jueves, 9 de agosto de 2007

ese Billy Higgins...


La sonrisa pura,
la mirada limpia,
el alma transparente,
la imaginación desbordada,
las manos ingeniosas,
la juventud eterna…
Ese Billy Higgins.
El batería feliz.

Presenciamos el momento mágico. Hacía un solo Billy cuando, tras uno de sus golpes mágicos de baqueta, cayó una gota de agua de una gotera del techo del escenario. Fuera del recinto llovía. El cielo descargaba sobre Madrid. La audiencia estaba hipnotizada por la sutil descarga de Higgins. La música y el silencio estaban en el mismo abrazo. La gota estalló contra el suelo, liberando una nota que encajó a la perfección en el discurso puntillista del pintor de caricias, escultor de atmósferas. Ese Billy Higgins.

Estratega del free jazz, estuvo en la vanguardia desde la retaguadia. Huyó del protagonismo. Tocó con casi todos, grabó con casi todos, rechazó ser líder. Estaba por encima de eso. Universos mínimos, instantes solares y de plenilunio,
colisionando amablemente en cada uno de sus golpes. Era imposible no sentir por él un amor supremo.

Ese Billy Higgins...


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