domingo, 31 de mayo de 2009

31 mayo 2009 cincuenta y te la hinco son los que han caído ¡Salud a todos!


Ken Follet, rock and blues parchero


Con su paraguas, su blanca cabellera y su tranquila elegancia británica, ¿quién lo diría?, Ken Follet es un rockero de base, un inoxidable del rhythm and blues. Anoche actuó en Florida Park con su banda Damn right I got the blues. Fuera la corbata y venga la camisa de maquéi. Y a salir de bolos con su hijo guitarrista, unos amigotes de la vieja galaxia Guttenberg y una presentadora de la tele. El próximo viernes cumple 60 años este tipo de las millonarias ventas de libros, el gentleman de los espías y los pilares. Un sesentón sexentero, un respeto. Kent Follet toca el bajo mejor de lo que Woody Allen pueda tocar el clarinete, ya ves. Y tiene una banda de rhythm and blues. Tienen lo básico: están en esto por las chicas y las copas. Ahí están las esencias del rock and blues de los garitos. Todo aquel asunto del pub rock. Sin más tonterías. Bill Wyman sabe de qué hablamos, hablamos del rock parchero.

Al dar las 12 del sábado noche de 2009, en Florida Park, cumplí cincuenta y te la hinco años. En ese momento, Ken Follet y los De Puta Madre, Tengo El Blues tocaban "Mustang Sally". Este tipo me pagó los primeros tragos de aguas cuerdas por mi cumple, pinchos y canapés. Y hubo hasta pastelitos. Gracias Ken.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Martirio: “Pareces prima mía, me dice la gente”




Acida, tierna y desaforada, Martirio apareció como un torbellino en los burbujeantes años 80. Con el disco “25 años”, grabado en la Sala Luz de Gas de Barcelona en 2008, celebra las bodas de plata de su carrera artística. Sedienta de vivir y de aprender, Martirio impactó visualmente con las peinetas monumentales, las gafas de sol y los trajes de tonadillera hipermoderna. Larga vida hay en su copla. La bola de la vida y sus espejos.

25 años son…

Se notan, se notan… Pero lo importante es que no se te quite la capacidad de curiosidad, de riesgo, las ganas de aprender, la ilusión, la vocación, el amor a la música… Las cosas que pasan entremedio de esos veinticinco años nos hacen más sabios si eres capaz de ir saltando esos obstáculos que te echan abajo o con los que te vas hacia arriba. Yo no soy nada plana, soy una montaña rusa. La música siempre me lleva arriba.

Martirio llegó a Madrid con unas maquetas. ¿Había algún presentimiento?

Hace veinticinco años estábamos tú y yo en tu casa haciendo aquella selección de coplas. Y yo hubiera firmado por estar como estoy hoy, por haber conocido los países que he conocido y haberme subido a un escenario con tanta gente que admiraba. Por haber tocado tantos palos, y por haber salido indemne de tantos palos que me han dado también.

¿Había alguna dirección?

Yo estaba poseída por una misión. Por una mezcla de reivindicar que se podía amar la tradición y la vanguardia, por unas ganas de decir las cosas a la cara. Era un poquito punkie en ese momento. Nunca he sido una loca, pero siempre me ha gustado el vértigo y el riesgo. Una energía se apoderó de mí para hacer que en Madrid fuera más yo misma, que aquí saldrían cosas que estaban ocultas.

Eran los tiempos de la movida de los 80. ¿Cómo era aquello?

Había mucho arrojo por ser cada uno, distinto. Lo veías en la calle, como la gente se arreglaba, como cada uno se echaba su fantasía. Había mucha libertad, habíamos salido de un túnel y explotaba la libertad, el color y la falta de prejuicios a la hora de unir cosas en todas las artes. Había mucho desahogo. En aquel tiempo se premiaba la originalidad. Luego ha habido un camino hacia homogeneizar.

¿Cómo es Martirio en escena?

Mi hijo Raúl me dice que yo siempre hago versiones, incluso de mí misma. Paso mucho miedo y nunca sé lo que va salir. No llevo las cosas premeditadas, ni ensayadas frente al espejo. Intento no repetirme, ponerme limpia antes. Salgo a ver qué pasa con el bumerang del público. El escenario es un sitio mágico donde hay una catarsis en la que se ve todo. Intento estar a la altura de la ceremonia sagrada que para mi es la escena. Quiero llegar a la barriga, tocar los sentimientos, convertirme en espejo de los sentimientos del público.

Y la mujer está siempre presente en ese espejo.

Muchas mujeres, muy distintas. Y muchos hombres. Martirio es un personaje colectivo. Vine a Madrid con una maleta propia y mucha heterodoxia. Y siempre me he sentido voz de muchos.

El disco empieza con dos canciones de comienzo de carrera, compuestas con Kiko Veneno. ¿Cómo surgieron?

Eso se creó de una manera completamente erótica, sentados los dos en la mesa camilla de mi casa en Sevilla. Había un afán de mostrar una mujer autónoma, independiente, libre, con mucha profundidad y también con mucha ironía, con muchas ganas de reírse. Abrimos la puerta y salió lo que estaba dentro. La copla estaba en mí porque me gusta desde pequeña. La copla era un magnífico tesoro y había que despojarla del sambenito que tenía.

¿Persiste el afán de veracidad?

Decir la verdad siempre es difícil, pero yo no sé hacerlo de otra manera. La edad te reposa, pero ahora yo canto un fandango en swing y me siento defendiendo el mundo propio de la mujer con la guasa de “Compuesta y sin novio”, con la misma fuerza que cantaba “Separada sin paga”.

El disco se cierra con la explosión inicial de “Estoy mala”. ¿Algunas mujeres siguen necesitando una pastilla para ponerse a funcionar?

Claro que sí. La gente me hace los coros cuando la canto: “estoy mala, estoy mala…” Todo el mundo tiene sus cosas. Y cuando vas siendo mayor, más. Lo de las pastillas está vigente.

La sociedad se ha vuelto más abierta y dialogante con respecto a las mujeres. ¿Instituciones como la Iglesia también?

Yo no lo entiendo. Creo que si fueran más abiertos, habría muchos más socios. Yo soy cristiana y voy con mis santos por todos lados, pero no comprendo esa cerrazón. Me parece un contradiós que digan que no se pueden usar condones en África. Del aborto tienen que opinar las mujeres, y del condón los que lo usan. Si Cristo viniera, haría las cosas de otra manera. Estaría mucho más cerca de todo el que tiene el corazón limpio.

¿Hasta dónde llega la identificación en “Ojos verdes”?

Es la canción que más he cantado en mi vida. Me identifico con la historia, me identifico con mis ojos. Es un placer esa copla, se ha llevado muy bien al flamenco y al jazz. Creo que hay vitalidad en la copla. Como intérpretes, Serrat o Javier Rubial son copleros de verdad. Carlos Cano y yo fuimos los primeros en luchar por la copla en un mundo que la daba un poco de lado en aquellos años 80. Hicimos nuestra propia interpretación, sin copiar.

¿Cuántas vueltas tiene la copla “Mi marío?

Le llamo la canción camaleón, porque expresando una actitud en la que la protagonista contribuye al machismo, aguantando a ese marido que la hace sufrir con una venda en los ojos como pintan a la fe. Por la propia inmensidad de la letra, si le das la vuelta, se convierte en una canción feminista, porque hasta el más retrógrado sonríe diciendo no es posible que esta señora llegue a estos extremos.

Al principio fue la copla y el rock, luego Martirio se ha arrimado al jazz, al bolero, al son, al tango… Y el flamenco siempre ha estado ahí. ¿Cómo ha evolucionado el público?

La gente ahora conoce mucha más música. Tendrías que reencarnarte en varias vidas para escuchar todo lo que puedes meter en el ipod. La gente está mucho más preparada musicalmente. El público está más dispuesto a que le sorprendan, a que le cambien de registro y a aprender de lo que no sabe. La gente busca la complicidad. Muchas veces me dicen “parece que eres prima mía”.


El valor de la copla


En la sociedad española de los 80 todo tuvo que recolocarse. Lo que llegaba tratando de olvidar cómo había venido, lo que se quedaba tratando de hacer creer que se había ido. Pocos fueron capaces de enfrentar su verdad en aquel laberinto de los espejos. En aquel “todo vale” de la música de los 80, algunos valores tenían carga de profundidad.

La iconografía de Martirio se antojaba casi irreverente. Algunos –despistados o interesados- hasta creyeron que la de la peineta y las gafas venía a reírse de un género, la copla, que ella veneraba. La copla olía a nacional-catolicismo-folklorismo. Pero la que “estaba mala de acostarse” adoraba en lo más hondo por igual a Concha Piquer y Lou Reed. Y tenía los estigmas de otras tantas contradicciones que tiene vida.

Martirio (María Isabel Quiñones, Huelva, 1954) había estado cantando en la solemnidad popular de Jarcha y haciendo coros en las sátiras béticas de Kilo Veneno. Cuando llegó a Madrid, la máscara de la tonadillera pospunk dejó ver lo que se escondía en lo oscuro. No era mentira, no era delirio, Martirio era demasiado corazón, drama y buen humor.
El tiempo la visto agrandarse con su copla contenida y desbordante. Chavela Vargas, Compay Segundo, Chano Lobato, Soledad Bravo, Mercedes Sosa, Franco Battiato, Lila Downs… La lista de los grandes artistas con los que se ha abrazado crece y crece. Ahora prepara un espectáculo con el flamenco Miguel Poveda y el tanguero Marcelo Mercadante. Con Marizza quiere entrarle al fado. Y en Italia, en un proyecto de homenaje al compositor Nino Rotta, montado por Mauro Gioggia, coincidirá con Catherine Ringer (ex Les Rita Mitsouko) y María Medeiros.

Arte y vida del brazo. Martirio retoma en su nuevo disco “Se dice”, una pieza cogida del repertorio de Concha Piquer en tiempos de la II República. Y dice la copla: “Eres muy buena si sabes fingir. Y eres muy mala si no sabes disimular y con la verdad pretendes vivir. Amar, yo quiero amar en libertad, porque nací mujer para querer y hacer mi santa voluntad”. Martirio dice que le suena libertaria.



Elogio de la desnudez

De vuelta a la casa primitiva, Martirio ha grabado este espléndido “25 años” con Nuevos Medios, la compañía discográfica con la que se estrenó. El “productor de su vida” fue y vuelve a ser Mario Pacheco, un visionario y exquisito de la independencia en la casi siempre convulsa industria del disco. Todo lo que Martirio ha ido bebiendo se derrama en esta obra. Tiene empaque de cantaora que conoce los filtros de amor para que se besen la copla, el jazz, el flamenco, el tango, el bolero… Y cruzar desde el Mediterráneo por el Atlántico hasta el Caribe. Todo con una encendida desnudez. Si con Chano Domínguez alumbró un nuevo arte de la Andalucía del siglo XXI, en este disco todo es desnudez descarnada. La tremenda versatilidad en el piano de Jesús Lavilla y fabulosa guitarra flamenca del hijo Raúl Rodríguez sostienen el vértigo en la voz de Martirio. Todo en flor de santidad.

Publicado en Público