martes, 27 de noviembre de 2007
el ultraísta.albert pla
En el arte de la provocación cómplice, el ultraísmo de Albert Pla es lo máximo. Formó el tiberio en la segoviana sala Cabaret. Dos canciones de estreno, a modo de coscorrón, para empezar. Una iba de un sereno para el que su enemigo es todo aquel que se cruza en su camino, un guardián vocacional que “tiene el barrio acojonao, todo el mundo está fichao”. Otra de un hombre sin corazón. Hizo Albert estas travesuras nuevas con la vieja manía: marcar la diferencia entre el ser muy bueno y el ser ruin.
El público, razonablemente alborotador, se partía el mandao con “Joaquín El Necio”, “El chatarrero”, “La sequía”, “Soyrebelde”, “Veintegenarios”, “El bar de la esquina”, “La dama de la guadaña”…
Desafiante, tierno y broncas con el delito de apología al terrorismo, Albert se desfogó en “La dejo o no la dejo”. Moraleja de este tema: si todo el mundo la palmara, todos tendríamos un montón de problemas menos. Este tipo de algarabías gustan mucho.
A “la pareja de moda en España en estos momentos”, según dijo Pla, le dedicó aquella carbonaría nana de amor: “Yo por un beso de su princesita sería capaz de mandar a la mierda mis firmes principios/ de republicano/ cambio de camisa y rindo pleitesía a la monarquía/ que viva el amor”.
Albert, inteligente, poético, revenido, molestón, íntimo, sexy, cómico, brutalizante…
Intérprete de prestisinápticas facultades expresivas, el “hombre que nos roba a las novias” entra y sale de sus personajes a placer, juega como un tahúr de sombras chinescas con su papel de narrador perplejo. Cambia con descaro de niña moña a siquiatrizado en lucha para empatizar o sacudir al respetable. Viste de esclavo rebelde a lo Espartaco. El diseño de ese camisón minifaldero es suyo: el ultraísta antaño fue currante del textil.
Publicado en Público
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