viernes, 18 de septiembre de 2009
Miquel Viladrich versus Joaquín Sorolla
Viladrich frente al lado chungo de Sorolla
El que busca, se la encuentra. A cada cual lo suyo (bonita novela de Sciascia). Casi sin querer, mirando otra cosa, me topo con esto: la existencia del pintor oscense Miquel Viladrich. Me sale al encuentro este texto de Joaquín Maurín (diputado en las Cortes de 1936 y dirigente del P.O.U,M.) en el que valora lo pintado por Sorolla para la Hispanic Society de Nueva York (pinturas que para horror de propios y extraños están en estos días en el Museo del Prado junto con el mejor Sorolla, el de la luz del Mediterráneo), resultando que a la sorollosis nacional-foklorista, Maurín la llama España de pandereta de Carmen y la contrapone a la pintura de Viladrich. Copio lo escrito por Maurín sobre este caballero que me ha parecido estupendo.
Escribe Joaquín Maurín:
«Cuando salí de la prisión en 1946, pregunté, por Viladrich, y me dijeron que estaba en Buenos Aires, con su mujer e hijos. Me alegré mucho que se hubiese salvado de la catástrofe. ¿Y sus cuadros de Fraga? ¿Se habrían salvado también ´Las Aguadoras´, ´Tres Muchachas fragatinas´, ´Las Hilanderas´...?
Al venir a Nueva York, en el otoño de 1947, Fernando de los Ríos me dijo que una gran parte de la obra de Viladrich estaba en Nueva York, en la Hispanic Society of America.
La Hispanic Society of America, creada por el multimillonario y filántropo Archer Milton Huntington, es sin duda el mejor museo español que existe fuera de España. Se encuentra en la parte alta de Manhattan, entre las calles 155-156 y Broadway. En el centro de la plazuela. entre dos cuerpos de edificio, se levanta la estatua ecuestre del Cid. En la fachada del de la derecha hay dos bajorrelieves: el rey moro Boabdil, saliendo de Granada, y Don Quijote, sobre Rocinante, camino del Puerto Lápice, después de la aventura de los molinos de viento. En el edificio de la izquierda, el más importante, hay una sala dedicada a España, vista por Sorolla. A estas alturas, resulta un poco la España de pandereta de Carmen. La Biblioteca, pequeña, pero valiosa, está presidida por el retrato de los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia, y por un busto del conde Romanones...Es una España vieja, viejísima, casi caricaturesca.
El pabellón de la derecha, más pequeño, está consagrado a Viladrich: 34 cuadros.
En la pintura de Viladrich hay tres etapas distintas: el período juvenil, cuando él, autodidacto, y rebelde, se busca a sí mismo; la fase fragatina y el retratista después de Fraga.
La fase fragatina es una maravilla artística. Sus cuadros de aldeanas y campesinos son auténticos poemas bucólicos cantados por la paleta del pintor.
Pues bien, todo ese encantador ramillete de flores del jardín de la ribera del Cinca se encuentra en Nueva York.
A veces, en esta ciudad multitudinaria y asfixiante, cuando me embarga la nostalgia de la tierra natal, hago una visita al museo de la Hispanic Society. Dejo de lado la España de Sorolla y del conde de Romanones, y voy al pabellón que guarda la obra de Viladrich. Me siento rejuvenecer; tengo entonces veintiún años, y estoy en el Castillo de Urganda la Desconocida, en compañía de Viladrich, Baroja, Felipe Alaíz, Salvador Goñi y Sánchez Ventura.
Una vez instalado en Nueva York, en donde se habían refugiado mi mujer e hijo durante la guerra mundial, busqué contactos con antiguos amigos. Sabía que Ramón Sender enseñaba en alguna Universidad de Estados Unidos. Federico de Onís, me descubrió su paradero; enseñaba en la Universidad de New México, Alburquerque. Le escribí, me contestó. Y seguimos relacionándonos epistolarmente.
En junio de 1958, Sender vino a Nueva York. Tenía algo que hacer aquí con sus editores. Además, había vivido en Nueva York en los primeros tiempos de su emigración, y la ciudad le gustaba.
Tenemos que ir a ver los cuadros de Viladrich, en la Hispanic Society -le dije.
-¿Qué ha sido de Viladrich? -me preguntó.
-Vivía en Buenos Aires; pero creo que ha muerto.
Si Viladrich era riberano del Cinca por adopción, Sender lo es por naturaleza. Nació en Alcolea de Cinca, a unas leguas de Fraga. Su padre era el administrador general de las propiedades que el duque de Solferino tenía en Albalate de Cinca.
Entre Sender y Viladrich había un parentesco espiritual: estaban unidos por el Cinca.
Visitamos la colección de Viladrich, convenimos que en esta Nueva York superindustrial y excitada, Viladrich está completamente desplazado. El público heterogéneo y sofisticado de Nueva York no puede comprender el aura poética que hay en la obra de Viladrich. Como la Dama de Elche, que equivocadamente estaba en París, regresó a España, Viladrich, un día, debiera regresar a Cataluña.
Mientras recorríamos la sala, volvió a plantearse si Viladrich vivía o había fallecido.
La secretaria que nos acompañaba dijo que las últimas noticias que la Hispanic Society tenía eran que vivía.
-Vagamente, yo tengo la impresión de que murió -comenté yo.
Sender escribió un artículo sobre Viladrich para la prensa hispanoamericana y, dando crédito a mi parecer, le dio por fallecido.
Algún tiempo después recibí una carta de la escritora peruana Rosa Arciniega, que entonces residía en Buenos Aires, diciéndome que había enseñado a la esposa de Viladrich, su amiga, el artículo de Sender publicado en el diario ´La Crónica´, de Lima. y ella, asombrada, preguntó cómo era posible que Sender lo diese por muerto cuando Miguel falleció el mismo día que se publicó el artículo, el 5 de julio de 1956...Viladrich tenía sesenta y nueve años”.
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