sábado, 17 de abril de 2010
San Garzón de los Muflones
Una certeza: el asunto San Garzón de los Muflones terminará como ha empezado, con una chapuza. Ocurre en muy contadas ocasiones que los jueces se salten a la torera el autoprotector mandamiento corporativo: una toga no hace un siete con el descosido de otra toga. Para el resto de los mortales: perro no come carne de perro. Todo un espectáculo -con modelo narrativo basado en nuestros tradicionales esperpentos nacionales- contemplar a la jauría del Tribunal Supremo abalanzarse sobre esta pieza de caza mayor: Baltasar Garzón. Los ingleses tienen la caza del zorro. Garzón tenía (a mal, para los no cinegéticos) la caza de los pobres muflones. El Tribunal Supremo tiene a bien la caza de Garzón.
El juez que empapeló al sanguinario Pinochet súfrase hoy convertido en carnaza por obra y gracia de la denuncia presentada por un pingo de sindicato policial, Manos Limpias, y unos fascistas con camisa vieja fin de temporada y añil avance de temporada, Falange Española. El mundo se asombra. Una vez más, España dando el peor y más rancio espectáculo de sí misma: la charlotada nacional. Al guardia civil que sabe lo que no es jazz, a los curas pro vidorra chupabraguetas y el bombero torero, ahora viene a sumarse la faena Garzón, encerrado él solo con tres toros tres: el pastueño morlaco Botinero, el berrendo colorado Histórico Memorioso y el maldito cardenero Gürtel.
Como suele pasar en España -y tal vez en todas partes- las cosas suceden brutalmente delante de nuestros ojos, pero explicarlas, al detalle o a bulto, es un lío de cojones. La claridad nos deja ciegos. Y más si anda por medio con sus ejemplares apariciones San Garzón de los Muflones, que antaño quiso ser ciclista socialista para luego escaparse del pelotón con maillot del jabón Gal y volver al equipo colorao judicialista, haciéndose el amo de la pista, haciendo juegos malabarísticos con mediáticas togas y demás puñetas.
Parece evidente que la sonada del Tribunal Supremo para emplumar al Salteador de los Muflones, simple como el mecanismo de un cubo (de la basura) -y aunque parezca trivial-, procede de la voluntad de venganza de los cien mil enemigos del santo Garzón, afrentados o por mera envidia de su notoriedad, que han ido acumulando bilis en los últimos veinte años. El cielo nos coja con la muda limpia. A la cabeza de esa tropa de enemigos está el aparato policial-judicial del PSOE – el clan de Chamartín y asimilados, por la parte policial; y los magistrados Robles y Varela, por la judicial-. ¿Qué extraño papel juega aquí el recortable De La Vega?
Aquellos compañeros de francachelas para la democracia se han aplicado en esperar su delicadeza, sabiendo que un tipo tan poco escrupuloso técnicamente acabaría metiéndola hasta los corvejones. Una falta leve, o incluso grave, habría estado en cualquier momento a su alcance, dadas las continuas chapuzas que cometía el muflonero, pero eso no bastaba. Había que endilgarle una prevaricación y echarle del gremio y del corral, quizá meterle en el chiquero.
Fue cuando Garzón se autodeclaró competente (¡no iba a hacerlo, Él, el Cazador Justiciero con aspiraciones a Primera Escopeta Nacional e Internacional!) para investigar los crímenes franquistas, cuando los del pimpampúm te empapelo que te doy pal pelo decidieron que, por fin, había llegado la oportunidad. Los muy zoquetes, cegados por el olor de la sangre odiada, no comprendieron en la que se estaban metiendo. Cargarse a un juez que pretende investigar los horrores del franquismo apoyándose en una denuncia de Falange: ¡Hostión Supremo! Demasiado para un segmento de la población minoritario pero numeroso: aquellos que tienen -digamos- un imaginario, más sentimental que intelectual, de izquierdas. Demasiado lo que han tenido que tragar de un Estado y un régimen posfranquista, borbonítico, frikista y democrático. Atados y bien atados, maniatados, nos dejó el Criminalísimo. Y así seguimos. Ilusos de nosotros, siempre comparsas. Ahora es tiempo de sainete: un egótico megalómano como San Garzón de los Muflones convertido en el símbolo de la resistencia frente al neofranquismo rampante. Y los muertos en las cunetas. Los torturadores y asesinos, culpables de delitos contra la humanidad, tan impunes.
Un actor, Juan Luis Galiardo, ha dado en el clavo: “Hay que aumentar la asistencia siquiátrica. El Tribunal Supremo necesita mucha asistencia siquiátrica. El Parlamento también necesita mucha asistencia siquiátrica”.
Un último adorno: el abogado defensor de San Garzón de los Muflones asegura que los actos de protesta popular en favor de su defendido, en realidad, le perjudican. La otra vuelta de tuerca de tanta sinrazón en nuestro sistema judicial es que cuando un juez se siente cuestionado y presionado hace justo lo que resulta más injusto: más sangre con el acusado. Donde la justicia se resume en que el juez hace lo que le sale de los cojones. O de los muflones.
Manuscrito encontrado en Santa Bárbara Pub
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