolución de los emigrantes del África subsahariana a sus países de origen. Se fletan aviones con destino al África subsahariana y ya han repatriado a unos 40.000 clandestinos en pocos meses (35). Así, ahora Europa delega el trabajo de guardia en los países africanos. La ayuda y la deuda autorizan cualquier deriva. La deuda, por la hemorragia de capitales que impulsa, constituye el principal obstáculo para la satisfacción de las necesidades humanas fundamentales y explica, por lo tanto, los flujos migratorios de «refugiados del hambre» de los países en desarrollo hacia los países más industrializados.

Con el fin de remediar estas profundas disfunciones, las Naciones Unidas han redactado una «Convención para la protección de los derechos de todos los trabajadores emigrantes y los miembros de sus familias» (36), que entró en vigor el 1 de julio de 2003 y en abril de 2005 fue ratificada por 28 países. Pero entre los 28 países que se han comprometido en la protección de los emigrantes, no aparece ninguno de los más industrializados (37).

Traición financiera de los africanos ricos que desvían sumas considerables y las llevan lejos del continente; traición comercial de las grandes potencias que manipulan los precios de las materias primas e imponen, a través de la OMC, una desregulación forzosa; traición medioambiental a un Sur convertido en vertedero e insertado en el centro de la batalla de los OGM, vigorosamente promovidos por las multinacionales del agro negocio; traición humana por el destino previsto para los emigrantes que intentan, justamente, huir de la miseria. La lista es muy larga. Esta traición multiforme a los pueblos africanos es la responsable absoluta de la situación actual del continente negro. Es imprescindible incapacitar a los responsables.


Notas:

(1) www.survie-france.org
(2) Durante la mascarada electoral de junio de 2003, Jacques Chirac felicitó a Eyadema por su reelección, incluso antes de la proclamación oficial de los resultados…
(3) Citado por Jeune Afrique/L’Intelligent, 1 de febrero de 2004.
(4) Traoré Aminata, Le Viol de l’imaginaire, Actes Sud/Fayard, 2002.
(5) Abramovici Pierre, «Les jeux dispendieux de la corruption mondiale», Le Monde diplomatique, noviembre 2000.
(6) OECDE
(7) Citado por Libération el 4 de julio de 2003.
(8) Le Monde, 6 de septiembre de 2000.
(9) Comisiones que revierten en el país donde la sociedad que paga la comisión tiene su sede.
(10) Libération, 3 de agosto de 2004.
(11) Jeune Afrique/L’Intelligent, 17 de abril de 2005.
(12) Jeune Afrique/L’Intelligent, 25 de julio de 2004.
(13) UNECA, «Informe económico sobre África 2003». Ver también: Boyce James K., Ndikumana Léonce, «Is Africa a Net Creditor?: New Estimates of Capital Flight from Severely Indebted Sub-Saharan African Countries, 1970-1996», Working Papers from Political Economy Research Institute, University of Massachusetts, 2000, www.umass.edu
(14) Banco Mundial, «Global Development Finance 2004».
(15) www.ml.com
(16) CNUCED, «El desarrollo económico en África. Resultados comerciales y dependencia desde el punto de vista de los productos básicos, 2003».
(17) CNUCED, op. cit.
(18) CNUCED, op. cit.
(19) Cifras del banco Barclays de Londres citadas por RFI, 12 de enero de 2005.
(20) RFI, «Crónica de las materias primas», 19 de julio de 2004.
(21) CNUCED, op. cit.
(22) CNUCED, op. cit.
(23) CNUCED, op. cit.
(24) Como la Unión económica y monetaria del oeste africano (UEMOA), la Comunidad económica y monetaria de África central (CEMAC), la Comunidad de desarrollo del norte de África (SADC), etc.
(25) Ver www.infogm.org
(26) Libération, 22 de agosto de 2002.
(27) www.ictsd.org
(28) www.ictsd.org
(29) Informe AFP, «Conferencia sobre los OGM en Uagadugú: el gobierno estadounidense ‘satisfecho’», 24 de junio de 2004, www.agripress.be
(30) Informe AFP, ibid.
(31) Banco Mundial, «Global Development Finance 2004».
(32) Le Gri-gri international, 9 de diciembre de 2004.
(33) UNESCO, La fuga de cerebros del África francófona. Situación de las zonas, problemas y estudio de las soluciones, 2004.
(34) RFI, 12 de octubre de 2004, www.rfi.fr
(35) Jeune Afrique/L’Intelligent, 24 de octubre de 2004.
(36) www.unhchr.ch
(37) www.december18.net
.
La fuente: Comité por la Anulación de la Deuda del Tercer Mundo (CADTM). La traducción del francés pertenece a Caty R. para Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística.





12 comentarios:

Anónimo dijo...

El mundo no tiene solución.

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

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