jueves, 14 de agosto de 2008
un simulacro de la imaginación. Mayo 1968
Y faltaba nada más que un año para..... el 69. La píldora, el divorcio, las uniones sin bendición de la omnipresente Iglesia, la liberación de la mujer, la revolución sexual, la primavera de Praga, la matanza de la plaza mexicana de Tlatelolco, tiros en Pekín, tiros en Vietnam, el Estado asentado en los derechos democráticos, la educación sin clases forzadas de religión y Formación del Espíritu Nacional, un colegio sin cantar “Cara al sol” cada mañana, una España sin miedo al Estado ni a la policía política, una psiquiatría no carcelaria, una justicia sin tribunales represivos como era el T.O.P… ¡Uff, mi querida España!
Todas estas aspiraciones chocaban de frente con la España del Caudillo y la Cruzada. La televisión –una, grande y para nada libre- repartía consignas como “Sonría, por favor”. Pero había tantas cosas impertinentes, casi imposibles de pensar en aquella sociedad, que reírse podía costar muy caro. Reírse por la calle era todo un desafío a la dictadura, que se mantuvo pura y dura hasta el final.
A este respecto, Antonio Fraguas “Forges” cuenta una anécdota ilustrativa. Iba a comprar unas aspirinas para su mujer, cuando al pasar por delante de la Dirección General de Seguridad, en uno de esos madrileños días de aire gélido, a un Policía nacional se le voló la gorra. El “gris”, para cazar su gorra, echó mano de su porra, queriendo cazarla a porrazos. “Yo me reí – recuerda Forges-, y el “gris” me llevó detenido. Tuve que pedirle perdón, pero también le hice entender que no tenía ningún sentido del humor”.
Mayo de 1968, al menos en España, se ha convertido en una especie de imagen de marca capaz de galvanizar conciencias. Haber tenido un pasado heroico tranquiliza mucho. Aunque no sea verdad. Mirarse en un espejo rebelde puede ser una terapia. Joaquín Sabina lo cantaba con estas palabras: “Aquel año, Mayo duró doce meses”. Mucho es eso, sobretodo en un país como el nuestro, un país que soportaba la dictadura de hierro de Franco. ETA irrumpía en la política, asesinando al comisario Melitón Manzanas. El gobierno decretaba el Estado de Excepción, que no era otra cosa que represión y garrotazos.
La Universidad estaba cerrada u ocupada por la policía. La canción de moda era “La la la”, triunfadora en Eurovisión. Una canción estúpida e intrascendente, que había escrito el Dúo Dinámico. Serrat había dado la campanada queriendo cantarla en catalán, pero la gesta que ha pasado a la historia fue el triunfo de Massiel, con su vestido minifalda de salón de bodas. Hubo quien quiso creer que el sórdido y homicida régimen de Franco podía levantar la mano gracias a Eurovisión. El himno “L´Estaca”, compuesto por el catalán Lluis Llach, había sido censurado, prohibida su emisión por la radio. Siete años faltaban para que “tombara” Franco, para que aquellos cansinos partes médicos dieran la noticia de que se había producido el “hecho biológico”, un alivio después de tanto anunciar que el Generalísimo había obrado “heces en melenas”.
Jaime Sisa, galáctico cantautor catalán, tiene una visión a contrapelo y desmitificadora de aquellos mayos: “El 68 en España fue más un simulacro de la imaginación que una realidad histórica. Aquí llegaban los ecos y los reflejos de lo que acontecía en la Europa democrática. Luego, en los años posteriores, resultó que todo el mundo había estado en Paris, curiosamente. Yo no había estado en París en el 68, había estado en el 66 y en el 77, siendo yo muy jovencito. Cuando ocurrió lo del 68, aquí no estábamos preparados para algo tan gordo, al menos como parecía que fue de gordo. Pero creo que las consecuencias del 68 pervivirían durante largos años”.
Mientras la revuelta en Francia conseguía unir a estudiantes, obreros y sindicatos, nuestros “Jean Paul Sartres” habían sido apartados de la Universidad. Enrique Tierno Galván, José Luis Rodríguez Aranguren, Agustín García Calvo y Santiago Montero Díaz habían sido expedientados en 1965 y expulsados. Unos cuantos estudiantes empollones fueron deportados a provincias. Así que con nuestros más ilustres próceres caminito de ultramar, la Universidad tuvo que conformarse con el concierto- mitin celebrado por Raimon en la Facultad de Ciencias Políticas de Madrid.
La memoria ha ido acomodando unos y otros recuerdos a una lectura fácil de explicar. Cuarenta años de repetir tópicos por la tele, la radio y los periódicos, han dado tiempo a que muchos, llanamente, atesoren falsos baúles de recuerdos para una biográfica novela épica. Lo cierto es que en aquel 1968 no había en París cama para tanta gente. Franco nos tenía más tiesos que una vela, mientras que el General De Gaulle era forzado a dimitir de la presidencia de la República Francesa por las movilizaciones codo con codo de estudiantes y trabajadores.
José Antonio Labordeta, cantautor, profesor, literato y político decente, recuerda su experiencia de aquel año. “Tenía que ir – comenta Labordeta -a actuar en un recital en Lérida, con Ovidi Montllor y Paco Ibáñez, cuando me llamaron reclamando mi presencia. La carta que debía haberme avisado de que contaban conmigo no llegó nunca”. Así eran las cosas, producto de la acción combinada de la censura y la policía. Sobre la labor del cantautor pionero, Labordeta asegura: “Era más importante callar que cantar. Así era nuestro ofició”.
Del rock conseguía salvarse la variante soul-pop. Los Bravos y los Canarios se situaban ese año en la cima de las listas de éxito con temas como “Bring A Little Lovin” y “Get On Your Knees”. Julio Iglesias triunfaba en el Festival de Benidorm por partida doble, interpretando él mismo su canción “La vida sigue igual” y también en la versión que hizo el grupo Los Gritos. Un modelo que comenzaba a extenderse por nuestro solar patrio era el de los cantantes melódicos. Tom Jones ( Delilah”) y Barry Ryan (“Eloise”) se imponían en el “swinging London”. Signo de esos tiempos fue la separación de Juan y Junior. Miguel Ríos siempre ha estado por aquí, con sus famosas “El Río” y “Vuelvo a Granada”. El grupo Pic-Nic se ponía meloso con “Cállate, niña”.
Los 3 Sudamericanos (“Cuando salí de Cuba”), Henry Stephen (Limón, limonero”), Luis Aguilé (“El tío Calambres”) y Palito Ortega (“Corazón contento”), hacían perlas para el Celtiberia Show.. Inasequible al desaliento, Raphael seguía cantando en los conciertos benéficos navideños, presididos por doña Carmen Polo de Franco, aquello tan socorrido de “Digan lo que digan “. El rock quedó proscrito hasta entrados en los años 70, con la aparición del grupo sevillano Smash o la vertiente sicodélica de la nova cançó catalana, Pau Riba y Jaume Sisa.
Fuera de España, la catarata de buena y rompedora música era un “tsunami”. Aquí, sin ser fácil, algunos nombres llegaban a la radio o los guateques por las vías más diversas. Los asentamientos estadounidenses en Rota y Morón, con sus emisoras radiando rock y la venta de discos americanos de segunda mano por los militares, posibilitaron un cierto “underground” .
Esas grandes figuras y grupos eran Jethro Tull, Cream, Deep Purple, John Lennon, Beatles (“Revolution”), Rolling Stones (“Street Fighting Man”), Otis Redding, Pink Floyd, The Band, Doors, Kinks, Velvet Underground, Frank Zappa o Sly & Family Stone. Labordeta puntualiza que en aquellos tiempos era difícil en España escuchar -o sencillamente adquirir- un disco de Frank Sinatra. Sin embargo, algunas cosas curiosas se colaban en las ondas, tal vez por ser la primera vez que sonaban: Paco Ibáñez (“Andaluces de Jaen”), Benito Lertxundi (“Gure Dibe Galduak” y “Egúa”), Atahualpa Yupanqui (“Los Ejes de mi carreta”), Almas Humildes (“Cuervos”)…
Para Martio Pacheco, director del sello discográfico Nuevos Medios, la mejor música española del momento era el flamenco, con nombres como Bambino, La Paquera de Jerez, Fernanda y Bernarda de Utrera… Claro que era una música tan a contrapelo de modas, que su carácter más o menos minoritario queda justificado...
El psiquiatría Enrique González Duro recuerda lo siguiente: “Aquí lo que se escuchaba por la radio y la televisión no era flamenco. Era la copla de Juanita Reina o Lola Flores. El flamenco estaba arrinconado a un reducto de minorías, de aficionados fieles a la juerga y la fiesta. Yo soy andaluz, y de pequeño, me decía qué sería ese cartel que había en las tabernas: “Se prohíbe el cante”. Tuvieron que venir los franceses con la antología flamenca de Hispavox, que dirigió Perico del Lunar, para que nos diéramos cuenta de que aquí teníamos una cosa fabulosa. Aquí eso pasaba mucho. Lo español era sinónimo de cosa defectuosa y de mala calidad. “Made In Spain”, eso era algo que no valía”.
Para el periodista musical Diego A. Manrique, lo que más le fascinó del 68 fueron los grupos de la psicodelia de San Francisco. “Quicksilver Messenger, Jefferson Airplane y Grateful Dead -afirma Manrique-, eso era lo que a mí me gustaba. El rock español estaba desaparecido. Y lo que sí sucedía era que algunos grupos de soul, como los Canarios, incluso eran tomados por americanos en las listas de éxito USA. Sobre la rebeldía de canciones como “Get On Your Knees”, Teddy Bautista, cantante entonces del grupo los Canarios y hoy presidente de la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE), cuenta que había visto en EE.UU. las manifestaciones de los fundamentalistas quemando discos de los Beatles, cuando dijeron aquello de que eran más famosos que Jesucristo”.
El antiautoritarismo característico de la rebelión juvenil del 68 se desarrollaría más tarde en nuestro país, en los años 70. La rebelión contra del régimen franquista y contra las estructuras desfasadas de la izquierda estalinista fueron cosas distintas, o similares. Porque los partidos de izquierdas, todos, tenían aparatos muy burocráticos y bastante autoritarios. Era muy corriente que una chica, militante de izquierdas, proveniente de una importante familia del PCE, tuviera que marcharse de las reuniones políticas antes de dar las diez de la noche, que cantaba en ese mismo año Serrat. La familia española fue así, hasta muy después de mayo de 1968.
Nuestros "Juan Pablo Sastres".
Ocurrió antes de tiempo, lo que son las cosas. En 1965 Enrique Tierno Galván, José Luis Aranguren, Agustin García García Calvio y Santiago Montero Díaz habían sido expulsados de la Universidad por sus manifestaciones de oposición al Régimen. En solidaridad con ellos, el literato José María Valverde se exilió como protesta contra esa medida tan poco académica.
Aranguren se fue a California y México. Tierno Galván partió incluso del PSOE, formación de la que fue expulsado en 1968, y cuya crisis resolvió, por poco tiempo, formando el Partido Socialista del Interiror (PSI). García Calvo, este sí, marchó exiliado a París, donde le pilló lo de “la playa está debajo de los adoquines””, también todo aquel importante jaleo filosófico de los situacionistas franceses.
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