jueves, 28 de enero de 2010

Obama: XXI Century Minstrel Show


Obama, hace pocas horas, en el discurso del estado de la nación: "Nunca he sido más optimista que esta noche sobre el futuro de América. A pesar de las dificultades, nuestra Unión es fuerte. No nos rendimos. No abandonamos. No dejamos que el miedo debilita nuestro espíritu. En esta nueva década es hora de que el pueblo americano tenga un Gobierno que iguale su decencia".


La decencia se demuestra aplicando la ley, cambiando la ley si es injusta. La política de Obama será decente cuando la impunidad de los poderes fácticos esté, cuando menos, imputada. Esa es la función de teatro que los ciudadados de las provincias del Imperio esperamos ver en cartel.

Minstrel
De Wikipedia, la enciclopedia libre

El Minstrel (usualmente en inglés, dicho en plural, los minstrels, o adjetivado, minstrelsy) era un género teatral musical, típicamente nortemaericano, cuyo periodo de mayor esplendor se sitúa entre 1840 y 1900. Se trataba de un género que, de alguna manera, aunaba la ópera inglesa con la música de origen negro, procedente de las plantaciones del sur. [1] Su característica más evidente, era el hecho de que siempre estaba ejecutada por actores blancos, que pintaban sus caras de negro para interpretar canciones y bailes donde imitaban a los negros, de forma cómica y con aires de superioridad. Cuando, ya a partir de 1955, comenzaron a actuar actores negros, ellos mismos tenían que exagerar su negritud, incluso pintándose la cara igualmente.

Origen y desarrollo

En el origen teatral del género, se encuentran diversas óperas inglesas, representadas en EEUU con gran éxito a finales del siglo XVIII, que incorporaban papeles de negros, interpretados por actores ingleses. Así, por ejemplo, The Padlock, de Charles Dibdin (1769), que continuó en cartel hasta 1797; The Archers, de Benjamin Carr (1796); etc. Junto a ellas, se desarrollaron en los últimos años del siglo una serie de espectáculos de circo, que incluían números musicales y óperas cómicas, el más famoso de los cuales fue el de John Rickets, en los que comenzaron a verse números musicales con la cara tiznada. Hacia 1820 eran ya comunes los bailes con cara ennegrecida y cantos de plantación.

Entre 1828 y 1829, Thomas Dartmouth Rice presentó un baile en el que un actor, parodiando a un negro viejo y cojo, realizaba un baile acrobático sobre una jiga, dando vueltas y volteretas. El número se llamó "Jim Crow" y supuso un éxito enorme, que se amplió cuando lo presentó en Londres, en 1836. La gran popularidad de este y otros números parecidos, dieron lugar a la aparición de las primeras obras basadas en ella, compuestas por Daniel Decatur Emett, William Whitlock, Richard Pelham y Frank Bower, que actuaban bajo el nombre de "The Virginia Minstrels". El éxito fue tan descomunal, que en menos de tres años, existían en Estados Unidos centenares de compañías del género, que en círculos de clase media se conoció inicialmente como Ópera Etíope. El propio Mark Twain recuerda en sus obras el impacto que causó este nuevo espectáculo entre las clases medias.

martes, 26 de enero de 2010

Alien Cash: El patrón dentro de mí



¿Estamos ya en condiciones de leer la película Alien en clave de parábola sobre el capitalismo en su fase actual?

Quizá arroje alguna luz la siguiente entrevista al filósofo Sidi Mohamed Barkat, realizada para el diario El País por J.M. Martí Font - Barcelona - 26/01/2010



"El trabajador ha sido transformado en una especie de empleador de sí mismo. El sujeto emplea al cuerpo. La lucha de clases se ha trasladado al interior del individuo". La serie de suicidios ocurridos en Francia en los lugares de trabajo sería una de las consecuencias de esta nueva organización del trabajo. Ésta es la tesis que sostiene el filósofo Sidi Mohamed Barkat (Tlemcen, Argelia, 1948), profesor e investigador del Departamento de Ergonomía y Ecología Humana de la Universidad de la Sorbona, que ayer pronunció una conferencia en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona sobre El futuro del trabajo.



Barkat, que fue director del Colegio Internacional de Filosofía de París combina su condición de académico en la más pura tradición de la excelencia francesa, con sus orígenes argelinos, lo que le ha permitido investigar en el campo de las identidades de los individuos y hurgar sin trabas en la memoria de la colonización o el terror como arma política. Los franceses contra el terror de Estado. Argelia 1954-1962 y Les artifices du pouvoir colonial et la destruction de la vie (Éditions d'Amsterdam, 2005), son dos de sus obras más importantes. Actualmente estudia los cambios sustanciales que se están produciendo en la organización del trabajo y los conflictos que generan.

Pregunta. ¿El fordismo, la organización del trabajo surgida del sistema de producción en cadena creado por Henry Ford, ya no rige nuestras sociedades?

Respuesta. Los sindicatos se batían por reducir el número de horas y aumentar los salarios y, en menor medida, controlaban las condiciones de trabajo, pero no tocaban lo que pasaba dentro del trabajo. Un sistema que ha permitido el desarrollo de la sociedad de consumo, el crecimiento económico, pero que no ha tratado la cuestión de la existencia, de la respiración.

P. ¿Dónde respiraban?

R. Los trabajadores respiraban fuera del trabajo. Con el dinero se podía acceder al mundo, se podía entrar en una comunidad -la comunidad nacional-, un mundo -la civilización- y un espacio -el territorio del país-. Eran objetos de amor y conformaban la identidad.

P. Ahora ya no respiran...

R. La nueva organización del trabajo ha cambiado este relato y los suicidios son el grito desesperado de los trabajadores que sucumben. El Gobierno buscó una razón para los suicidios y los atribuyó a problemas personales. Para mí son un grito de revuelta ante una situación que nos desborda y de la que no podemos escapar; el suicidio abre una brecha para poder tomar el aire, es una cuchillada, como lo fue realmente en el caso de un trabajador de France Télécom que en medio de una reunión se clavó un cuchillo en el abdomen. El que se suicida nos convoca para ver lo que los demás no vemos. Nuestra civilización no es consciente de que está produciendo muertos vivientes, zombis.

P. ¿Se trata de una cuestión de productividad? ¿Cuál es el factor determinante de este cambio?

R. La evaluación individualizada de la productividad crea una división en el interior de la persona. El trabajador ha sido transformado en una especie de empleador de sí mismo. En algunos sectores, ciertamente, se le ha concedido un grado considerable de autonomía, e incluso se puede decir que es más libre. Pero lo que sucede es que una parte de sí mismo -el sujeto- va a emplear a la otra parte -el cuerpo- y le va a pedir una serie de cosas. Si los objetivos que se impone son muy elevados, el sujeto puede pedirle al cuerpo tal vez lo imposible y es así como el cuerpo va a trabajar, no sólo en la empresa, sino fuera de la empresa; por ejemplo, pidiendo al marido o a la esposa que le ayude; formándose a su propio coste. El trabajo ha desbordado completamente su esfera para invadir la esfera de lo privado. Incluso a los trabajadores se les regala material como ordenadores, teléfonos, etcétera.

P. ¿Para ayudarles a trabajar?

R. En realidad para ayudarles a transportar su trabajo fuera del espacio de su trabajo. Ahí es donde empieza el conflicto entre el sujeto que ordena y el cuerpo que obedece. El cuerpo pensante, que es flexible y ligero, no puede serlo más que manteniendo una cierta economía vital; si se le empuja demasiado lejos, es como una máquina a la que se le pide más de la cuenta y se rompe. En lugar de producir ligereza e invención produce pesadez

P. ¿De dónde viene esta contradicción?

R. De las nuevas técnicas de gestión empresarial. Se dijo que los trabajadores ya no tenían razones para sentirse enfrentados al capital; se dijo: hemos hecho del asalariado su propio patrón, ya no hay lucha de clases. Pero el capital -ahora en forma de capital financiero- y el trabajo siguen estando ahí y el conflicto se ha trasladado.

P. ¿Dónde se ha trasladado el conflicto?

R. Hemos trasladado el antagonismo social al interior del individuo. El conflicto social estaba regulado por las negociaciones entre la patronal y los sindicatos, por las reglamentaciones etcétera y por lo que antes definíamos como la comunidad nacional, la identidad..., pero ahora el conflicto está dentro del individuo, y este conflicto es el que lleva a explotar, el suicidio. Se puede hablar de acoso laboral, de jefes malvados, y es cierto, esto está ahí y hay que denunciarlo, pero no es eso lo que sucede dentro de este individuo que se suicida, no es el patrón, es él mismo. No hay manera de establecer una mediación entre uno y uno mismo.

P. ¿Cuál sería el sistema?

R. La cuestión fundamental es cómo se hace correr a la gente. Si usted sólo quiere simplemente trabajar, no le darán ese empleo. Por esto se busca sólo a jóvenes, a gente que cree en esa idea de que son ganadores y no perdedores y que están dispuestos a comprometerse en el éxito, que están por la acción; gente que quiere moverse... El movimiento es el elemento determinante. El segundo elemento es la polivalencia y la reestructuración, lo que supone sustituir la existencia. Pero esta misma regla permite que la empresa diga regularmente que no hacen suficiente. La gente corre para atrapar, no sólo el salario, no sólo el reconocimiento, corre por el simple hecho de correr. Cuando se corre se crea un hilo y si uno se para, el hilo se rompe. Correr es trazar una línea. Esta línea no existe. Sólo existe cuando se corre.

miércoles, 20 de enero de 2010

Terremoto en Haití. Antes y después del pecado




Los pecados de Haití

Escrito por Eduardo Galeano
18-01-2010

La democracia haitiana nació hace un ratito. En su breve tiempo de vida, esta criatura hambrienta y enferma no ha recibido más que bofetadas. Estaba recién nacida, en los días de fiesta de 1991, cuando fue asesinada por el cuartelazo del general Raoul Cedras. Tres años más tarde, resucitó. Después de haber puesto y sacado a tantos dictadores militares, Estados Unidos sacó y puso al presidente Jean-Bertrand Aristide, que había sido el primer gobernante electo por voto popular en toda la historia de Haití y que había tenido la loca ocurrencia de querer un país menos injusto.

El voto y el veto

Para borrar las huellas de la participación estadounidense en la dictadura carnicera del general Cedras, los infantes de marina se llevaron 160 mil páginas de los archivos secretos. Aristide regresó encadenado. Le dieron permiso para recuperar el gobierno, pero le prohibieron el poder. Su sucesor, René Préval, obtuvo casi el 90 por ciento de los votos, pero más poder que Préval tiene cualquier mandón de cuarta categoría del Fondo Monetario o del Banco Mundial, aunque el pueblo haitiano no lo haya elegido ni con un voto siquiera.

Más que el voto, puede el veto. Veto a las reformas: cada vez que Préval, o alguno de sus ministros, pide créditos internacionales para dar pan a los hambrientos, letras a los analfabetos o tierra a los campesinos, no recibe respuesta, o le contestan ordenándole:

-Recite la lecció. Y como el gobierno haitiano no termina de aprender que hay que desmantelar los pocos servicios públicos que quedan, últimos pobres amparos para uno de los pueblos más desamparados del mundo, los profesores dan por perdido el examen.

La coartada demográfica


A fines del año pasado cuatro diputados alemanes visitaron Haití. No bien llegaron, la miseria del pueblo les golpeó los ojos. Entonces el embajador de Alemania les explicó, en Port-au-Prince, cuál es el problema:

-Este es un país superpoblado -dijo-. La mujer haitiana siempre quiere, y el hombre haitiano siempre puede.

Y se rió. Los diputados callaron. Esa noche, uno de ellos, Winfried Wolf, consultó las cifras. Y comprobó que Haití es, con El Salvador, el país más superpoblado de las Américas, pero está tan superpoblado como Alemania: tiene casi la misma cantidad de habitantes por quilómetro cuadrado.

En sus días en Haití, el diputado Wolf no sólo fue golpeado por la miseria: también fue deslumbrado por la capacidad de belleza de los pintores populares. Y llegó a la conclusión de que Haití está superpoblado… de artistas.

En realidad, la coartada demográfica es más o menos reciente. Hasta hace algunos años, las potencias occidentales hablaban más claro.

La tradición racista

Estados Unidos invadió Haití en 1915 y gobernó el país hasta 1934. Se retiró cuando logró sus dos objetivos: cobrar las deudas del City Bank y derogar el artículo constitucional que prohibía vender plantaciones a los extranjeros. Entonces Robert Lansing, secretario de Estado, justificó la larga y feroz ocupación militar explicando que la raza negra es incapaz de gobernarse a sí misma, que tiene “una tendencia inherente a la vida salvaje y una incapacidad física de civilización”. Uno de los responsables de la invasión, William Philips, había incubado tiempo antes la sagaz idea: “Este es un pueblo inferior, incapaz de conservar la civilización que habían dejado los franceses”.

Haití había sido la perla de la corona, la colonia más rica de Francia: una gran plantación de azúcar, con mano de obra esclava. En El espíritu de las leyes, Montesquieu lo había explicado sin pelos en la lengua: “El azúcar sería demasiado caro si no trabajaran los esclavos en su producción. Dichos esclavos son negros desde los pies hasta la cabeza y tienen la nariz tan aplastada que es casi imposible tenerles lástima. Resulta impensable que Dios, que es un ser muy sabio, haya puesto un alma, y sobre todo un alma buena, en un cuerpo enteramente negro”.

En cambio, Dios había puesto un látigo en la mano del mayoral. Los esclavos no se distinguían por su voluntad de trabajo. Los negros eran esclavos por naturaleza y vagos también por naturaleza, y la naturaleza, cómplice del orden social, era obra de Dios: el esclavo debía servir al amo y el amo debía castigar al esclavo, que no mostraba el menor entusiasmo a la hora de cumplir con el designio divino. Karl von Linneo, contemporáneo de Montesquieu, había retratado al negro con precisión científica: “Vagabundo, perezoso, negligente, indolente y de costumbres disolutas”. Más generosamente, otro contemporáneo, David Hume, había comprobado que el negro “puede desarrollar ciertas habilidades humanas, como el loro que habla algunas palabras”.

La humillación imperdonable

En 1803 los negros de Haití propinaron tremenda paliza a las tropas de Napoleón Bonaparte, y Europa no perdonó jamás esta humillación infligida a la raza blanca. Haití fue el primer país libre de las Américas. Estados Unidos había conquistado antes su independencia, pero tenía medio millón de esclavos trabajando en las plantaciones de algodón y de tabaco. Jefferson, que era dueño de esclavos, decía que todos los hombres son iguales, pero también decía que los negros han sido, son y serán inferiores.

La bandera de los libres se alzó sobre las ruinas. La tierra haitiana había sido devastada por el monocultivo del azúcar y arrasada por las calamidades de la guerra contra Francia, y una tercera parte de la población había caído en el combate. Entonces empezó el bloqueo. La nación recién nacida fue condenada a la soledad. Nadie le compraba, nadie le vendía, nadie la reconocía.

El delito de la dignidad

Ni siquiera Simón Bolívar, que tan valiente supo ser, tuvo el coraje de firmar el reconocimiento diplomático del país negro. Bolívar había podido reiniciar su lucha por la independencia americana, cuando ya España lo había derrotado, gracias al apoyo de Haití. El gobierno haitiano le había entregado siete naves y muchas armas y soldados, con la única condición de que Bolívar liberara a los esclavos, una idea que al Libertador no se le había ocurrido. Bolívar cumplió con este compromiso, pero después de su victoria, cuando ya gobernaba la Gran Colombia, dio la espalda al país que lo había salvado. Y cuando convocó a las naciones americanas a la reunión de Panamá, no invitó a Haití pero invitó a Inglaterra.

Estados Unidos reconoció a Haití recién sesenta años después del fin de la guerra de independencia, mientras Etienne Serres, un genio francés de la anatomía, descubría en París que los negros son primitivos porque tienen poca distancia entre el ombligo y el pene. Para entonces, Haití ya estaba en manos de carniceras dictaduras militares, que destinaban los famélicos recursos del país al pago de la deuda francesa: Europa había impuesto a Haití la obligación de pagar a Francia una indemnización gigantesca, a modo de perdón por haber cometido el delito de la dignidad.

La historia del acoso contra Haití, que en nuestros días tiene dimensiones de tragedia, es también una historia del racismo en la civilización occidental.

lunes, 18 de enero de 2010

Isaak Bábel: "No sé inventar"


Isaak Emanuílovich Bábel, en Ruso: Исаа́к Эммануи́лович Ба́бель (Odesa, 13 de julio de 1894 – 27 de enero de 1940) fue un periodista, escritor y dramaturgo soviético. Fue detenido, torturado y ejecutado durante la Gran Purga de Stalin.

La Carta

No fue sino uno de los acontecimientos más movilizadores que hayan sucedido en mi vida el como entré en contacto con la carta que escribió Kurdjukov a su madre Eudokia Feodorovna sobre la venganza que realizó en la persona de su padre. El conocimiento de la carta, su profunda carga personal y literaria y su publicación en “El Imparcial” de Madrid, fueron los motivos de que decidiera realizar un viaje a la URSS, en tiempos en que no era muy difícil su entrada, pero al parecer era con mucha diferencia más complicada su salida.

La obtención de un visado, en el que además de los diplomáticos del Ministerio de Asuntos Exteriores, que hicieron todo lo posible para la realización del viaje, a los que desde estas líneas les agradezco sus desvelos y buenas labores diplomáticas, tuvo la circunstancia imprevista que supuso una fortuna añadida al interesarse en mi caso un escritor argentino de apellido Borgia, que unos años antes también había caído en las redes magnéticas que la historia en cuestión también había ejercido en él.

El gran viaje comenzó en el puerto de Valencia desde donde me embarqué hasta la exótica Constantinopla. Escala que aproveché para conocer y admirar la ciudad con sus innumerables edificios entre los que destacaré la magnífica catedral de Santa Sofía. La siguiente escala me acercó a Odessa, donde tuve mi primera conexión con el mundo soviético, que si bien no aprecié en su totalidad, me sirvió para someterme a un profundo descanso, hospedándome en el mundialmente famoso “resort” Palacio Jusupovsky de Yalta. El edificio era magnífico, construido en estilo neorrenacentista italiano, poseía una entrada espectacular a través de una escalera cubierta en parte por un arco adornados con personajes de la mitología griega antigua. El palacio está rodeado por un jardín botánico espléndido y por piscinas y estanques que rivalizaban entre ellos en belleza y exotismo. El palacio se había puesto de moda por que su último dueño, el príncipe Yusupov, era el padre de Felix Yusupov, uno de los homicidas directos del pope Rasputín.

EL “confort” del hotel había disminuido en los últimos años y ya no era visitado por los aristócratas de toda Europa, sino que estaba habitado por miembros del partido comunista y parte de él se dedicaba a oficinas judiciales y al alojamiento de un escuadrón de caballería del Ejercito Rojo. A pesar de este heterogéneo hospedaje mi estancia en el balneario fue relajante y restauradora de las fuerzas que me roban mi profesión y el recorrer de los años.

El viaje a Moscú, en tren, fue agotador, al cruzar las inmensas e inacabables llanuras ucranianas, aunque no me impidió ponderar las inmensas riquezas botánicas y zoológicas que constituyen el patrimonio de esta zona del mundo. Hacia el oeste los impresionantes Cárpatos fueron unos compañeros habituales durante gran parte del trayecto. Por otro lado los kobzares con sus bandurras distraían a los viajeros con sus cánticos tradicionales y los más recientes de la Revolución.

En la capital, una vez instalado, dediqué las mañanas a la investigación por la que había recorrido medio mundo.

Mis primeros pasos se dirigieron al Ministerio del Interior, donde más o menos, con censura o no, investigué, durante varias mañanas la vida de Basilio Kurdjukov. Todo hay que decirlo sin demasiada fortuna. Se trataba de uno de miles de muchachos que durante los años de la Revolución Roja habían surtido las filas del ejército revolucionario en la inmensa Rusia.

En vista de mis escasos avances en la tarea que me había llevado a Moscú, decidí ponerme en contacto con Victor Serge, que trabajaba en el recién fundado Comitern como traductor, editor y periodista. Había vivido unos años antes en Barcelona buscando una editorial que se encargara de la edición y distribución de los libros de la editorial rusa “Literatura Universal”. Máximo Gorki me había dado, por si la necesitaba, una carta de presentación para él. En estos momentos era un personaje importante, ya que estaba trabajando a las órdenes directas de Zinoviev, a la sazón presidente ejecutivo de la Tercera Internacional y teóricamente aliado de Trotski.

La entrevista la tuvimos en mi hotel, el Nacional de Moscú. Allí, tras las presentaciones le pregunté acerca de la carta de Kurdjukov, de mi posible acceso a ella y de la realidad de publicarla en mi periódico en Madrid.

Victor Serge se removió en su silla y mirándome a los ojos me respondió: Estimado amigo. Mis camaradas y amigos me tachan de claro y sincero. Señalo los defectos y las virtudes, los errores y los aciertos según los percibe mi razón y mi conciencia. Por eso voy a ser franco con usted porque si no lo fuera, perderíamos el tiempo los dos.

Desde 1917 me he sentido deslumbrado por la Revolución Rusa como tantos otros y me he convencido sin ningún tipo de religiosismo de que es el principio de un camino de emancipación de los obreros y las clases desfavorecidas. Pero la revolución tiene que estar englobada en tres principios fundamentales: La defensa del hombre, la defensa de la verdad y la defensa del pensamiento

Me temo que el tratamiento que se ha dado a la carta de Kurdjukov, como usted la llama, no atiende a ninguno de estos aspectos y es un claro indicativo de en lo que, sino se remedia, se va a convertir la Revolución Rusa.


¿Quiere usted decir que los ideales de su revolución están cambiando?, me atreví a preguntar con una voz tenue.

Traicionada, sí, convertida en un régimen totalitario donde la burocracia del estado está paulatinamente haciéndose con los mecanismos del poder y su oposición empieza a ser sinónimo de alejamiento, deportación y en algunos casos de muerte.

¿Quizá el señor Victor Serge está exagerando?, le repliqué.

Me alegraría que fuese así, pero no hay un mínimo de exageración. No solo está cambiando, sino que está siendo torpedeada desde dentro. Stalin ha comenzado las deportaciones al Gulag a los oposicionistas rusos y a los intelectuales. Todavía no se atreve con los revolucionarios extranjeros como Andreu Nin o yo mismo, pero nos está fabricando un Gulag en Moscú, donde los pertenecientes a la oposición de Izquierda, estamos cada vez más acosados y enmudecidos por los sicarios del aparato estatal, ya que utiliza los mismos métodos que la Okhrana, la policía secreta zarista.

Una gota de agua en el océano es “La carta”, el cuento al que usted se refiere. Sé que lo publicó Mayakovsky, en LEF en el año 24 o 25, firmado por un tal Babel. Dudo mucho que quede algún ejemplar todavía no mutilado de la revista, si así fuera me alegraría mucho por usted.

Tras la despedida me di un largo paseo por el centro de Moscú, acercándome al Kremlin, donde a esa hora de la mañana bullían de actividad las fortificaciones y los edificios oficiales del corazón de la Unión Soviética. La inmensa plaza estaba continuamente habitada por grupos de soldados de las guarniciones, por civiles que se apresuraban por el frío a llegar a sus puestos de trabajo, por “mujiks” de todas las partes de la Unión y por vendedores de patatas asadas, arenques y de té caliente proveniente de los humeantes samovares.

Con intención de continuar mi búsqueda, me dirigí al segundo lugar donde podía encontrar alguna mínima información que me permitiera continuar mis pesquisas. Se trataba de la Biblioteca Nacional de Rusia. Cercana al Kremlin. La Biblioteca estaba en obras y tenía las trazas de austeridad que el constructivismo imponía a los edificios oficiales de Moscú.

Tras infructuosos esfuerzos por encontrar una revista no censurada de LEF, un usuario de la Biblioteca se me acercó una mañana y en un murmullo de voz me dijo. “El artículo que usted busca no está aquí. Durante estos últimos años han desaparecido miles de textos sin dejar huella. Muchos de ellos porque eran de autores conocidos y no afectos al régimen que impuso Stalin; otros por su ataque directo a la línea de flotación de las Instituciones Soviéticas. Y por fin otros, que nadie sabe porqué, a no ser por las ansias destructivas de los censores ante cualquier papel impreso. El relato que busca usted existe y yo puedo conseguirlo, para lo cual tendrá usted que abonar la cantidad que le muestro en el papel. Meta el dinero en un sobre y póngalo a nombre de Isaac Balmachov y dígale al recepcionista de su hotel que alguien vendrá a recogerlo. Esa misma persona dejará a su atención otro sobre con los documentos que usted busca.”

Cuando intenté replicar a la persona que me había hablado, esta se llevó el dedo índice a la boca y se fue alejando lentamente.

Más tarde en el hotel, cumplí a rajatabla las indicaciones del hombre de la biblioteca. Entregué el sobre al recepcionista y subí a mi habitación en espera de acontecimientos.

A la mañana siguiente pregunté en recepción si había algún sobre para mí en el cajetín y me informaron negativamente. Salí a dar un paseo y cuando, despreocupado crucé a la vuelta el hall del Hotel, el recepcionista llamó mi atención y me hizo entrega de un sobre dirigido a Carlos Soneto, es decir a mí mismo.

Con prontitud llegué a mi habitación y tras sentarme en un sillón abrí ceremoniosamente el sobre por un borde y me dispuse a leer una nota a la que acompañaba un número de la revista LEF con el artículo firmado por Babel y traducido por mí, a partir de mi poco matizado ruso.

“Estimado Señor. En este relato se narra la historia de una venganza entre padre e hijo. La venganza queda justificada por la conducta del padre, que no duda en matar la sangre de su sangre. Por ello el hijo puede matar a su padre de modo vengativo, de manera que no se percibe juicio alguno de censura.”

La carta decía así:

“Querida mamá Eudokia Federovna:

En las primeras líneas de esta carta me apresuro a informaros que gracias a Dios estoy vivo y sano y que deseo saber lo mismo de Usted. Y también le saludo profundamente con la cabeza inclinada hasta el suelo.

Amada mamá Eudokia Feodorovna. Mándeme lo que pueda según vuestras fuerzas y posibilidades. Le ruego que mate al cerdito con pintas y me envíe un paquete dirigido al Politotdiel del compañero Budienny, a Basilio Kurdjukov.

Todos los días voy a dormir sin comer y sin vestido, así es que tengo mucho frío. Puedo escribiros también que este lugar es paupérrimo.

En las segundas líneas de esta carta me apresuro a escribiros que papá ha matado a golpes a su hermano de usted Feodor Timofeich Kurdjukov hace un año. Nuestra brigada roja asaltaba la ciudad de Rostov, cuando en nuestras filas ocurrió una traición.

Papá estaba con Denikín como comandante de la compañía. Los que le han visto decían que portaba medallas sobre el pecho como se usaba bajo el viejo régimen. Y a causa de esta traición hemos sido hechos todos prisioneros y su hermano de usted Feodor Timofeich ha caído bajo los ojos de papá. Papá comenzó a golpear al tío diciéndole: bestia, perro rojo, hijo de perra y otras cosas. Y comenzó a golpearle hasta que vino la noche, hasta que el hermano Feodor murió. Yo os escribí entonces para deciros que vuestro hermano Fedia yace sin cruz. Pero papá me sorprendió con la carta y me dijo: sois de vuestra madre, sois de su misma raíz de prostituta, pero yo soy el que la ha fecundado y lo haré todavía, mi vida está arruinada, por la verdad destruiré mi simiente y otras cosas.

Con estas palabras decidí huir a la primera ocasión que tuviera y así lo hice. De Voronez os puedo decir, amada madre Eudoxia Fedorovna, que es un pueblo magnífico. Será más grande que Kranodar, los hombres son muy hermosos y los riachuelos muy adecuados para los baños.

En este tiempo Semion Timofeich, quería ser, por su temeridad comandante de todo el regimiento y el compañero Budienny dio una orden y recibió dos caballos, buen vestuario, un carro separado para el equipaje y la condecoración de la bandera roja. Yo era considerado como su hermano. Ahora si algún vecino se permite ofenderos, Semion Timofeich le podrá desollar sin más ni más.

Cuando mi padre huyó descubrimos que vivía de incógnito en casa de un vecino. Montamos a caballo y caminamos doscientas verstas, yo, el hermano Senka y los voluntarios del campamento.

¿Y qué cosas vimos en la ciudad de Maikop?. Vimos que los retrovías no simpatizan con el frente y que en todas partes se encuentra traición y una banda de judíos, como bajo el viejo régimen. Semiom Timofeich ha reñido mucho en la ciudad de Maikop con los judíos porque estos no querían entregar a papá y lo habían encerrado en una prisión bajo llave, diciendo que había llegado orden del compañero Trotski de no matar a los prisioneros: Nosotros lo juzgaremos, no os molestéis, recibirá el castigo que merece. Pero Semion Timofeich se salió con la suya. Demostró que era el comandante del regimiento y que el compañero Budienny le había otorgado todas las condecoraciones de la bandera roja y amenazó con acabar con todos los que discutían por papá y no le entregaban.

Cuando conseguimos apresar al padre nos dijimos: “¿Se encuentra bien en mis manos, padre?”. “No, dijo, me siento mal”. Entonces Senca preguntó “¿Y Feodor se sentía bien en sus manos cuando le cortaron en pedazos?”. “No, respondió, Feodor estaba mal.”. Entonces Seka preguntó “¿Y no ha pensado, padre, que también usted estaría mal?”. “No, dijo el padre, no he pensado que estaría mal.”

Luego Senka, se volvió a los hombres y dijo: “Yo creo que si hubiese caído en manos de los vuestros no habría tenido salvación. Ahora, padre, acabaremos con usted.”

Tiomofei Radionovich comenzó a injuriar descaradamente a Senka con insultos a la madre y a pegarle en el rostro. Semion Timofeich me mandó fuera del patio. De manera que no puedo, querida madre Eudoxia Feodorovna, contaros como ha muerto papa, porque no estaba presente.

Con estas noticias me despido de usted, amada mamá saludándola con la cabeza inclinada hasta el suelo.

Su hijo, para siempre Basilio Kurdjukov.”

Babel.

En otra nota anexa, escrita a mano nerviosamente alguien había escrito recientemente “Esta es la carta de Kurdjukov. Ni siquiera una sola palabra ha sido cambiada. Cuando terminó su redacción, el tomó la hoja escrita y se la escondió en el pecho, sobre la carne desnuda.”

“Kurdjukov, le pregunté, ¿era malo tu padre?”

“Mi padre era un perro, me respondió sombrío.”

“¿Y tu madre es mejor?”

“Mi madre puede pasar. Si quieres verla aquí esta nuestra familia.”

Me tendió una fotografía. Estaba ahí la imagen de Timofeich Kurdjukov, un militar de anchas espaldas, con una gorra de servicio y con la barba bien peinada, con los pómulos amplios, inmóvil, la mirada chispeante en ojos sin color ni expresión. Junto a él, en un silloncito de junco estaba sentada una campesina muy pequeña con una blusa ancha y un rostro enfermizo de líneas claras y tímidas. Y cerca del muro, sobre el mísero fondo fotográfico provinciano con flores y con palomas, se erguían dos jóvenes monstruosamente altos, obtusos, de anchas caras, de ojos salientes, petrificados, como estaban durante los ejercicios los dos hermanos Kurdjukov, Hedor y Semion.


Me levanté y marque en el teléfono el número de recepción. “Digame”, respondieron.
“Reserveme billete para el tren de Paris para mañana por la mañana”, contesté.

“¿A nombre de quien?, si es tan amable.” Volvieron a responder.

“De Carlos Soneto.”

A la mañana siguiente hice mi equipaje, pagué la cuenta del hotel y me dispuse a dar el último paseo por Moscú. Tras comer pedí un auto en la recepción del hotel y esperé que me bajaran el equipaje. Una vez sentado le dije al taxista: “Estación de Leningrado.”

Una vez instalado en mi coche-cama me dispuse a colocar coherentemente mis notas hasta que el sueño me invadió lenta y suavemente.

El tren me hacía partícipe de la inmensidad de Europa. Tras cruzar la inconcebible estepa rusa fuimos acercándonos a nuestro destino. Varsovia, Berlín y por fin París.

Y en la estación de Austerlitz y una vez instalado en la habitación me dirigí hacia el Wagon Restaurant y ocupé una mesa. Al momento un caballero de unos treinta años y con una imagen harto bohemia, se dirigió a mi mesa y me acertó a decir “ Bon soir, monsieur.“Bon soir”, le contesté.

“¿Il est occupé?. No il n´est pàs occupé. Asseyez-vous, s´il vous plait”

“Usted es español,” me dijo, “Si no le importa hablaremos su hermosa lengua”. “Como usted quiera”, le respondí, sonriendo atentamente ante el elogio.

“Mi nombre es Benjamín Peret de Rezé y soy escritor pederástico”, se presentó. ¿Pederaástico:::::? le inquirí. “Si pederástico y disentérico. ¿Disentérico…..? Si, disintérico, además pronto me iré a vivir al Brasil. Le voy a recitar un poema al que titulo “prueba formal” que le demostrará que no le engaño.”

El caballero ensanchó su pecho para tomar aire y comenzó:

Sabes tu morir sin el permiso del nadador
Si respondes sí
Tú eres el hombre anunciado por la ley
El hombre audaz de labios de elefante
El mentiroso puesto a prueba por el hierro y el fuego
El sabio demoníaco que convertirá el mundo en hilos de sangre
El infierno de pez en donde caerán los seres milagrosos
Que encuentras cada tarde al salir del teatro
Minas de sal
Avenida decorada con flores silvestres
Tormenta sexual
Para disuadir a los conquistadores de la Gran Rueda.

“¡Et voilá¡,
¿le recito otro?”

“¡No, por favor¡, le dije seriamente.”

Mis amigos me llaman “el imposible Benjamín” continuó sin inmutarse. Todo por haber defendido mi tesis “Muerte a los polis y a los campos de honor”, contra todo acontecimiento que propugne un compromiso con nada ni con nadie. Mire, en 1917, siendo yo todavía muy joven, pinté de verde una estatua en una plaza de Nantes. El enfado de mi madre fue tal que al día siguiente me enroló en el ejército para combatir en el frente. Ni que decir tiene que no volví a hablarle en el resto de su vida, e incluso de una estrofa de la Marsellesa saqué la inspiración para mi relación posterior con ella. De “al hierro candente batir de repente” pasé a la convicción de que “hay que pegar a la madre mientras ella sea joven”

“¿Le he contado que soy escritor disentérico?. ¡Oh sí¡. Me ocurrió durante la guerra en la lejana Salónica donde se batía mi Regimiento. Aparte del profundo malestar que me producía ser soldado en una guerra contra los turcos, contraje una disentería de la cual casi no salí vivo. Más tarde me resarcí y desempeñé el papel del Soldado Desconocido. Mi única frase era “¡Estoy muerto¡” “¡Ich bin kaput¡.” Después salía de escena imitando el paso de la oca. Como se montó un gran escándalo, me quisieron afiliar al PCF, pero yo me negué porque sus periódicos en Francia eran todos de la policía rusa. Luego mis amigos se dieron de baja también y a algunos les expulsaron de la URSS.”

Le dejo, estamos llegando a Tours, adiós.

Adiós, le contesté como si despidiera a un habitante de Marte. Creo que los españoles no estamos preparados para mantenernos durante mucho tiempo fuera de nuestro país.

Después recreé en la memoria a algunos de mis amigos y conocidos de España y pensé que quizá fuera nuestro país el culpable de nuestra falta de preparación, después, tras la reflexión quedé convencido de que nadie está preparado para comprender a nadie.

domingo, 17 de enero de 2010

Daniel Bensaid: "Comunismo es una palabra herida que vale la pena reparar"

Daniel Bensaïd (Toulouse, 1946 - Paris, 12 de enero de 2010) fue uno de los dirigentes estudiantiles de mayo del 68, militante en las filas de las Jeunesses Communistes Révolutionnaires. Profesor de filosofía en la Université Paris VIII y director de la revista Contre-Temps. Autor de una amplia y extensa obra que incluye más de una treintena de libros en francés. Su obra abarca una gran diversidad de temas como el estudio del pensamiento de Marx (a quien ha dedicado varias obras), Walter Benjamin y el análisis de autores como Bourdieu, Alain Badiou, Derrida o Foucault, las transformaciones de la soberanía, la política y el Estado en el marco del proceso de globalización, el nuevo imperialismo, el balance de la trayectoria del movimiento obrero del siglo XX o el movimiento altermundialista.

Potencias del comunismo
Por Daniel Bensaïd

En un artículo de 1843 sobre “los progresos de la reforma social en el continente”, el joven Engels (recién cumplidos los 20 años) veía el comunismo como “una conclusión necesaria que se está claramente obligado a sacar a partir de las condiciones generales de la civilización moderna”. Un comunismo lógico en suma, producto de la revolución de 1830, en la que los obreros “volvieron a las fuentes vivas y al estudio de la gran revolución y se apoderaron vivamente del comunismo de Babeuf”.

Para el joven Marx, en cambio, este comunismo no era aún más que “una abstracción dogmática”, una “manifestación original del principio del humanismo”. El proletariado naciente se había “echado en brazos de los doctrinarios de su emancipación”, de las “sectas socialistas”, y de los espíritus confusos que “divagan como humanistas” sobre “el milenio de la fraternidad universal” como “abolición imaginaria de las relaciones de clase”. Antes de 1848, este comunismo espectral, sin programa preciso, estaba presente pues en el aire del tiempo bajo las formas “poco pulidas” de las sectas igualitarias o de ensueños icarianos.

Sin embargo, ya entonces la superación del ateísmo abstracto implicaba un nuevo materialismo social que no era otra cosa que el comunismo: “Igual que el ateísmo, en tanto que negación de Dios, es el desarrollo del humanismo teórico, también el comunismo, en tanto que negación de la propiedad privada, es la reivindicación de la vida humana verdadera”. Lejos de todo anticlericalismo vulgar, este comunismo era “el desarrollo de un humanismo práctico”, para el cual no se trataba ya sólo de combatir la alienación religiosa, sino la alienación y la miseria sociales reales de donde nace la necesidad de religión.

De la experiencia fundadora de 1848 a la de la Comuna, el “movimiento real” que busca abolir el orden establecido tomó forma y fuerza, disipando las “locuras sectarias”, y dejando en ridículo “el tono de oráculo de la infalibilidad científica”. Dicho de otra forma, el comunismo, que fue primero un estado de espíritu o “un comunismo filosófico”, encontraba su forma política. En un cuarto de siglo, llevó a cabo su muda: de sus modos de aparición filosóficos y utópicos a la forma política por fin encontrada de la emancipación.

1. Las palabras de la emancipación no han salido indemnes de las tormentas del siglo pasado. Se puede decir de ellas, como de los animales de la fábula, que no han quedado todas muertas, pero que todas han sido gravemente heridas. Socialismo, revolución, anarquía incluso, no están mucho mejor que comunismo. El socialismo se ha implicado en el asesinato de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg, en las guerras coloniales y las colaboraciones gubernamentales hasta el punto de perder todo contenido a medida que ganaba en extensión. Una metódica campaña ideológica ha logrado identificar a ojos de muchos la revolución con la violencia y el terror. Pero, de todas las palabras ayer portadoras de grandes promesas y de sueños de porvenir, la de comunismo ha sido la que más daños ha sufrido debido a su captura por la razón burocrática de Estado y de su sometimiento a una empresa totalitaria. Queda sin embargo por saber si, de todas estas palabras heridas, hay algunas que vale la pena reparar y poner de nuevo en movimiento.

2. Es necesario para ello pensar lo que ha ocurrido con el comunismo del siglo XX. La palabra y la cosa no pueden quedar fuera del tiempo de las pruebas históricas a las que han sido sometidos. El uso masivo del título “comunista” para designar el Estado liberal autoritario chino pesará mucho más durante largo tiempo, a ojos de la gran mayoría, que los frágiles brotes teóricos y experimentales de una hipótesis comunista. La tentación de sustraerse a un inventario histórico crítico conduciría a reducir la idea comunista a “invariantes” atemporales, a hacer de ella un sinónimo de las ideas indeterminadas de justicia o de emancipación, y no la forma específica de la emancipación en la época de la dominación capitalista. La palabra pierde entonces en precisión política lo que gana en extensión ética o filosófica. Una de las cuestiones cruciales es saber si el despotismo burocrático es la continuación legítima de la revolución de Octubre o el fruto de una contrarrevolución burocrática, verificada no sólo por los procesos, las purgas, las deportaciones masivas, sino también por las conmociones de los años treinta en la sociedad y en el aparato de Estado soviético.

3. No se inventa un nuevo léxico por decreto. El vocabulario se forma con el tiempo, a través de usos y experiencias. Ceder a la identificación del comunismo con la dictadura totalitaria estalinista sería capitular ante los vencedores provisionales, confundir la revolución y la contrarrevolución burocrática, y clausurar así el capítulo de las bifurcaciones, único abierto a la esperanza. Y sería cometer una irreparable injusticia hacia los vencidos, todas las personas, anónimas o no, que vivieron apasionadamente la idea comunista y que la hicieron vivir contra sus caricaturas y sus falsificaciones. ¡Vergüenza a quienes dejaron de ser comunistas al dejar de ser estalinistas y que no fueron comunistas más que mientras fueron estalinistas!

4. De todas las formas de nombrar “al otro” necesario y posible del capitalismo inmundo, la palabra comunismo es la que conserva más sentido histórico y carga programática explosiva. Es la que evoca mejor lo común del reparto y de la igualdad, la puesta en común del poder, la solidaridad enfrentada al cálculo egoísta y a la competencia generalizada, la defensa de los bienes comunes de la humanidad, naturales y culturales, la extensión a los bienes de primera necesidad de un espacio de gratuidad (desmercantilización) de los servicios, contra la rapiña generalizada y la privatización del mundo.

5. Es también el nombre de una medida diferente de la riqueza social de la de la ley del valor y de la evaluación mercantil. La competencia “libre y no falseada” reposa sobre “el robo del tiempo de trabajo de otro”. Pretende cuantificar lo incuantificable y reducir a su miserable común medida, mediante el tiempo de trabajo abstracto, la inconmensurable relación de la especie humana con las condiciones naturales de su reproducción. El comunismo es el nombre de un criterio diferente de riqueza, de un desarrollo ecológico cualitativamente diferente de la carrera cuantitativa por el crecimiento. La lógica de la acumulación del capital exige no sólo la producción para la ganancia, y no para las necesidades sociales, sino también “la producción de nuevo consumo”, la ampliación constante del círculo del consumo “mediante la creación de nuevas necesidades y por la creación de nuevos valores de uso”… “De ahí la explotación de la naturaleza entera” y “la explotación de la tierra en todos los sentidos”. Esta desmesura devastadora del capital funda la actualidad de un eco-comunismo radical.

6. La cuestión del comunismo es primero, en el Manifiesto Comunista, la de la propiedad: “Los comunistas pueden resumir su teoría en esta fórmula única: supresión de la propiedad privada” de los medios de producción y de cambio, a no confundir con la propiedad individual de los bienes de uso. En “todos los movimientos”, “ponen por delante la cuestión de la propiedad, a cualquier grado de evolución que haya podido llegar, como la cuestión fundamental del movimiento”. De los diez puntos que concluyen el primer capítulo, siete conciernen en efecto a las formas de propiedad: la expropiación de la propiedad terrateniente y la afectación de la renta de la tierra a los gastos del Estado; la instauración de una fiscalidad fuertemente progresiva; la supresión de la herencia de los medios de producción y de cambio; la confiscación de los bienes de los emigrados rebeldes, la centralización del crédito en una banca pública; la socialización de los medios de transporte y la puesta en pie de una educación pública y gratuita para todos; la creación de manufacturas nacionales y la roturación de las tierras sin cultivar. Estas medidas tienden todas ellas a establecer el control de la democracia política sobre la economía, la primacía del bien común sobre el interés egoísta, del espacio público sobre el espacio privado. No se trata de abolir toda forma de propiedad, sino “la propiedad privada de hoy, la propiedad burguesa”, “el modo de apropiación” fundado en la explotación de unos por los otros.

7. Entre dos derechos, el de los propietarios a apropiarse de los bienes comunes, y el de los desposeídos a la existencia, “es la fuerza la que decide”, dice Marx. Toda la historia moderna de la lucha de clases, de la guerra de los campesinos en Alemania a las revoluciones sociales del siglo pasado, pasando por las revoluciones inglesa y francesa, es la historia de este conflicto. Se resuelve por la emergencia de una legitimidad opuesta a la legalidad de los dominantes. Como “forma política al fin encontrada de la emancipación”, como “abolición” del poder de Estado, como realización de la república social, la Comuna ilustra la emergencia de esta legitimidad nueva. Su experiencia ha inspirado las formas de autoorganización y de autogestión populares aparecidas en las crisis revolucionarias: consejos obreros, soviets, comités de milicias, cordones industriales, asociaciones de vecinos, comunas agrarias, que tienden a desprofesionalizar la política, a modificar la división social del trabajo, a crear las condiciones de extinción del Estado en tanto que cuerpo burocrático separado.

8. Bajo el reino del capital, todo progreso aparente tiene su contrapartida de regresión y de destrucción. No consiste in fine “más que en cambiar la forma de la servidumbre”. El comunismo exige una idea diferente y unos criterios diferentes de los del rendimiento y de la rentabilidad monetaria. A comenzar por la reducción drástica del tiempo de trabajo obligatorio y el cambio de la noción misma de trabajo: no podrá haber completo desarrollo individual en el ocio o el “tiempo libre” mientras el trabajador permanezca alienado y mutilado en el trabajo. La perspectiva comunista exige también un cambio radical de la relación entre el hombre y la mujer: la experiencia de la relación entre los géneros es la primera experiencia de la alteridad y mientras subsista esta relación de opresión, todo ser diferente, por su cultura, su color, o su orientación sexual, será víctima de formas de discriminación y de dominación. El progreso auténtico reside enfin en el desarrollo y la diferenciación de necesidades cuya combinación original haga de cada uno y cada una un ser único, cuya singularidad contribuya al enriquecimiento de la especie.

9. El Manifiesto concibe el comunismo como “una asociación en la que el libre desarrollo de cada cual es la condición del libre desarrollo de todos”. Aparece así como la máxima de un libre desarrollo individual que no habría que confundir, ni con los espejismos de un individualismo sin individualidad sometido al conformismo publicitario, ni con el igualitarismo grosero de un socialismo de cuartel. El desarrollo de las necesidades y de las capacidades singulares de cada uno y de cada una contribuye al desarrollo universal de la especie humana. Recíprocamente, el libre desarrollo de cada uno y de cada una implica el libre desarrollo de todos, pues la emancipación no es un placer solitario.

10. El comunismo no es una idea pura, ni un modelo doctrinario de sociedad. No es el nombre de un régimen estatal, ni el de un nuevo modo de producción. Es el de un movimiento que, de forma permanente, supera/suprime el orden establecido. Pero es también el objetivo que, surgido de este movimiento, le orienta y permite, contra políticas sin principios, acciones sin continuidad, improvisaciones de a diario, determinar lo que acerca al objetivo y lo que aleja de él. A este título, es no un conocimiento científico del objetivo y del camino, sino una hipótesis estratégica reguladora. Nombra, indisociablemente, el sueño irreductible de un mundo diferente, de justicia, de igualdad y de solidaridad; el movimiento permanente que apunta a derrocar el orden existente en la época del capitalismo; y la hipótesis que orienta este movimiento hacia un cambio radical de las relaciones de propiedad y de poder, a distancia de los acomodamientos con un menor mal que sería el camino más corto hacia lo peor.

11. La crisis, social, económica, ecológica, y moral de un capitalismo que no hace retroceder ya sus propios límites más que al precio de una desmesura y de una sinrazón crecientes, amenazando a la vez a la especie y al planeta, vuelve a poner al orden del día “la actualidad de un comunismo radical” que invocó Benjamin frente al ascenso de los peligros de entre guerras.

martes, 5 de enero de 2010

sábado, 2 de enero de 2010

La sanidad de Esperanza Aguirre: agua con cucarachas para los pacientes del Hospital Ramón y Cajal


Vaso de agua con cucaracha del que estuvo bebiendo José Paz, paciente ingresado por infección bacteriana en la habitación 113 del hospital madrileño Ramón y Cajal
Información contrastada de NUEVA TRIBUNA.ES. Madrid, 31.12.2009

José Paz fue ingresado en el Hospital Ramón y Cajal de Madrid el pasado 18 de diciembre para ser tratado de una infección por la bacteria Staphilococcus Aureus en el hombro. Desde entonces ha permanecido en la habitación "de aislamiento" 113 del servicio de Traumatología. Los familiares y demás personas que han ido a visitarle han tenido que entrar con con bata, guantes, mascarilla y calzas, además de lavarse las manos, tanto para evitar transmitir enfermedades al paciente como para que el paciente no se las transmita a ellos.

Pues bien, entre tantas medidas higiénicas se ha producido un fallo que produce escalofríos: las cucarachas campan a sus anchas por la habitación sin bata, sin guantes, sin mascarilla y sin calzas. La denuncia ha sido hecha por el hijo del enfermo, José Luis Paz, que asegura que "desde el día de su ingreso hemos matado en esa habitación 6 cucarachas que estaban por el suelo". El martes, José Paz fue operado por segunda vez ya que la bacteria estaba colonizando en diversas zonas de su brazo izquierdo y después fue conducido de nuevo a la habitación. Su hijo cuenta que el miércoles por la mañana, "cuando he ido a darle de desayunar (8h 30mn), había una montada porque ha aparecido una cucaracha en el vaso de agua del que mi padre ha estado bebiendo toda la noche, sin darse cuenta".

José Luis lo puso en conocimiento de la supervisora de Traumatología, que se justificó diciendo que "el hospital es muy viejo". Posteriormente presentó una reclamación en "Atención al paciente" y lo puso en conocimiento del comité de empresa a través de la sección sindical de UGT. Por la mañana unos trabajadores procedieron a fumigar la habitación que ocupa José con un gel especial.

El caso de José Paz no es el único. Otras personas han afirmado que los insectos llevan más tiempo conviviendo con los enfermos del hospital. Su origen podría estar en una habitación llamada "de oficios" en la que se acumulan las bandejas con la comida que dejan los pacientes, un caldo de cultivo ideal para que las cucarachas vivan y se multipliquen.

La gerencia del hospital ha abierto una una investigación para averiguar el origen de los bichos y las razones por las que no han funcionado las medidas anti-insectos. Por su parte, la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid, que dirige Juan José Güemes, ha rescindido ya el contrato a la empresa IS Higiene Ambiental, que se encargaba de la desinfección de la habitación del Hospital Ramón y Cajal.