miércoles, 29 de septiembre de 2010
29-S Gongorismo sintético
Gongorismo de gran precisión que portaba escrito en un cartel un asistente a la multitudinaria manifestación en Madrid contra la reforma laboral:
¡Zapatero remendón de tanto rico ladrón!
domingo, 26 de septiembre de 2010
A derechas
-¡Maldita sea! -estaba negro el tío. Furiosísimo-. Todo tienes que hacerlo al revés -me miró-. No me extraña que te echen de aquí. Nunca haces nada a derechas. Nada.
"El guardián entre el centeno", J.D. Salinger
No es de izquierdas ni de derechas...
ÁNGELES GARCÍA PORTELA - Oleiros, A Coruña
Cartas al Director/El País - 26/09/2010
Subir o bajar los impuestos directos no es de izquierdas ni de derechas, subir la factura de la luz a las familias y a las pymes no es de izquierdas ni de derechas, estar de acuerdo con expulsar a los gitanos no es de izquierdas ni de derechas, rebajar el salario a los funcionarios no es de izquierdas ni de derechas, congelar las pensiones a los que llevaron toda una vida trabajando no es de izquierdas ni de derechas, elevar la edad de la jubilación mientras hay prejubilaciones de lujo a cargo del erario público no es de izquierdas ni de derechas, someterse a la dictadura de los mercados no es de izquierdas ni de derechas, permitir los abusos de la banca no es de izquierdas ni de derechas.
sábado, 25 de septiembre de 2010
¡Señoras y señores, perdonen las molestias, prefiero reinar antes que tener que pedir...!
Soy hijo de exiliados. Hasta los 27 años y poco antes de la Transición no pude volver a España por Franco. Ahora tengo 70 años. Hace meses me sacaron el 30 % de un pulmón. Mi mujer es inmigrante. Tengo tres hijos con ella. De los tres sólo trabaja una, la del medio... pero no cobra nada. Todos, incluidos los nietos, viven de mi asignación. La mayor se acaba de divorciar. Mi yerno se daba a las drogas y al alcohol y la ha dejado con dos hijos. El pequeño de mis hijos aún no se ha ido de casa y además se ha casado con una divorciada y la ha traído, esa señora antes trabajaba pero desde que vino a mi casa ya no. Ahora tienen dos niñas que también viven bajo nuestro techo. Y para colmo este año casi no nos hemos podido ir de vacaciones y si me apuras...... ni he podido celebrar que España ha ganado los Mundiales.
(Testimonio recogido en la estación del Metro de Cuatro Caminos, leyendo el periódico digital El Mundo Today)
miércoles, 22 de septiembre de 2010
Lou Reed, el motín del Mosca
Fecha: 20 junio 1980
Lugar: Estadio Román Valero - Madrid
Artista: Lou Reed
1980, en el ámbito del rock, prosigue la batalla de Madrid. El concierto de Lou Reed en el lado salvaje del barrio de Usera ha entrado en los anales de la insurrección popular con orquesta de baile: El Motín del Mosca. Ya era Alcalde de la ciudad Tierno Galván, pero Suárez acababa de nombrar flamante Ministro del Interior al gasterinópodo falangistón Juán José Rosón. Todo era tenso en aquellos madriles premovida. Y en el malvisto mundillo del rock para qué contar. Pues contemos. Por aquel entonces, la imagen del Lou Reed terminal, yonki, travelo, demacrado o directamente muerto, ya era historia. Vino a presentar su disco “Growing up in public” con un cuerpazo de mazas reconstituido, rebosante de salud.
La cosa empezó mal: nos tuvieron dos horas esperando porque el artista estaba retenido en el atasco provocado por una manifestación de transportistas. Para amenizar la espera, los gorilas de la organización masacraron en público a unos cuantos miembros de la brigada del “cuele”. Salió por fin el bueno de Lou con cara de mosqueo. Llevaba tocados Mr. Wild Side veinte minutos de gloria cuando... un minúsculo objeto no identificado le rozó la cara. Fin de la música. Otras dos horas esperando, mientras la organización prometía la vuelta de Lou si éramos buenos y permanecíamos sentados. El personal cumplió dócilmente, pero al percatarse de que los “pipas” estaban desmontando el equipo, estalló la ira popular. Las vallas municipales fueron usadas como escalerillas para tomar el escenario. Los antaño temidos gorilas huyeron con el rabo entre las piernas. Ante el saqueo de micros, amplificadores y demás material, el técnico de sonido decidió meter “ruido rosa” a todo el volúmen que daba el equipo. Esto le costó al aturdidor caballero ser apeado de su atalaya a lo bestia, mientras se prendía fuego a la mesa de mezclas. Una vez quedó todo destruído, el público salió alegremente, alardeando del botín conquistado, con altavoces y cables al hombro. Jamás habíamos disfrutado tanto.
José Manuel Costa escribió en El País (01-07-80): "Las reacciones que los sucesos de Lou Reed provocaron en la generalidad de los medios de comunicación, que, amarrados a un determinado concepto del buen sentido, crearon un ambiente apocalíptico que, en algunos casos, tan paradójicos como Mundo Obrero, denunciaban la inconveniencia de organizar conciertos en barrios obreros como Usera, Carabanchel o Villaverde, dado que estos lugares son muy peligrosos".
martes, 21 de septiembre de 2010
La propiedad privada
“La propiedad es un robo”
Pierre-Joseph Proudhon
“Cuando te quitan lo que es tuyo, te quitan tu libertad”
John Dos Passos
Una concepción de la propiedad privada consiste, básicamente, en apropiarse de lo que no es de uno.
Cuando sale bien la anterior operación, se le llama negociación, golpe de genio o cualquier otro subterfugio.
Cuando sale mal, el gamba es posible que tenga que enfrentarse a una acusación de robo. La ejecución de esta hipótesis sólo se cumple en el caso de los pequeños robos. También cuando el robo es muy grande y el afectado resulta ser alguien lo suficientemente poderoso.
En los casos en los que la propiedad privada está libre de haber sido obtenida mediante el robo, la propiedad debería poder mantenerse, si así se quiere, con respetuosa libertad.
lunes, 20 de septiembre de 2010
Labordeta
Cualquiera que tenga ojos, oídos, sensibilidad y un aparato de televisión sabe quién era José Antonio Labordeta. Al menos, el espectador no totalmente atocinado sabe lo básico.
Por el lado de los lamentos de obligado plañimiento de las televisiones, no esperemos que ninguna cadena tenga el gesto bizarro de emitir un concierto del llorado. Ni siquiera una canción entera pueden soportar. Ojos para llorar. Dos veces.
Me decepciona – vaya usted a saber por qué, porque, la verdad, ya no me sorprende nada, nada espero de los medios de comunicación en cuanto a rigor- que en los periódicos se hable de Labordeta, de su música, su poesía, sus libros, su trabajo docente, su labor política, sin decir algo en concreto de en qué consistió todo eso.
¿Quién era este señor?
Responder a esta pregunta es un simple ejercicio de decencia: el mejor homenaje que se le puede rendir a un hombre esencialmente decente. Ciudadano de aquel viejo sueño: La República de los Hombres Honestos.
Yo voy a traer aquí la charla que tuve con Labordeta cuando publicó su disco “Qué vamos a hacer…”, una soleada mañana de abril de 1988 en la terraza del madrileño Café Gijón. Ahora lanzo un suspiro sin cuplé por aquellos tiempos del malogrado Diario 16. Gobernaba el PSOE de Felipe González.
En la portada del disco aparecía un dibujo punksmoderno con Labordeta asomándose por una esquina oficiando de camarero reglamentario:
“Por fin – me decía en tono apacible Labordeta – he conseguido hacer un disco moderno. A partir del álbum “Qué queda de ti” empecé a buscar unas formas musicales modernas y este nuevo disco es el más coherente. La portada ha sido realizada por dos miembros del grupo punky TDK. El diseño trata de romper esa beatificación y eclesiastificación de los cantautores. Estoy en contra de esa imagen de monumento que tenemos y que había que romper. La labor de Tomás San Miguel ha sido importante, es un hombre de dentro del jazz, que ha hecho folk y que ha acompañado a cantautores. Sus arreglos son muy completos para alguien como yo.”
Labordeta no se inquietaba ante el posible desconcierto de sus seguidores más nostálgicos. “La primera vez que Luis Fatás tocó la flauta conmigo, una parte del público se ofendió. Cuando añadí el bajo eléctrico y luego al grupo La Cooperativa Musical del Ebro, había quien sentía nostalgia de la guitarra. El problema es habituarse a escuchar. Quienes ahora nos vienen a escuchar son gente joven que está habituada a un sonido. Si no les das ese sonido, te conviertes en una momia.”
El cantautor aragonés tenía muy claro qué cambios se habían producido en la audiencia: “Mis antiguos oyentes, que eran la vanguardia política y sindical, ya están todos colocados y, por tanto, casi nunca vienen a los recitales. Si en una época los cantautores anduvimos a la vanguardia del texto, no hay que avergonzarse de querer estar a la vanguardia del sonido. Es importante utilizar los sintetizadores, porque tienen una riqueza que no se puede despreciar.”
Labordeta decía estar plenamente convencido de que el cantautor “nunca debe ser un rollo. Lo peor que le puede pasar a un artista es que el público de marche.” Con aquellas nuevas canciones de finales de los ochenta renunciaba a la vieja tarea de constructor de himnos. La dirección iba hacia las baladas de amor y las canciones irónicas.
En el tema “Nonato”, Labordeta aseguraba que el político miente, el militar conspira y el ladrón paga sus culpas para que haya Policía. “A mí me mata la sinceridad. El noventa y seis por ciento de los políticos miente. Hay cuatro o cinco personas que no, como Gómez Llorente, que se ha vuelto de profesor al Instituto donde estaba. Me quedo muy aterrorizado porque yo pensaba que la izquierda de este país iba a ser la ética y, al final, no ha sido así.”
Sobre el estamento militar y el de los ladrones, Labordeta me explicó: “El otro día Sánchez Ferlosio decía que no se fía del Ejercito nacional. Yo tampoco me fío, porque el Ejercito nacional sigue siendo tan fascista como en la época de Franco. Y en este país hay “manguis” para que haya el doble de Policía que en cualquier país de Europa. Los “manguis” humildes van a la cárcel y los otros “manguis” discuten si firman o no la OPA.
“Premiar a los yuppies, una forma de olvido”
“La gran crisis de los cantautores se produjo entre el año 80 y el 85. En un momento determinado de la historia de este país la gente decide que el cantautor es un fenómeno que surge contra el franquismo y que desaparecido el franquismo, no hace falta que exista el cantautor. Yo recuerdo que en el 82 y el 83 había emisoras en las que nos insultaban. A mí me decían: ¡Tú qué coño haces aquí. Vete a la mierda!”
Aseguraba Labordeta que se había producido un olvido de la memoria histórica: “Una forma de olvido es premiar a los yuppies. Ahora te encuentras a antiguos censores de administradores económicos del Ministerio de Cultura. Y hay gente que no era nada y que ha heredado los vicios enseguida.”
“Las estructuras culturales del PSOE han sido invadidas por gente que cree mucho en la modernidad. Pero se está modernizando a este pueblo de una manera muy ficticia. Hemos pasado de conducir el carro a conducir el Audi 100. Y la gente que lleva el Audi 100 tiene una cara de carretero que te caes de espaldas. Esto hace chirriar a este país.”
Ahora la música, la voz y las palabras de Labordeta:
domingo, 19 de septiembre de 2010
29-S: el duro re(c)to sindical
Frank Zappa, el gran sanador
Fecha: 14 marzo 1979
Lugar: Pabellón del Real Madrid - Madrid
Artista: Frank Zappa
La segunda vez que el Padre de la Invención llegó a Madrid, ya se había institucionalizado por aquí una contracultural y dolorosa liturgia en lo referente a los conciertos de rock. La cosa era tal que así: había un tenaz contingente que daba por hecho que estaba en su derecho de entrar en los conciertos con entradas falsificadas o, en su defecto, por toda la cara. Esto provocaba las iras de las fuerzas del orden, que acostumbraban a cargar contra el personal de forma poco selectiva y nada profesional: zurraban con material antidisturbios (porras, escudos, pelotas de goma y botes de humo) a los paganos, pero sus yoyas solían no acertar a la brigada del “cuele”. En este concierto, además, hubo venganza y ensañamiento posterior, pues la poli, no contenta con cargar a la entrada, nos esperó a la salida. ¡Qué daño!
En medio de este panorama, Frank Zappa ofreció su lisérgico bálsamo: rock entreverado de música concreta, jazz, country y music hall. Consciente del stress provocado por los porrazos previos, Zappa empleó buena parte del concierto en repartir tabaco. Dirigió su excelente grupo a la manera de un freak con batuta imaginaria. Le sobraba autoridad intelectual y moral. Cantó con su habitual forma paródica y manejó su fabulosa guitarra como si fuera el alambique de Timothy Leary. Mientras moratones y verdugones iban tomando forma y color en nuestras carnes, la música de Zappa hizo lo propio con nuestras meninges. ¡Qué gran sanador!
Nota: En argot, mother es una abreviación de motherfucker, o lo que es lo mismo: hijo de puta. Por tanto, el original nombre del grupo Frank and the Mothers of Invention debería entenderse como Frank Zappa y Los Hijos de Puta de la Invención (o Ingenio).
Lista de canciones del concierto:
* Treacherous Cretins
* Dead Girls Of London
* I Ain't Got No Heart
* Brown Shoes Don't Make It
* Cosmik Debris
* Tryin' To Grow A Chin
* City Of Tiny Lites
* Dancin' Fool
* Easy Meat
* Jumbo Go Away
* Andy
* Inca Roads
* Florentine Pogen
* Honey Don't You Want A Man Like Me?
* Keep It Greasey
* The Meek Shall Inherit Nothing
* For The Young Sophisticate
* Wet T-Shirt Night
* Why Does It Hurt When I Pee?
* Peaches En Regalia
* Stinkfoot
* Dirty Love
* Watermelon In Easter Hay
Un impresionante documento de la gran música y el personaje de Zappa, el tema que sirvió de bis en este concieto madrileño, está disponible en Youtube con el nombre : Frank Zappa - Documentary sound - Watermelon In Easter Hay - 1979 - Madrid (desgraciadamente el video no permite el enlace directo desde aquí).
A los perezosos de la internaútica os dejo con esta grabación del mismo tema, precedida por el célebre Bolero y realizada nueve años más tarde en Barcelona:
jueves, 16 de septiembre de 2010
Iggy Pop, seducción, rabia, dolor, lujuria, contorsiones, acrobacias, romanticismo, sudor, bravura, pureza, inmolación...
Fecha: 18 mayo 1978
Lugar: Polideportivo de Móstoles (Madrid)
Artista: Iggy Pop
Telonero: Peligro
Fuimos allí porque “se sufre, pero se aprende”. Hubo barro hasta las orejas, para salir y para entrar. Es lo que tenía Madrid entonces -y ahora-, que se organizan conciertos en cualquier porqueriza. Y si está en el extrarradio, más coñazo. El reclamo para llegar tan lejos era Iggy Pop, que había dejado atrás sus tiempos con los Stooges y llegaba con el álbum “The Idiot”, apadrinado por David Bowie. Disfrutar de Iggy fue lo de siempre (por suerte): la voz en crudo, la brageta abierta, el torso desnudo y los latigazos en el pecho con lo primero que tenía a mano. Nunca habíamos visto nada igual; después, tampoco, si exceptuamos las siguientes visitas de la Iguana de Detroit. “I’m bored” y “I wanna be your dog” eran sus lemas. Y "Blah blah blah".
Corría la especie de que para lucir en escena esa musculatura tersa y lasciva, Iggy hacía pesas antes de cada concierto. La faceta teatral fue lo que más se disfrutó en esta actuación, ya que las condiciones acústicas del local sí que eran verdaderamente punkies. Y en eso de la “performance”, Iggy es un maestro. Lo suyo es dar una vuelta de tuerca a la seductora provocación de Mick Jagger, por el método de trocar los contoneos en contorsiones. Sin embargo, años después, en la terraza del Holiday Inn de Azca, Iggy me confesó: “Mi auténtico modelo para bailar es Neil Young (un neandertal, quiso aclarar el chapero de lujurioso lujo con exagerados y cómicos gestos de orangután). Entre bestias tan... tan románticas andaba el juego.
miércoles, 15 de septiembre de 2010
radical libre
En química, un radical (antes referido como radical libre) es una especie química (orgánica o inorgánica), en general extremadamente inestable y, por tanto, con gran poder reactivo por poseer un electrón desapareado. No se debe confundir con un grupo sustituyente, como un grupo alquilo, que son partes de una molécula, sin existencia aislada.
Poseen existencia independiente aunque tengan vidas medias muy breves, por lo que se pueden sintetizar en el laboratorio, se pueden formar en la atmósfera por radiación, y también se forman en los organismos vivos (incluido el cuerpo humano) por el contacto con el oxígeno y actúan alterando las membranas celulares y atacando el material genético de las células, como el ADN.
Los radicales tienen una configuración electrónica de capas abiertas por lo que llevan al menos un electrón desapareado que es muy susceptible de crear un enlace con otro átomo o átomos de una molécula. Desempeñan una función importante en la combustión, en la polimerización, en la química atmosférica, dentro de las células y en otros procesos químicos.
Según esto, en un sentido estricto y otro figurado,
creo que soy un radical libre.
¿Sinapsas?
martes, 14 de septiembre de 2010
discusiones de pareja
- ¿Dónde estará mi palo de golf, nena? - dice él.
- Donde tú lo hayas metido por última vez, despitado - responde ella.
- Espero que no todas nuestras discusiones tengan que tener forzosamente un carácter exclusivamente sexual, querida - afirma él.
- Claro que no, cariño, hace tiempo que ya arreglé eso por mi cuenta, sin tu ayuda - dice ella.
- .....
- .....
Cuatro Caminos
domingo, 12 de septiembre de 2010
Guitarras clitoridianas
Fecha: 19 agosto 1977
Lugar: Plaza de Toros de las Arenas de Barcelona
Artistas: Paco de Lucía y Santana
¿Hay guitarras clitoridianas?
Sí, las de Paco de Lucía y Carlos Santana.
Para dedos, los suyos.
Era la primera vez que tocaban juntos: los dátiles de Paco y el guacamole de Carlos. Se entendieron de aquella manera. Paco tocó lo suyo, flamenco. Carlos, hombre de corazón abierto a la armonía universal, picó en la entrepierna y le metió mano a ese repertorio recalentado con el que el personal se achucha al abrigo de las sombras. De Santana ya nos había chocado el rasgo ingenuo de llamar “hermanos policías” a los grises armados de cachiporras que sacudieron estopa en su primer concierto de Madrid (teatro Monumental). Esa efusión de pacifismo atolondrado le valió a Carlos "Devadip" Santana cuantiosos y merecidos silbidos del respetable. Eran tiempos extraños. La música, especialmente el rock, era confundida con un posicionamiento ideológico y vital, aunque no estuviera claro a favor o en contra de quien.
Paco de Lucía, arriba de la bola y curado de espantos, en el coso taurino Las Arenas, se tomó las cosas a su estilo: cogiendo la guitarra y haciendo barbaridades. No hay que olvidar que al bueno de Paco, los “Guerrilleros de Cristo Rey” le dieros una paliza en la Gran Vía madrileña por haber declararado: “Yo sólo entiendo de música. La mano izquierda piensa y la derecha ejecuta”. El concierto finalizó con Paco de Lucía sacándole tres cuerpos de ventaja a Carlos Santana a la hora de cruzar sus guitarras. La de palo ganó a la eléctrica. Así fue y así siguen siendo las cositas buenas.
sábado, 11 de septiembre de 2010
¡A bailar viejas!
Este será el primero de unos cuantos post que recogen los testimonios de primera mano -vimos y decimos-que el egregio Ricardo Aguilera y servidor escribímos para la revista Rolling Stone retratando algunos conciertos significativos de cuatro décadas de música en vivo en nuestro suelo patrio. Tras una breve introdución, los primeros en saltar al ruedo serán los Rolling Stones.
¡A bailar viejas!
El despegue económico español de los años 60 no se tradujo en que las músicas que en ese momento circulaban por el mundo fueran bien recibidas por la autoridad competente. El rock tuvo especial mala suerte. En 1965, con la llegada de los Beatles a España, los voceros del Régimen franquista hicieron todo lo posible para minimizar la importancia de un acontecimiento histórico: las dos únicas actuaciones del grupo más importante de la cultura rock. Otros tuvieron incluso peor suerte: los Kinks, que fueron relegados a la clandestinidad de una minúscula “boite”; nadie se enteró de que habían venido. Según nos íbamos aproximando a la tan ansiada como demorada muerte del dictador, el rock internacional empezó a menudear en nuestros escenarios para gozo de unos cuantos.
El concierto de King Crimson, en el Teatro Alcalá Palace de Madrid (1973), marco un hito. Y no sólo por la excepcional música que se escuchó. Estaba en la calle aquello de “¡cultura popular!”, y aparecieron por primera vez las “brigadas del cuele”, que mantuvieron su estrategia de ver y no pagar durante casi una década. Otro aspecto importante de aquellos conciertos iniciáticos fue el uso extensivo del colocón como forma de comunicación colectiva. Hoy, en una sociedad infinitamente más permisiva, espectáculos como el del cuele masivo de colgados en el concierto de King Crimson son impensables. Aquello, más que rock sinfónico, fue lisergia social.
Durante el 74 y el 75, cada concierto fue una fiesta apache. Los locales se convertían en zonas liberadas momentáneamente. La policía siempre repartía leña antes de cada celebración. Y así, calentitos por dentro y por fuera, disfrutamos de seres venidos del espacio exterior: Blood, Sweat and Tears, Rory Gallagher, Incredible String Band, Jethro Tull, Leonard Cohen, Zappa, Mahavishnu Orchestra, Canned Heat, Kevin Ayers, Genesis (con Peter Gabriel), Fripp & Eno, Lou Reed... ¡Qué momentos!
THE ROLLING STONES
Fecha: 11 junio 1976
Lugar: Plaza de Toros Monumental de Barcelona
Grupo: Rolling Stone
Teloneros: The Meters y John Miles
1976, Franco ha muerto. Los Rolling Stones extienden el debido certificado de defunción. Su actuación en Barcelona, la primera que celebran en España (se habían negado a venir hasta que desapareciera el dictadorcísimo Paquito), tiene aura de catarsis generacional y mucho de retrato del momento. Fue el concierto que concitó más expectación en toda la década. El precio de las entradas estaba en una situación límite (900 pelas), y la policía -aquellos grises de infausto recuerdo- también. Muchos eran los que querían entrar en el coso a la brava, y la policía cargó contra ellos. En solidaridad con los hermanos afectados, los más solventes lanzaron botellas y otros objetos contra las FOP desde la plaza. Respuesta de la autoridad pertinente: gasear a los asistentes con botes de humo que hicieron rodar a la audiencia gradas abajo. Si no hubo muertos fue porque, en efecto, Mick Jagger tiene un pacto con el diablo. Y comenzó el concierto. Dos teloneros: The Meters, con el gran Aaron Neville y su celestial falsete, y John Miles, rockero de blondas lanas recortadas que, en el último momento, sustituyó a Robin Trower. Un trámite de lujo. Aparecen los Rolling Stones. Explosión. Mick y sus muchachos salen a escena saludados por un putón vivo apoyado en el quicio la mancebía, una humanísima honky tonk woman luciendo cacha, fumando, provocando. Eran los tiempos del disco “Black and Blue” y Billy Preston oficiaba de sexto Stone, incluso se bailó un tema propio con su teclado portátil como reclamo para los movimientos guarrindongos de Mick. Lo sorprendente del concierto fue precisamente que se produjera con los Rolling Stones en plenitud de facultades. Ritual festero: confetti encima de Charlie Watts, cubos de agua para el público y lluvia plateada para la prima donna Jagger. Resumen: rock en estado de máxima excitación y público en estado de máxima receptividad. Bolillón total, que ya era hora. Nada volvió a ser igual.
No perderse, bajo el pulgar del repertorio, el video de esta memorable actuación.
Repertorio del concierto The Rolling Stones Barcelona 1976:
1. "Honky Tonk Women"
2. "If You Can't Rock Me"
3. "Get Off of My Cloud"
4. "Hand of Fate"
5. "Hey Negrita"
6. "Ain't Too Proud to Beg"
7. "Fool to Cry"
8. "Hot Stuff"
9. "Star Star"
10. "Cherry Oh Baby"
11. "Angie"
12. "You Gotta Move"
13. "You Can't Always Get What You Want"
14. "Happy"
15. "Tumbling Dice"
16. "Nothing From Nothing" - Billy Preston Spot
17. "Outa Space" - Billy Preston Spot
18. "Midnight Rambler"
19. "It's Only Rock 'N' Roll"
20. "Brown Sugar"
21. "Jumpin' Jack Flash"
22. "Street Fighting Man"
martes, 7 de septiembre de 2010
Crónica antitaurina, por Eugenio Noel
En Diciembre de 1911, el que escribe estas lineas acabó de estudiar los problemas profundos de flamenquismo español. Convencido de que todos los problemas ibéricos el más grave era la propensión de la raza a vivir en continua emoción violenta, lo que le restaba serenidad de espíritu suficiente para abordar la inmensa cuestión de su incultura mental y material atraso, ese hombre humilde, pero enérgico de veras, acometió la labor él solo de llamar la atención de todos sobre estas materias que habían permanecido siempre en una forma brumosa, y como fuera de toda psicología nacional seria, como pintorescas, como poco poderosas para obrar en el carácter y temperamento históricos de nuestra estirpe.
No creo, y los sostengo con orgullo, que jamás campaña periodística alguna fuera llevada con tantísima constancia, aportando a ella no sólo las energías espirituales de una fuerte juventud, sino cuanto dinero proporcionaban centenares de conferencias de arte y cultura, millares de artículos en la Prensa española, docenas de libros originales.
Prometí, al principio de la campaña, emprender una formidable tarea. Suponed que no le ha acompañado el éxito, que no se ha logrado nada positivo; pero habéis de reconocer que esa tarea de ocho años ha ido verdaderamente formidable. Millares de conferencias , dos veces recorrida España entera, millares de artículos, libros y más libros, exposición perpetua de la vida, pérdida de autoridad mental por causa de la misma intensa popularidad que me proporcionaba mi postura ante el flamenquismo, fundación de periódicos que están en la memoria de todos, en fin, cuánto se puede pedir a un verdadero periodista moderno, a un hombre de nuestros días, que sabe que no basta estudiar un caso y tener razón, sino que es necesario buscar desapasionadamente la verdad de esas cosas donde ellas y tal como ellas se producen. Y es lógico que ello reste a las notas toda literatura, todo otro valor que el divino valor de la verdad. Si apenas tendrán otro mérito que el ser trazadas bajo la mirada de miles de almas y con una pena enorme en el corazón.
Los lugares comunes de la ida a los toros
La expectación por la corrida de toros de esta tarde es enorme, y no son los toros, sino yo la causa. ¿No es triste que tan grande popularidad tenga por causa la torería, los juegos circenses? ¿Qué clase de vicio es éste que otorga tan inaudita popularidad aun a los que a el se oponen? ¡Con lo que cuesta en arte puro, en la ciencia bendita conseguir llegar al pueblo!.. He ahí el argumento: si las salpicaduras de la popularidad son tan grandes para los que hablan mal o bien de toros, ¿que no será la popularidad, la aureola de los lidiadores? Se comprende el orgullo de los toreros, la afición enloquecedora. No hay en España nada que de lejos o de cerca tenga la repercusión en el alma del pueblo como la fiesta taurina; ella acapara todas las posibilidades de emoción de ese pobre pueblo. Me avisan de que esté con cuidado, pues preparan tijeras para pelarme. Siempre la misma tontería, la obsesión de estas melenas, a las que debían estar acostumbrados. También me avisan de que brindarán un toro y de que me preparan una silba formidable. ¡Oh, que satisfacción se ve en las caras de los que van a ir a los toros! Parece que esperan misteriosos efectos de esa fiesta, que por sólo ir a ella se sea más hombre.
Es todo el prestigio secular de una diversión favorita de un pueblo la que se refleja innoblemente en esas caras... Cierto, cierto, el ir a los toros presta al alma no sé que enormemente macho. Es como una angustia que me conmueve el corazón preparándole a grandes cosas. Es como la ilusión de que los lidiadores no son otra cosa que uno mismo, que se necesita el mismo valor para actuar en esa fiesta que para verla. Venden el Programa de la Corrida. Le compramos, es un papel de color rosa en el que hay estampados en malísimos grabados en madera unos toros absurdos, entre los que hay uno que se llama Culebro... Los picadores tienen en este Programa nombres excelentes: se llaman Calero, Aceitero, Gorrión y Peseta. Entre los diestros hay uno cuyo apellido es Ventoldra. También no s advierten de que en eso de inutilizarse los siete piqueros no podrán exigirse otros; solo esto es ya un capítulo de Psicología de muchedumbres. Además, se nos dice que los novillos serán desechos de tienta y defectuosos; por seis pesetas que cuesta una barrera no se puede pedir más. Un toro de esos puede matar a un hombre de aquellos, ¡diablo! Ver esto bien vale seis pesetas.
¿Cómo nadie ha reparado en la silueta excéntrica de un picador marchando a la plaza? ¡Oh, esa mancha plata, esos refleros de oro, la zona roja de la faja, el amarillo de las manos, ese monosabio petulante de blusa garabaldina sobre un caballo escuálido víctima de toda una raza!
Los tranvías rebosan de gente, esos execrables tranvías amarillentos cargados hasta los estribos, los coches más absurdos aprovechados, las aceras cuajadas de público heterogéneo, ansioso de divertirse con sangre... Todo vulgarismo, todo mediocre, todo falso y manido. En ese remalazo de ardiente sol que barre la calle típica de Madrid, esa gente y esos picadores, el estruendo de coches y tranvías. ¡Qué lejano está todo eso de lo antiguo, de lo que nos decían!
Víctima primera
Sale un toro bonitísimo, que corre como una cabra, sembrando el pánico. La gente silba y grita, histérica perdida. Le lancean. Mientras yo miro a los arcos voltaicos que sirven de techo a la plaza. Suenan aplausos. Un torero, que se llama Amuedo, da unos lances tan apretadas, que en poco le coge. La gente quiere divertirse, tiene ansia de ello, aplaudiendo sin ton ni son. Cae un pobre caballo entre la indiferencia universal; cuando yo le creo muerto, le levantan. Por cualquier cosa aplaude la gente o chilla.
No le rajáis la piel a un tomate -grita uno a los picadores-, que se retiran.
Le torean, le ponen banderillas, y el toro, noble, bellísimo, acude, mira atento y codicioso, corretea, sangriento el morrillo, zarandeando los astiles de los rehiletes.
Suenan unas chirimías. Todo á escape, muy á escape, como si quisieran acabar pronto. Unos toreadores preparan al bestiario el toro, y el jovenzuelo, pálido, procura ante el toro recordar lo que ha visto. No se arrima y es un choto, dicen detrás de mí. La gente ríe. Se perfila sin faena alguna, el toro, herido, muge horriblemente. Le trae cerca de mi barrera y oigo gruñir a los dos, al toro y al torero. Nada más chabacano, insulso y memo. Le aconsejan de todos los lados, porque quiere descabellarle, acabar siempre pronto. Silbidos estrepitosos; el toro muge.
Dos peones le lancean cerca de la barrera y el pueblo protesta. Es decir, el pueblo protesta, ríe, aplaude, chilla y habla, todo á la vez. Seis chulos capeadores rodean, sin contar al matador, al toro. Miedo, mucho miedo. Todos tienen mucho miedo; el torero al toro, los espectadores á que le coja el toro al diestro. Cuando el toro cae, el pueblo goza lo indecible.
Toca la música. Aparecen las mulillas. Se arrastra el toro. Suenan silbidos. De vez en vez todo calla. Y nada más. Aquí no sucede gran cosa alguna que deba anotarse.
Segundo mártir
Cuando sale, cuatro toreros que hay cerca de la barrera huyen. El toro muge, escarba, recula, huye.
Silba el gentío. El toro muge más cerca de los toriles, sólo. De pronto, se arranca sobre un torero, que salta apurado la barrera; cornea horrorosamente a un caballo, cebándose en él. El picador cae al callejón, cerca de otro caballo con la asadura fuera, que lo monosabios sostienen en pie y aprovechan para que monte otra vez otro picador, el toro le acomete, el picador cae al callejón y los monosabios se llevan al caballo; pero tropieza con su asadura y muere. Silba el público á un picador moroso. Es horrendo este modo de picar, de matar caballos, de agruparse y esperar la mortal embestida. A veces, en el silencio que hacen los espectadores, surge el accidente: es un torero que hace cualquier cosa, el toro que se mueve; el público, porque sí, por dar rienda suelta á su histerismo, charla, gruñe, aplaude.
Sobre todo aplaude los cambios de suerte; esperar, esperar siempre algo que sacuda sus nervios, que le excite. Muge el toro fuertemente, le hacen daños los harpones de los rehiletes. Su mugido en la gran marcha blanca del sol, el sol reflejándose en los trajes de los banderilleros, los vivísimos colores de los abanicos y los pascolines, ¡qué triste es todo ello, qué primitivo, qué estúpido! Sobre todo estúpido. El toro muge cada vez más, trota; el sol destaca sobre la piel negra el húmedo grosella de su sangre. A intervalos parece que nada sucede en la plaza.
-¿Qué le haces?- dice un espectador á un torero.
-¡Ay, que cruel!- dice el otro con toro amariconado.
Nuevos toques de chirimías. Es el otro matador. Nada más vulgar que todo esto. Le preparan el novillejo, adopta posturas vulgares, pasa al toro con la muleta de un modo soso, y siempre, siempre, deseando acabar pronto. Silba el público. Unos le aconsejan que pase por la derecha. Se la echan encima porque el diestro quiere acabar pronto, y se perfila en cuánto el toro está quieto. Nuevas protestas.
-Estate quieto, mamarracho- dicen.
-Déjalo- gritan.
El torero aprovecha, y adelantando mucho la izquierda, como dicen á mi lado, la espada una primera vez, y luego una segunda, y la gente aplaude.
-Otro pase; ese ya lo sabemos- dicen.
- No está -gruñe el gentío cuando el torero quiere acabar pronto y se perfila.
Nuevo perfilarse. El toro le escupe la espada. Sin embargo, le aplauden.
-El toro está suave -le dicen.
Otro perfilarse.
-Ahora -le dicen.
Y le aplauden a rabiar. ¿Por qué? ¿Qué ha hecho este hombre? Cerca de mi barrera el pobre mártir agoniza.
-Dejalo ahí un rato -le gritan.
Delante de la espada, de ese morrillo sangriento, las magras chichas, la figura insignificante del diestro parece cualquier cosa.
Un descabello y al avío. El pobre mártir ha dejado de sufrir. Aplaude á rabiar el público. Pero ¿qué aplauden? Allí no hay arte, ni valor, hay un deseo enorme de ver algo, de acabar pronto.
Mártir tercero
Entre una polvareda sale un bicho precioso, para el que es poco la tierra; parece que no anda, sino que vuela. Un diestro le lancea, y no gusta su lidia. Salen en seguida, y cada uno hace lo que puede. (Aplaudos y silbidos, como siempre) Le llevan delante de un picador; el toro parece pensarlo bien. De pronto arremete, se oye el ruido de la cornada, pero el caballo no cae. Silban á un picador porque hace al toro una enorme herida. Picadores, toreros, monosabios forman un grupo antiestético delante del toro. De pronto suena una salva enorme de aplausos y comentarios atroces; es que allí ha podido suceder algo; nada, pues.
Mientras ponen á este toro banderillas miro la plaza llena de bote en bote, y no encuentro, por más que lo busco, la belleza de que todos han hablado siempre. De esa masa horrenda salen voces estentóreas de cuando en cuando. Ni pasión, ni arte, ni tragedia. Un oficio como otro cualquiera, ese que distrae á estas pobres almas...
Sale el matador. Pasa de muleta. La gente calla y comenta cuando no lo hace con audacia. Le aconsejan, lo avisan, alguna grande voz sale de pronto en la muchedumbre, y cuando menos lo esperan, el diestro mete a su espada. Sin lucimiento, sin arte, sin gracia, el toro muere. Le silban estrepitosamente. Suena una música muy mala. Y sus notas, en este ambiente, no dan idea alguna de tragedia, sino de una necia visión de cosas muy vistas, que parecen interesar muy poco.
Mártir cuarto
De salida arremete contra un capitalista, que se salva arrojándose de cabeza al callejón.
El torero lo lancea, procurando imitar los gestos belmontinos.
-Este torea como Angelote -dicen.
La gente gritan varios olés. Luego silba porque el diestro de tanda no le da emociones fuertes.
En la suerte de pica el toro está mucho tiempo con el cuerno metido en el cuerpo del caballo: salen las tripas.
Un escandalazo enorme. La gente vocifera enormemente contra un picador, que ha deshecho el toro con su puya. El toro humilla enormemente; le ha matado, sin duda, ya ese bruto. La gente le execra y le arroja la almohadillas. ¡Qué tristeza de este espectáculo! He visto á ese picador tan animal encorajinarse, y, cuando más era la indignación, achuchar al caballo contra el toro, sin importarle gran cosa sus barbaridades y las vociferaciones de la multitud. Lamentable, todo muy lamentable.
Todo sucede horriblemente vulgar, dando la impresión de un espectáculo lelo, memo, repugnantemente absurdo.
-¡Que se presente Noel! -grita uno.
Todavía no se han percatado de que estoy aquí.
Nuevas chirimías y el mataor delante del toro queriendo recordar lo que ha visto. No hay cuidado de que este hombre haga nada excepcional. Todo da la impresión aquí de que es fácil, necio, un oficio, algo que no necesita de valor extraordinario.
El toro le achucha, él huye, la gente se ríe y grita ¡ay! Ni el toro ni el torero quieren nada uno del otro. Se cuadra sin más y el torero aprovecha. Uno del tendido le aconseja que no. Pero al momento le dicen que sí, que ya está el toro. De modo que apenas se ha puesto á lidiar el toro ya le ha metido una estocada. Río de veras. Pero ¿dónde está aquí la emoción, el arte, esa emoción y ese arte que legalicen tan enorme entrada como en la Plaza hay, el bárbaro dispendio de dinero?
Hay un largo silencio. Otra vez se perfila y á matar. Silbidos, voces. Seis toreros que le cercan. Otra vez se perfila y hiere mal. Y todo á escape, todo de prisa. Hay que acabar, acabar pronto. Y se acaba. Silban, patean, toca la música y en paz.
El mártir quinto
Todo va á escape. No hay tiempo para reflexionar, para darse cuenta de otra cosa que de que esto no vale la pena. El toro huye de salida. Y ahora he aquí lo que pasa. Silbidos, silbidos y voces. El torito huye. La gente silba. Los toreros corren detrás del toro. Los picadores dan vueltos en torno de la barrera.
- Anda al toro, granuja -le gritan.
- A la cárcel -le dicen.
Un torero se mete en un burladero de golpe, y el golpe, que se oye fuerte, hace reir a la gente.
Unos lances de capa, insignificantes, provocan olés acompasados. Pero, ¿qué ha hecho ese hombre? Nada, absolutamente nada. Mas la gente ha de legalizarse á sí misma, que se divierte.
¡Pobre caballo! El toro se ceba con él. ¿Cómo verá esta gente esto sin conmoverse? Cae el caballo; el monosabio quiere á todo trance levantarle. Cuando creo que está muerto, el monosabio hace el milagro de resucitarle y se le lleva cojeando; por fin le da la puntilla. Entretanto, banderillean al toro á traición, á la media vuelta. Es bobo ese juego burdo, á nadie interesa, ni á los mismos que lo hacen.
Sale el mataor. Nueva lucha para matarle en seguida para quitársele de en medio y á escape. Y sin casi faena, estoconazo. La gente se da por contenta y aplaude. En vano es querer buscar aquí la emoción, que vale tanto dinero y tanta gloria. El toro se arrodilla, la gente cree que ha muerto, y aplaude. Mas de pronto el toro se levanta y anda moribundo cercano a la barrera. Su agonía es siniestra; adelanta el hocico hacia su matador y muere entre aplausos tributados a su diestro, cuyo único mérito ha sido la prisa que se ha dado para despacharlo. El pálido muchacho da la vuelta al ruedo entre ovaciones y sombreros.
Sexto mártir
De salida arremete contra un picador y destroza poderoso é inconstable un pobre caballo que queda hecho trizas. La gente abuchea á los toreros que no se atreven á hacer nada con este toro fortísimo. Nueva arremetida contra otro picador y nuevo despanzurramiento.
Otro caballo horriblemente corneado. Se llevan á un caballo con la asadura fuera. La gente no se fija, sino en los quites del matador, que es ovacionado. Cae un caballo cerca de otro. Más de doce personas hay al lado del toro. ¡Qué triste impresión causan los caballos muertos en el ocre sucio de la arena!
Coge el matador unas banderillas cortas y las pone sin gracia; á la gente no le gusta. Durante esos instantes la visión de la lámina del toro embarga toda mi atención. ¡Cuán bello es este animal!
- No bailes tanto -le dicen al mataor en los primeros pases.
- Que te está mirando Noel -le gritan.
Le aplauden. Pero parece ser que está muy movido. Después de aplaudirlo, le silban. Se ha descompuesto. Y millares de veces intenta matar, sin conseguirlo.
En resumen: nada, absolutamente nada. Todo á escape, muy á escape; de prisa, muy de prisa. Deseando todos ir á escape, acabar pronto.
Esa es la impresión. La de un oficio en el que todos desean acabar lo más pronto posible.
Nota-- El torerillo que me iba á brindar el toro, según el quería, fué cogido por el primer mártir, casi de salida. Lo siento por el pobre muchacho, víctima del toro y del público.
Eugenio Noel
El Liberal
18 Agosto 1918
No creo, y los sostengo con orgullo, que jamás campaña periodística alguna fuera llevada con tantísima constancia, aportando a ella no sólo las energías espirituales de una fuerte juventud, sino cuanto dinero proporcionaban centenares de conferencias de arte y cultura, millares de artículos en la Prensa española, docenas de libros originales.
Prometí, al principio de la campaña, emprender una formidable tarea. Suponed que no le ha acompañado el éxito, que no se ha logrado nada positivo; pero habéis de reconocer que esa tarea de ocho años ha ido verdaderamente formidable. Millares de conferencias , dos veces recorrida España entera, millares de artículos, libros y más libros, exposición perpetua de la vida, pérdida de autoridad mental por causa de la misma intensa popularidad que me proporcionaba mi postura ante el flamenquismo, fundación de periódicos que están en la memoria de todos, en fin, cuánto se puede pedir a un verdadero periodista moderno, a un hombre de nuestros días, que sabe que no basta estudiar un caso y tener razón, sino que es necesario buscar desapasionadamente la verdad de esas cosas donde ellas y tal como ellas se producen. Y es lógico que ello reste a las notas toda literatura, todo otro valor que el divino valor de la verdad. Si apenas tendrán otro mérito que el ser trazadas bajo la mirada de miles de almas y con una pena enorme en el corazón.
Los lugares comunes de la ida a los toros
La expectación por la corrida de toros de esta tarde es enorme, y no son los toros, sino yo la causa. ¿No es triste que tan grande popularidad tenga por causa la torería, los juegos circenses? ¿Qué clase de vicio es éste que otorga tan inaudita popularidad aun a los que a el se oponen? ¡Con lo que cuesta en arte puro, en la ciencia bendita conseguir llegar al pueblo!.. He ahí el argumento: si las salpicaduras de la popularidad son tan grandes para los que hablan mal o bien de toros, ¿que no será la popularidad, la aureola de los lidiadores? Se comprende el orgullo de los toreros, la afición enloquecedora. No hay en España nada que de lejos o de cerca tenga la repercusión en el alma del pueblo como la fiesta taurina; ella acapara todas las posibilidades de emoción de ese pobre pueblo. Me avisan de que esté con cuidado, pues preparan tijeras para pelarme. Siempre la misma tontería, la obsesión de estas melenas, a las que debían estar acostumbrados. También me avisan de que brindarán un toro y de que me preparan una silba formidable. ¡Oh, que satisfacción se ve en las caras de los que van a ir a los toros! Parece que esperan misteriosos efectos de esa fiesta, que por sólo ir a ella se sea más hombre.
Es todo el prestigio secular de una diversión favorita de un pueblo la que se refleja innoblemente en esas caras... Cierto, cierto, el ir a los toros presta al alma no sé que enormemente macho. Es como una angustia que me conmueve el corazón preparándole a grandes cosas. Es como la ilusión de que los lidiadores no son otra cosa que uno mismo, que se necesita el mismo valor para actuar en esa fiesta que para verla. Venden el Programa de la Corrida. Le compramos, es un papel de color rosa en el que hay estampados en malísimos grabados en madera unos toros absurdos, entre los que hay uno que se llama Culebro... Los picadores tienen en este Programa nombres excelentes: se llaman Calero, Aceitero, Gorrión y Peseta. Entre los diestros hay uno cuyo apellido es Ventoldra. También no s advierten de que en eso de inutilizarse los siete piqueros no podrán exigirse otros; solo esto es ya un capítulo de Psicología de muchedumbres. Además, se nos dice que los novillos serán desechos de tienta y defectuosos; por seis pesetas que cuesta una barrera no se puede pedir más. Un toro de esos puede matar a un hombre de aquellos, ¡diablo! Ver esto bien vale seis pesetas.
¿Cómo nadie ha reparado en la silueta excéntrica de un picador marchando a la plaza? ¡Oh, esa mancha plata, esos refleros de oro, la zona roja de la faja, el amarillo de las manos, ese monosabio petulante de blusa garabaldina sobre un caballo escuálido víctima de toda una raza!
Los tranvías rebosan de gente, esos execrables tranvías amarillentos cargados hasta los estribos, los coches más absurdos aprovechados, las aceras cuajadas de público heterogéneo, ansioso de divertirse con sangre... Todo vulgarismo, todo mediocre, todo falso y manido. En ese remalazo de ardiente sol que barre la calle típica de Madrid, esa gente y esos picadores, el estruendo de coches y tranvías. ¡Qué lejano está todo eso de lo antiguo, de lo que nos decían!
Víctima primera
Sale un toro bonitísimo, que corre como una cabra, sembrando el pánico. La gente silba y grita, histérica perdida. Le lancean. Mientras yo miro a los arcos voltaicos que sirven de techo a la plaza. Suenan aplausos. Un torero, que se llama Amuedo, da unos lances tan apretadas, que en poco le coge. La gente quiere divertirse, tiene ansia de ello, aplaudiendo sin ton ni son. Cae un pobre caballo entre la indiferencia universal; cuando yo le creo muerto, le levantan. Por cualquier cosa aplaude la gente o chilla.
No le rajáis la piel a un tomate -grita uno a los picadores-, que se retiran.
Le torean, le ponen banderillas, y el toro, noble, bellísimo, acude, mira atento y codicioso, corretea, sangriento el morrillo, zarandeando los astiles de los rehiletes.
Suenan unas chirimías. Todo á escape, muy á escape, como si quisieran acabar pronto. Unos toreadores preparan al bestiario el toro, y el jovenzuelo, pálido, procura ante el toro recordar lo que ha visto. No se arrima y es un choto, dicen detrás de mí. La gente ríe. Se perfila sin faena alguna, el toro, herido, muge horriblemente. Le trae cerca de mi barrera y oigo gruñir a los dos, al toro y al torero. Nada más chabacano, insulso y memo. Le aconsejan de todos los lados, porque quiere descabellarle, acabar siempre pronto. Silbidos estrepitosos; el toro muge.
Dos peones le lancean cerca de la barrera y el pueblo protesta. Es decir, el pueblo protesta, ríe, aplaude, chilla y habla, todo á la vez. Seis chulos capeadores rodean, sin contar al matador, al toro. Miedo, mucho miedo. Todos tienen mucho miedo; el torero al toro, los espectadores á que le coja el toro al diestro. Cuando el toro cae, el pueblo goza lo indecible.
Toca la música. Aparecen las mulillas. Se arrastra el toro. Suenan silbidos. De vez en vez todo calla. Y nada más. Aquí no sucede gran cosa alguna que deba anotarse.
Segundo mártir
Cuando sale, cuatro toreros que hay cerca de la barrera huyen. El toro muge, escarba, recula, huye.
Silba el gentío. El toro muge más cerca de los toriles, sólo. De pronto, se arranca sobre un torero, que salta apurado la barrera; cornea horrorosamente a un caballo, cebándose en él. El picador cae al callejón, cerca de otro caballo con la asadura fuera, que lo monosabios sostienen en pie y aprovechan para que monte otra vez otro picador, el toro le acomete, el picador cae al callejón y los monosabios se llevan al caballo; pero tropieza con su asadura y muere. Silba el público á un picador moroso. Es horrendo este modo de picar, de matar caballos, de agruparse y esperar la mortal embestida. A veces, en el silencio que hacen los espectadores, surge el accidente: es un torero que hace cualquier cosa, el toro que se mueve; el público, porque sí, por dar rienda suelta á su histerismo, charla, gruñe, aplaude.
Sobre todo aplaude los cambios de suerte; esperar, esperar siempre algo que sacuda sus nervios, que le excite. Muge el toro fuertemente, le hacen daños los harpones de los rehiletes. Su mugido en la gran marcha blanca del sol, el sol reflejándose en los trajes de los banderilleros, los vivísimos colores de los abanicos y los pascolines, ¡qué triste es todo ello, qué primitivo, qué estúpido! Sobre todo estúpido. El toro muge cada vez más, trota; el sol destaca sobre la piel negra el húmedo grosella de su sangre. A intervalos parece que nada sucede en la plaza.
-¿Qué le haces?- dice un espectador á un torero.
-¡Ay, que cruel!- dice el otro con toro amariconado.
Nuevos toques de chirimías. Es el otro matador. Nada más vulgar que todo esto. Le preparan el novillejo, adopta posturas vulgares, pasa al toro con la muleta de un modo soso, y siempre, siempre, deseando acabar pronto. Silba el público. Unos le aconsejan que pase por la derecha. Se la echan encima porque el diestro quiere acabar pronto, y se perfila en cuánto el toro está quieto. Nuevas protestas.
-Estate quieto, mamarracho- dicen.
-Déjalo- gritan.
El torero aprovecha, y adelantando mucho la izquierda, como dicen á mi lado, la espada una primera vez, y luego una segunda, y la gente aplaude.
-Otro pase; ese ya lo sabemos- dicen.
- No está -gruñe el gentío cuando el torero quiere acabar pronto y se perfila.
Nuevo perfilarse. El toro le escupe la espada. Sin embargo, le aplauden.
-El toro está suave -le dicen.
Otro perfilarse.
-Ahora -le dicen.
Y le aplauden a rabiar. ¿Por qué? ¿Qué ha hecho este hombre? Cerca de mi barrera el pobre mártir agoniza.
-Dejalo ahí un rato -le gritan.
Delante de la espada, de ese morrillo sangriento, las magras chichas, la figura insignificante del diestro parece cualquier cosa.
Un descabello y al avío. El pobre mártir ha dejado de sufrir. Aplaude á rabiar el público. Pero ¿qué aplauden? Allí no hay arte, ni valor, hay un deseo enorme de ver algo, de acabar pronto.
Mártir tercero
Entre una polvareda sale un bicho precioso, para el que es poco la tierra; parece que no anda, sino que vuela. Un diestro le lancea, y no gusta su lidia. Salen en seguida, y cada uno hace lo que puede. (Aplaudos y silbidos, como siempre) Le llevan delante de un picador; el toro parece pensarlo bien. De pronto arremete, se oye el ruido de la cornada, pero el caballo no cae. Silban á un picador porque hace al toro una enorme herida. Picadores, toreros, monosabios forman un grupo antiestético delante del toro. De pronto suena una salva enorme de aplausos y comentarios atroces; es que allí ha podido suceder algo; nada, pues.
Mientras ponen á este toro banderillas miro la plaza llena de bote en bote, y no encuentro, por más que lo busco, la belleza de que todos han hablado siempre. De esa masa horrenda salen voces estentóreas de cuando en cuando. Ni pasión, ni arte, ni tragedia. Un oficio como otro cualquiera, ese que distrae á estas pobres almas...
Sale el matador. Pasa de muleta. La gente calla y comenta cuando no lo hace con audacia. Le aconsejan, lo avisan, alguna grande voz sale de pronto en la muchedumbre, y cuando menos lo esperan, el diestro mete a su espada. Sin lucimiento, sin arte, sin gracia, el toro muere. Le silban estrepitosamente. Suena una música muy mala. Y sus notas, en este ambiente, no dan idea alguna de tragedia, sino de una necia visión de cosas muy vistas, que parecen interesar muy poco.
Mártir cuarto
De salida arremete contra un capitalista, que se salva arrojándose de cabeza al callejón.
El torero lo lancea, procurando imitar los gestos belmontinos.
-Este torea como Angelote -dicen.
La gente gritan varios olés. Luego silba porque el diestro de tanda no le da emociones fuertes.
En la suerte de pica el toro está mucho tiempo con el cuerno metido en el cuerpo del caballo: salen las tripas.
Un escandalazo enorme. La gente vocifera enormemente contra un picador, que ha deshecho el toro con su puya. El toro humilla enormemente; le ha matado, sin duda, ya ese bruto. La gente le execra y le arroja la almohadillas. ¡Qué tristeza de este espectáculo! He visto á ese picador tan animal encorajinarse, y, cuando más era la indignación, achuchar al caballo contra el toro, sin importarle gran cosa sus barbaridades y las vociferaciones de la multitud. Lamentable, todo muy lamentable.
Todo sucede horriblemente vulgar, dando la impresión de un espectáculo lelo, memo, repugnantemente absurdo.
-¡Que se presente Noel! -grita uno.
Todavía no se han percatado de que estoy aquí.
Nuevas chirimías y el mataor delante del toro queriendo recordar lo que ha visto. No hay cuidado de que este hombre haga nada excepcional. Todo da la impresión aquí de que es fácil, necio, un oficio, algo que no necesita de valor extraordinario.
El toro le achucha, él huye, la gente se ríe y grita ¡ay! Ni el toro ni el torero quieren nada uno del otro. Se cuadra sin más y el torero aprovecha. Uno del tendido le aconseja que no. Pero al momento le dicen que sí, que ya está el toro. De modo que apenas se ha puesto á lidiar el toro ya le ha metido una estocada. Río de veras. Pero ¿dónde está aquí la emoción, el arte, esa emoción y ese arte que legalicen tan enorme entrada como en la Plaza hay, el bárbaro dispendio de dinero?
Hay un largo silencio. Otra vez se perfila y á matar. Silbidos, voces. Seis toreros que le cercan. Otra vez se perfila y hiere mal. Y todo á escape, todo de prisa. Hay que acabar, acabar pronto. Y se acaba. Silban, patean, toca la música y en paz.
El mártir quinto
Todo va á escape. No hay tiempo para reflexionar, para darse cuenta de otra cosa que de que esto no vale la pena. El toro huye de salida. Y ahora he aquí lo que pasa. Silbidos, silbidos y voces. El torito huye. La gente silba. Los toreros corren detrás del toro. Los picadores dan vueltos en torno de la barrera.
- Anda al toro, granuja -le gritan.
- A la cárcel -le dicen.
Un torero se mete en un burladero de golpe, y el golpe, que se oye fuerte, hace reir a la gente.
Unos lances de capa, insignificantes, provocan olés acompasados. Pero, ¿qué ha hecho ese hombre? Nada, absolutamente nada. Mas la gente ha de legalizarse á sí misma, que se divierte.
¡Pobre caballo! El toro se ceba con él. ¿Cómo verá esta gente esto sin conmoverse? Cae el caballo; el monosabio quiere á todo trance levantarle. Cuando creo que está muerto, el monosabio hace el milagro de resucitarle y se le lleva cojeando; por fin le da la puntilla. Entretanto, banderillean al toro á traición, á la media vuelta. Es bobo ese juego burdo, á nadie interesa, ni á los mismos que lo hacen.
Sale el mataor. Nueva lucha para matarle en seguida para quitársele de en medio y á escape. Y sin casi faena, estoconazo. La gente se da por contenta y aplaude. En vano es querer buscar aquí la emoción, que vale tanto dinero y tanta gloria. El toro se arrodilla, la gente cree que ha muerto, y aplaude. Mas de pronto el toro se levanta y anda moribundo cercano a la barrera. Su agonía es siniestra; adelanta el hocico hacia su matador y muere entre aplausos tributados a su diestro, cuyo único mérito ha sido la prisa que se ha dado para despacharlo. El pálido muchacho da la vuelta al ruedo entre ovaciones y sombreros.
Sexto mártir
De salida arremete contra un picador y destroza poderoso é inconstable un pobre caballo que queda hecho trizas. La gente abuchea á los toreros que no se atreven á hacer nada con este toro fortísimo. Nueva arremetida contra otro picador y nuevo despanzurramiento.
Otro caballo horriblemente corneado. Se llevan á un caballo con la asadura fuera. La gente no se fija, sino en los quites del matador, que es ovacionado. Cae un caballo cerca de otro. Más de doce personas hay al lado del toro. ¡Qué triste impresión causan los caballos muertos en el ocre sucio de la arena!
Coge el matador unas banderillas cortas y las pone sin gracia; á la gente no le gusta. Durante esos instantes la visión de la lámina del toro embarga toda mi atención. ¡Cuán bello es este animal!
- No bailes tanto -le dicen al mataor en los primeros pases.
- Que te está mirando Noel -le gritan.
Le aplauden. Pero parece ser que está muy movido. Después de aplaudirlo, le silban. Se ha descompuesto. Y millares de veces intenta matar, sin conseguirlo.
En resumen: nada, absolutamente nada. Todo á escape, muy á escape; de prisa, muy de prisa. Deseando todos ir á escape, acabar pronto.
Esa es la impresión. La de un oficio en el que todos desean acabar lo más pronto posible.
Nota-- El torerillo que me iba á brindar el toro, según el quería, fué cogido por el primer mártir, casi de salida. Lo siento por el pobre muchacho, víctima del toro y del público.
Eugenio Noel
El Liberal
18 Agosto 1918
La Fiesta Nacional y el moralista Savater
Convertir el derramamiento de sangre en liturgia profana es un "contradiós"
Frente a lo evidente, moralina complaciente
Un filósofo en defensa de lo indefendible
Fernando Savater escribe hoy en el País:
En los últimos meses, durante la ofensiva antitaurina que culminó con la prohibición de los toros en Cataluña, dos de la palabras más repetidas fueron "compasión" y "barbarie". Dejemos a un lado la fundada sospecha de que en la decisión del Parlamento autonómico tuvo más peso la voluntad separatista de abandonar una tradición compartida con el resto de España que cualquier argumento animalista. Ya se ha insistido incluso demasiado en este aspecto -tan romo de interés teórico como casi todo lo que atañe al nacionalismo- olvidando en cambio los pretextos, que en este caso son más interesantes que el contexto. No se necesita una argumentación ética fundada para que a uno personalmente le desagraden o hasta le asqueen los toros: pero en cambio es imprescindible para prohibirlos en una comunidad con carácter imperativo y general.
Se apela a la compasión como última ratio moral y se nos recuerda el principio budista de no dañar bajo ningún pretexto a otro ser vivo. Con todos mis respetos para Richard Gere y compañía, quienes no somos budistas no nos sentimos obligados por él (sobre todo si comemos carne o pescado y nos curamos con antibióticos, cuyo simple nombre ya promete matanzas): a trancas y barrancas, pero vivimos en un estado laico... hasta en Cataluña. Fuera de esa postura religiosa, no es cierto que la compasión por el dolor universal sea la base de la ética. Sin duda ser compasivo es un sentimiento que nos mejora, pero no un precepto moral ineludible. Paseando por el campo, veo que un gorrioncillo recién nacido se ha caído del nido y pía angustiosamente en el suelo expuesto a todos los peligros: como soy compasivo, lo recojo y lo devuelvo a su hogar... aunque así perjudique a la serpiente que también tiene que comer para vivir. ¡Bravo, tengo buen corazón! Pero si quien gime abandonado en un cubo de basura es un bebé, tengo la obligación ética de ayudarle, me compadezca de él o no. Si no lo hago, no seré poco sentimental o duro de corazón sino claramente inmoral. La diferencia es importante, todo lo que cuenta en la ética -el reconocimiento de lo humano por lo humano y el deber íntimo que nos impone- reside ahí.
Peter Singer, el filósofo que oficia como mentor del animalismo, relativiza esta norma: si el bebé humano padece malformaciones y anormalidades, tengo menos obligación ética de salvarle que al gorrioncillo o a cualquier otro animal sano, en caso de que deba elegir. Y así llegamos al tema de la barbarie. Porque en su sentido prístino y radical, el bárbaro no es quien maltrata o no se compadece de las bestias, sino quien no distingue entre el trato que debemos a los humanos y el que corresponde a los animales. La auténtica imagen de la barbarie no ocurre dentro de la plaza donde se lidia al toro, sino fuera: son esas personas que yacen desnudas, cubiertas de falsas banderillas y pintura color sangre, y que dan a entender que es lo mismo matar a un toro que a un ser humano. Dice una barbaridad el portavoz de ATEA en el País Vasco cuando pide explicaciones porque se condene a ETA pero no a Jesulín de Ubrique y otra aún peor los que se ufanan de alegrarse cuando el toro mata al torero. Donde no se asume la excepcionalidad del vínculo recíproco entre semejantes racionales, ese es el predio de los bárbaros.
Hace poco una conocida novelista mandó una carta a este periódico abogando por los derechos de los animales. Concluía diciendo: "¿No somos también nosotros simple y gozosamente animales?". Sin duda biológicamente somos animales, no vegetales. Pero desde luego ni simple ni gozosamente. Por culpa de ello existen las novelas... y la ética.
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