Elegante, creativa, inteligente, conmovedora…. Mariza se alza arriba de la ola de esa generación de intérpretes que le ha dado nueva vida al fado. La cantante nacida en Mozambique y llegada a Lisboa a los cinco años, dominadora en plenitud del escenario, explicó en su “portuñol-españolés” que en Mouraira, el barrio donde nació el fado, ella había encontrado su propio camino: “El fado que fue, el fado que soy y el fado que me gustaría ser”.
Lo canta en “Meu Fado Meu”: “De mi pueblo traigo el llanto/ En mi canto a la Mouraira/ Tengo nostalgia de mí”. Nostalgia del lugar mágico donde sus progenitores, padre portugués y madre mozambiqueña presentes en el Auditorio Nacional, pusieron una taberna, donde Mariza empezó a cantar hasta llegar, según dijo, a ser el negativo del positivo que es su madre negra. Una noche de consagración y consumación para que la exquisita y cautivadora cantante rubia le dedicara a su abuela un ritmo popular del Alentejo, en “Feira De Castro”; para nosotros, un familar aire de jotillas con baile incluido de ventolera festiva.
Palabras de admiración y agradecimiento también a su referente estético más luminoso en la interpretación del fado: Carlos Do Carmo. Maravillas de la poesía capturada por la música, versos del que llamó mayor poeta portugués del siglo pasado, Fernando Pessoa, en “Ha uma música do Povo”: “Pero es tan consoladora/ la vaga y triste canción/ que mi alma ya no llora/ ni yo tengo corazón/ Soy una emoción extraña/ un error de sueño ido/ canto de cualquier manera/ ¡Y acabo con un sentido!”. Para erguirse desde el fado tradicional, Mariza bajó al patio de butacas y lanzó su voz a pelo, sostenida sin microfonía por la guitarra clásica de Antonio Neto y la guitarra portuguesa de Luis Guerreiro. Una estampa de lo más flamenca, un puente desde el siglo XIX hasta la modernidad. Todo bellísimo y embargado de emoción: “Maria Lisboa”, “”Primavera”, “Medo”… Todo en su región más transparente: el fado. Dedicatoria a la gran Amália Rodrígues. El miedo no moró en Mariza.
Lo canta en “Meu Fado Meu”: “De mi pueblo traigo el llanto/ En mi canto a la Mouraira/ Tengo nostalgia de mí”. Nostalgia del lugar mágico donde sus progenitores, padre portugués y madre mozambiqueña presentes en el Auditorio Nacional, pusieron una taberna, donde Mariza empezó a cantar hasta llegar, según dijo, a ser el negativo del positivo que es su madre negra. Una noche de consagración y consumación para que la exquisita y cautivadora cantante rubia le dedicara a su abuela un ritmo popular del Alentejo, en “Feira De Castro”; para nosotros, un familar aire de jotillas con baile incluido de ventolera festiva.
Palabras de admiración y agradecimiento también a su referente estético más luminoso en la interpretación del fado: Carlos Do Carmo. Maravillas de la poesía capturada por la música, versos del que llamó mayor poeta portugués del siglo pasado, Fernando Pessoa, en “Ha uma música do Povo”: “Pero es tan consoladora/ la vaga y triste canción/ que mi alma ya no llora/ ni yo tengo corazón/ Soy una emoción extraña/ un error de sueño ido/ canto de cualquier manera/ ¡Y acabo con un sentido!”. Para erguirse desde el fado tradicional, Mariza bajó al patio de butacas y lanzó su voz a pelo, sostenida sin microfonía por la guitarra clásica de Antonio Neto y la guitarra portuguesa de Luis Guerreiro. Una estampa de lo más flamenca, un puente desde el siglo XIX hasta la modernidad. Todo bellísimo y embargado de emoción: “Maria Lisboa”, “”Primavera”, “Medo”… Todo en su región más transparente: el fado. Dedicatoria a la gran Amália Rodrígues. El miedo no moró en Mariza.
“Ellas crean”. Mariza. Músicos: Antonio Neto, guitarra clásica; Luis Guerreiro, guitarra portuguesa; Vasco Souza, guitarra bajo; Joáo Pedro Ruela, percusión; Paulo Moreira, chelo; Ricardo Mateu, viola: Antonio Barbosa y Antonio Figueiredo, violines. Lugar: Auditorio Nacional, Madrid.