sábado, 21 de marzo de 2009
ébano y ominoso
Mi coño es grande, pelado, áspero; tan duro por dentro, que se diría todo de piedra, que no lleva músculos. Sólo las perlas de nácar de sus colmillos son blandas cual dos peces de luz blanca.
Lo dejo quieto y se sale del agua, y topa fríamente con sus dientes, desgarrándolas con fuerza, las algas verdes, oceánicas y oscuras... Lo callo brutalmente: "¡Coñazo!", y huye de mí con un resbalar triste que parece que llora, en no sé qué ruido material...
Regurgita cuanto le quito. Le disgustan los cocos plátanos, los dátiles silvestres, todos de brea; las brevas pálidas, con su caliza baba de resina...
Es arisco y descuidado igual que un perro, que una perra...; pero débil y húmedo por fuera, como de agua... Cuando me detengo con él oculto, los días laborables, por las grandes avenidas de la ciudad, las mujeres de la calle, desnudas de suciedad y estrechas, se tapan los ojos:
— Tiene flujo...
Tiene flujo. Flujo y ébano de estrella, al mismo tiempo.
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