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Conmovido llevo varios días escuchando el disco que me acaba de llegar de Fernando Terremoto (Jerez de la Frontera, 1969 - 2010). No se si el artista y amigo mío Pedro G. Romero es santo de vuestra devoción - de la mía, sí-, porque estoy de acuerdo con él cuando escribe. "Si Terremoto es para muchos el Antiguo Testamento, su hijo Fernando resulta el Evangelio: comunicación, amor, universalidad".
(Disgresión: Aplico este mismo paralelismo a John Coltrane y el advenimiento en Madrid el pasado martes de su septuagenaria Excelencia Wayne Shorter).
Sí, vuelvo a ese Fernado Terremoto, que tanto duelo y tanta gloria estaba dando - me dió - cantándole al apocalíptico bailaor Israel Galván. Tanto se me da si el flamenco, esa descontextualizada abstracción a porfía, se va a sembrar malvas en el limbo de los justos. Lo que a mí me duele es que se me mueran los flamencos. A lo peor, distraídos por lo que sea, estábamos mirando a otra parte cuando podíamos haber disfrutado con la luz de Fernando. Qué fatiga de lamentos mirando hacia lo mucho que molesta y no hacia lo poco bueno que se nos va entre los dedos.
El disco "Terremoto" (A negre/Bujio, 2010) está en Spotify.
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