jueves, 18 de octubre de 2007
"El laberinto de la memoria". Felipe González, hagiografía caótica y sin piedad
Los caminos del éxito son inescrutables. Lo que a unos nos produce sopor, a otros les satisface. Volvió María Teresa Campos a Telecinco, a sus noches, con “El laberinto de la memoria” (19,8% share / 1.205.000 espectadores). “Que no quiero retirarme”, dijo. Que raro este “mono” del medio que sienten algunas criaturas televisivas. En otras profesiones, la gente se retira y se dedica a sus cosas. Pasa a un segundo plano el deseo de hacer patria. Le ha pasado a Felipe González, que parecía que España iba a estrellarse huérfana de su liderato, y mira, andaba el hombre tallando sus piedras, cuando vuelve a verse convertido en estrella de la tele.
La Campos llevaba un aparatoso abalorio colgando del cuello. Se lo regalaron sus compañeros de programa cuando dejó Telecinco haciendo donaires. Es una obra tallada por las manos de Glez. Las mismas manos que defendieron el Estado de las cloacas. Pero a lo que íbamos: metidos en el laberinto, da lo mismo blanco que tinto. En la careta del programa, imágenes de areniscas y poético ensamblaje de estas frases atrabiliarias: “Viva el Rey. Viva España. Te pego leche. España va bien”. El reportaje inicial sobre Felipe González fue bastante caprichoso, buscando inspiración en el caos. ¿A qué vendría eso de sacar a Félix Rodríguez de la Fuente con los bichos de “El hombre y la tierra”? Lo fundamental, como toda mirada a nuestra historia reciente, es santificar la transición. Hay que tragarse este cuento como sea, porque si no viene el “coco” del 23-F.
El formato de “El laberinto de la memoria” tiene dos audacias. La primera es hacer un “Esta es su vida” sin invitar al protagonista de la fotonovela. La segunda es hacer un “Hormigas blancas” sin sacar los trapos sucios del “figura” al que se le está pasando la mano por el lomo. Resulta que en aquel congreso del PSOE en Suresnes, Nicolás Redondo le dijo a Felipe, ponte tú de secretario general, que yo no quiero. Y coló.
Lo realmente peculiar de este reportaje es que, siendo tan largo, en ningún momento fuera riguroso. Le faltó sentido de la medida y del ritmo, del ridículo y de la piedad. Se metieron a capón escenas de la bandera porque ahora está de moda el “banderazo”, reproches a Suárez de la negociación con ETA porque esta secular tabarra siempre vende. Sobre banderología, José Oneto, en el inevitable coloquio, contó que en un mitin en Cáceres, Pablo Castellanos, poco amigo de Felipe, “contrató a unos gitanos para que llevaran banderas republicanas”.
De un gusto urticante, sumamente insultante para Carmen Romero, fue que cada vez que salían imágenes suyas, fueran amenizadas con sofocantes arpegios de piano, estupefacientes trinos de guitarra española. Carmen Romero, ni en su actividad política, ni en su vida privada, quiso ser florero. Esa arrogancia fue enmendada por el laberíntico tostón.
Las fuentes documentales sobre el lado humano del personaje fueron absolutamente fiables. Nada más y nada menos que las revistas “Chiss”, “Doña” o “Sal y Pimienta”. A los miembros del coloquio, les hizo mucha gracia que a Felipe le preguntaran si tenía piojos y caspa. Ellos, por su parte, cerraron el debate hablando de ladillas. Esto vende. Daban unas pasadísimas dos y tantas de la mañana. El enloquecido protagonista de “La Naranja Mecánica” no lo pasó tan mal con aquellos hierros que le impedían cerrar los ojos. Yo lo viví así.
Publicado en Público
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